VIDA DE UN ANARQUISTA. Lucio Uturbia es una persona de acción, que no gusta de mensajes condescendientes y que se muestra todavía implacable en la lucha contra las injusticias. Se introdujo en la acción clandestina de la mano del mítico anarquista Quico Sabaté, y fue amigo del que fuera dirigente de la CNT Cipriano Mera. Toda una vida de lucha por sus ideas. “Ahora estoy muy involucrado en la lucha por la libertad de Pablo Ibar, que lleva 14 años en el corredor de la muerte, en EE UU. Es mi amigo. No sé lo que ha hecho, pero es indecente tener a una persona así. Los gobiernos son los criminales”.
DIAGONAL
En septiembre de 2007, en la sección Zabaltegui del Festival de cine de San Sebastián se presentó Lucio, un documental dirigido por Aitor Arregui y José María Goenaga.
Lucio Urtubia, nacido en Cascante (Navarra) en 1931, anarquista exiliado en París, estafó a mediados de los años ‘70 más de 300 millones de pesetas en francos del First National Bank con una falsificación masiva de cheques de viaje. Un golpe magistral, que no era el primero de sus actos ‘conspirativos’.
Reclutado para el servicio militar, descubriría muy pronto la facilidad para realizar contrabando en la frontera hispano-francesa. En 1954, todavía en España, con otros compañeros del servicio, desvalijó un almacén de la compañía en la que estaba adscrito. Al ser descubierto, desertó y huyó a Francia. En París comenzó a trabajar de albañil, oficio que le acompañará toda su vida. Al poco tiempo de vivir en la capital francesa, y ya introducido en los grupos libertarios del exilio francés, se le pidió que escondiera a un miembro del maquis antifranquista en su casa. El refugiado resultó ser el mítico guerrillero antifascista Quico Sabaté, con el que compartió casa durante varios años, hasta la muerte de éste. Sería a partir de este encuentro cuando Lucio decidió iniciarse en las actividades conspirativas contra el régimen de Franco.
Tras el estreno del documental en San Sebastián y la posterior presentación de un libro sobre su vida, ha recorrido medio mundo dando conferencias sobre su vida y sus actividades, sobre la “importancia fundamental del trabajo”, y sobre su práctica anarquista, que ahora aplica en el Espace Louis Michele, un centro cultural sin ánimo de lucro de París.
Lucio se presenta en la redacción de DIAGONAL con cierta desconfianza. “Es que los periódicos tienen mucha responsabilidad de cómo vivimos los pobres”, dice, con ganas de hablar sobre su vida, “aunque yo siempre he sido uno más”, añade. “Si sirvo para trasmitir la idea anarquista, pues muy bien”.
DIAGONAL: ¿Cómo vives el impacto del documental y el libro?
LUCIO URTUBIA: Es algo inesperado, estoy recibiendo elogios que no merezco. He sido un militante libertario como miles. Yo me digo a veces que ir por el mundo hablando de mi experiencia es algo increíble, que no merezco. Pero la verdad es que estoy muy contento por ver que las ideas libertarias que parecían acabadas son hoy más necesarias que nunca. Por ejemplo, en mi país, la experiencia de los gaztetxes [centros sociales autogestionados] están llenos de gente, y ahí existe un poso libertario muy fuerte.
D.: Anarquista, atracador... pero sobre todo albañil, dice el cartel del documental. ¿Cómo es esto?
L.U.: Yo, en tanto que anarquista, estoy por el trabajo. Si queremos saber y tener una cultura tenemos que trabajar. Yo lo digo siempre, un permiso de conducir se puede falsificar, es muy fácil, pero para poder conducir hay que hacer miles y miles de kilómetros. Sin el trabajo no hacemos nada. Hay muchos jóvenes que se dicen revolucionarios pero viven como burgueses. La explotación es otra cosa, y contra ella tenemos nuestra fuerza para protestar, y ver si somos capaces de crear una sociedad autogestionada.
D.: ¿Cómo empezó tu relación con las ideas anarquistas?
L.U.: Yo deserté del ejército y pasé a Francia. En el trabajo conocí a anarquistas exiliados, yo entonces creía que era comunista, porque en aquella época el Franquismo decía que toda la oposición a Franco era comunista. En este grupo es cuando entro en contacto con las ideas. Piensa que en España, antes de la guerra, había un movimiento anarquista impresionante.
D.: ¿Qué ambiente se vivía en los grupos libertarios del exilio?
L.U.: Necesitábamos medios económicos, porque no los teníamos. En aquella época los atracos no nos resultaban nada fácil. No es fácil ponerle a alguien una metralleta en el estómago, así que yo prefería falsificar y crear dinero o documentos que fueran útiles.
D.: ¿Qué se hacía con ese dinero? ¿Se llevaba al interior de España?
L.U.: Con ese dinero se ayudaba a los presos y sus familias, en la medida de lo posible. Se alquilaban pisos, para el paso de compañeros, o para grupos. Nuestro deber era luchar, y apoyar esas luchas con el dinero que conseguíamos.
D.: Cuándo hablas de nosotros , a quién te refieres. ¿Una sociedad dedicada a la falsificación?
L.U.: Claro, nosotros éramos un grupo. Cantidad de gente que nos ayudábamos. Llegamos a falsificar todos los documentos administrativos que en la época había en Europa. Yo era el que daba el visto bueno, para ver si estaban bien hechos, y luego los ponía en circulación, poniendo en juego la vida y la libertad.
D.: ¿Quién fue el maestro que te enseñó las técnicas de la falsificación?
L.U.: Fuimos poco a poco. El primer trabajo que hicimos fue a través de dos hospitales que controlábamos. Cuando moría la gente nos daban sus documentos, y nosotros cambiábamos la foto y el nombre. Hasta que cierto día yo ayudé a unos amigos que tenían una imprenta libertaria. Había sido atacada por un grupo fascista y fui a construirles una puerta. Les pedí que me hicieran documentos, y ellos me pasaron la dirección de un médico francés, muy involucrado en la lucha antifranquista. Él tenía un contacto de un taller acojonante, donde hacer el fotograbado, la separación de colores, etcétera. Se pensaba que yo quería editar panfletos, pero le convencí para que me ayudara a falsificar documentos oficiales. Allí empezó la falsificación con una calidad excelente y de gran precisión. Falsificamos también pagas y cheques, y después los cheques de viaje, muy fáciles de hacer y que reportaban mucho dinero.
D.: Toda esta organización era una estructura autónoma, o dependiente de organismos confederales, como Defensa Interior [organismo de acción de CNT]
L.U.: Yo era muy marginal, yo con Defensa Interior tuve muchos problemas. He sido muy autónomo, muy independiente y muy anarquista. He tenido amigos delincuentes tan honrados o más que compañeros de militancia. Conmigo han estado italianos, tupamaros uruguayos, vascos, gente de Acción Directa...
D.: Hubo relación con esos grupos...
L.U.: Trabajaba también para ellos, porque necesitaban dinero para sus luchas. Nosotros teníamos la infraestructura, y con nosotros trabajaba quién quería trabajar. Lo que hay que exigir en esta sociedad es la práctica, menos sermones, y más acción.
D.: ¿Y con otros grupos del exilio, como el Partido Comunista de España?
L.U.: No. Yo tenía contactos con los grupos que he explicado. Todavía continúo ayudando, por ejemplo, luchando contra las cárceles. Esto no significa que yo esté de acuerdo con ciertos actos, ni mucho menos, pero la cárcel no es solución para nada.
D.: ¿Cuáles son los límites?
L.U.: Ahora, con los medios que hay, se puede fabricar mucho dinero. No hay derecho que sean los bancos y los gobiernos los únicos que imprimen billetes. Hay que perder el respeto al poder y luchar contra él. Lo que no me parece bien es matar a nadie. Estoy por el respeto a la vida.
D.: ¿Cómo se combina esta vida conspirativa con la familia?
L.U.: Cuando se llega a mi edad hay que ver qué hizo uno por cambiar el mundo. La vida no es sólo comer y dormir. Hay que luchar. Los periodistas tienen que denunciar, insistir, trabajar. Si fuéramos dueños de los grandes medios de comunicación hacíamos la revolución en dos días.
Lucio Urtubia, nacido en Cascante (Navarra) en 1931, anarquista exiliado en París, estafó a mediados de los años ‘70 más de 300 millones de pesetas en francos del First National Bank con una falsificación masiva de cheques de viaje. Un golpe magistral, que no era el primero de sus actos ‘conspirativos’.
Reclutado para el servicio militar, descubriría muy pronto la facilidad para realizar contrabando en la frontera hispano-francesa. En 1954, todavía en España, con otros compañeros del servicio, desvalijó un almacén de la compañía en la que estaba adscrito. Al ser descubierto, desertó y huyó a Francia. En París comenzó a trabajar de albañil, oficio que le acompañará toda su vida. Al poco tiempo de vivir en la capital francesa, y ya introducido en los grupos libertarios del exilio francés, se le pidió que escondiera a un miembro del maquis antifranquista en su casa. El refugiado resultó ser el mítico guerrillero antifascista Quico Sabaté, con el que compartió casa durante varios años, hasta la muerte de éste. Sería a partir de este encuentro cuando Lucio decidió iniciarse en las actividades conspirativas contra el régimen de Franco.
Tras el estreno del documental en San Sebastián y la posterior presentación de un libro sobre su vida, ha recorrido medio mundo dando conferencias sobre su vida y sus actividades, sobre la “importancia fundamental del trabajo”, y sobre su práctica anarquista, que ahora aplica en el Espace Louis Michele, un centro cultural sin ánimo de lucro de París.
Lucio se presenta en la redacción de DIAGONAL con cierta desconfianza. “Es que los periódicos tienen mucha responsabilidad de cómo vivimos los pobres”, dice, con ganas de hablar sobre su vida, “aunque yo siempre he sido uno más”, añade. “Si sirvo para trasmitir la idea anarquista, pues muy bien”.
DIAGONAL: ¿Cómo vives el impacto del documental y el libro?
LUCIO URTUBIA: Es algo inesperado, estoy recibiendo elogios que no merezco. He sido un militante libertario como miles. Yo me digo a veces que ir por el mundo hablando de mi experiencia es algo increíble, que no merezco. Pero la verdad es que estoy muy contento por ver que las ideas libertarias que parecían acabadas son hoy más necesarias que nunca. Por ejemplo, en mi país, la experiencia de los gaztetxes [centros sociales autogestionados] están llenos de gente, y ahí existe un poso libertario muy fuerte.
D.: Anarquista, atracador... pero sobre todo albañil, dice el cartel del documental. ¿Cómo es esto?
L.U.: Yo, en tanto que anarquista, estoy por el trabajo. Si queremos saber y tener una cultura tenemos que trabajar. Yo lo digo siempre, un permiso de conducir se puede falsificar, es muy fácil, pero para poder conducir hay que hacer miles y miles de kilómetros. Sin el trabajo no hacemos nada. Hay muchos jóvenes que se dicen revolucionarios pero viven como burgueses. La explotación es otra cosa, y contra ella tenemos nuestra fuerza para protestar, y ver si somos capaces de crear una sociedad autogestionada.
D.: ¿Cómo empezó tu relación con las ideas anarquistas?
L.U.: Yo deserté del ejército y pasé a Francia. En el trabajo conocí a anarquistas exiliados, yo entonces creía que era comunista, porque en aquella época el Franquismo decía que toda la oposición a Franco era comunista. En este grupo es cuando entro en contacto con las ideas. Piensa que en España, antes de la guerra, había un movimiento anarquista impresionante.
D.: ¿Qué ambiente se vivía en los grupos libertarios del exilio?
L.U.: Necesitábamos medios económicos, porque no los teníamos. En aquella época los atracos no nos resultaban nada fácil. No es fácil ponerle a alguien una metralleta en el estómago, así que yo prefería falsificar y crear dinero o documentos que fueran útiles.
D.: ¿Qué se hacía con ese dinero? ¿Se llevaba al interior de España?
L.U.: Con ese dinero se ayudaba a los presos y sus familias, en la medida de lo posible. Se alquilaban pisos, para el paso de compañeros, o para grupos. Nuestro deber era luchar, y apoyar esas luchas con el dinero que conseguíamos.
D.: Cuándo hablas de nosotros , a quién te refieres. ¿Una sociedad dedicada a la falsificación?
L.U.: Claro, nosotros éramos un grupo. Cantidad de gente que nos ayudábamos. Llegamos a falsificar todos los documentos administrativos que en la época había en Europa. Yo era el que daba el visto bueno, para ver si estaban bien hechos, y luego los ponía en circulación, poniendo en juego la vida y la libertad.
D.: ¿Quién fue el maestro que te enseñó las técnicas de la falsificación?
L.U.: Fuimos poco a poco. El primer trabajo que hicimos fue a través de dos hospitales que controlábamos. Cuando moría la gente nos daban sus documentos, y nosotros cambiábamos la foto y el nombre. Hasta que cierto día yo ayudé a unos amigos que tenían una imprenta libertaria. Había sido atacada por un grupo fascista y fui a construirles una puerta. Les pedí que me hicieran documentos, y ellos me pasaron la dirección de un médico francés, muy involucrado en la lucha antifranquista. Él tenía un contacto de un taller acojonante, donde hacer el fotograbado, la separación de colores, etcétera. Se pensaba que yo quería editar panfletos, pero le convencí para que me ayudara a falsificar documentos oficiales. Allí empezó la falsificación con una calidad excelente y de gran precisión. Falsificamos también pagas y cheques, y después los cheques de viaje, muy fáciles de hacer y que reportaban mucho dinero.
D.: Toda esta organización era una estructura autónoma, o dependiente de organismos confederales, como Defensa Interior [organismo de acción de CNT]
L.U.: Yo era muy marginal, yo con Defensa Interior tuve muchos problemas. He sido muy autónomo, muy independiente y muy anarquista. He tenido amigos delincuentes tan honrados o más que compañeros de militancia. Conmigo han estado italianos, tupamaros uruguayos, vascos, gente de Acción Directa...
D.: Hubo relación con esos grupos...
L.U.: Trabajaba también para ellos, porque necesitaban dinero para sus luchas. Nosotros teníamos la infraestructura, y con nosotros trabajaba quién quería trabajar. Lo que hay que exigir en esta sociedad es la práctica, menos sermones, y más acción.
D.: ¿Y con otros grupos del exilio, como el Partido Comunista de España?
L.U.: No. Yo tenía contactos con los grupos que he explicado. Todavía continúo ayudando, por ejemplo, luchando contra las cárceles. Esto no significa que yo esté de acuerdo con ciertos actos, ni mucho menos, pero la cárcel no es solución para nada.
D.: ¿Cuáles son los límites?
L.U.: Ahora, con los medios que hay, se puede fabricar mucho dinero. No hay derecho que sean los bancos y los gobiernos los únicos que imprimen billetes. Hay que perder el respeto al poder y luchar contra él. Lo que no me parece bien es matar a nadie. Estoy por el respeto a la vida.
D.: ¿Cómo se combina esta vida conspirativa con la familia?
L.U.: Cuando se llega a mi edad hay que ver qué hizo uno por cambiar el mundo. La vida no es sólo comer y dormir. Hay que luchar. Los periodistas tienen que denunciar, insistir, trabajar. Si fuéramos dueños de los grandes medios de comunicación hacíamos la revolución en dos días.