El Círculo homenajea a Harold Pinter, el guionista

Estuvo dos veces nominado al Oscar por sus guiones.Destacaba por su maestría confeccionando diálogos. El ciclo en Madrid se clausura el 24 de abril


ÁLVARO CORTINA
El Mundo




Harold Pinter, prestigioso dramaturgo inglés y Nobel de Literatura de 2005, escribió estas palabras: "Comencé a escribir obras de teatro en 1957. Fue cuando entré en una habitación y observé que había dos personas allí. Esto me obsesionó por un tiempo y comprendí que la única manera de conferirle expresividad y sacarlo de mi mente era por medio de la dramaturgia".

La inspiración conoce cauces tan sutiles como obvios. La obra de Pinter ha metido a personas en cuartos cerrados y los ha hecho hablar y hablar entre pausas de esas 'cargadas de significado'. Se derrama mucha hiel en sus obras, en sus cuartos enmoquetados, en 'El retorno al hogar', en 'Los enanos', en 'El cuidador'. Personajes encajonados, llenos de subterfugios. De algún modo, un escenario es una caja de la imaginación, un cuarto privado de oxígeno, intensificado por los focos. Algo o mucho de esto tienen sus guiones, homenajeados hasta el sábado en el Círculo de Bellas Artes.

Las políticas de la crítica han decidido eclipsar al guionista bajo la sombra de autoría del director, pero es de suponer que también aquellos guiones fueron avalados con el premio sueco. Las tres películas que ofrece el Círculo son b>adaptaciones hechas por el propio Pinter que, dicho sea de paso, estuvo dos veces nominado al Oscar por esta misma labor. Aquí el autor se hace más accesible, revolucionado por la dinámica motora que imponen las películas.

'El sirviente', la mejor de ellas, es una película relativamente mítica dirigida por Joseph Losey, cineasta icónico, maldito y muy imaginativo. El drama consiste en la inversión de una relación entre amo/ esclavo. Todo dosificado, muy bien dialogado (Pinter fue un excelente dialoguista), pero en el fondo queda como colgando esa técnica enrarecedora de este escritor de dar lógica sólo a unas pocas cosas, a las justas. Tan verosímil como delirante.

Y por supuesto un cuarto, elegante, con un espejo redondo sobre la chimenea, donde el orden encuentra su caos. Seguramente, a Jean Genet no le hubiese importado firmar esta película.

La supuesta influencia del credo político

De otro director solvente y reconocido, el alemán Volker Schlöndorff, es el título pinteriano 'El cuento de la doncella', adaptación de una novela de Atwood. ¿Quién sería el gran autor de este drama? Se trata, sin duda, del más flojo y acartonado del pack que se ofrece. Fascismo teológico y futurista, y rebeldes haciendo subversión en una producción americana (véase 'Los hijos de los hombres').

Pinter decía que el núcleo de su obra no había nacido de su discurso político. Él, decía, llamaba a un personaje A y a otro B, los situaba en uno de sus cuartos y le hacía decir una frase. Por ejemplo, en 'El retorno al hogar' A le decía a B, "¿dónde están mis tijeras?", y comenzaba a elucubrar intuitivamente desde esta visión.

Para la obra política encontraba otra solución: "Hay que dejar a los personajes que respiren por su cuenta. El autor no ha de confinarlos ni restringirlos para que satisfagan sus propios gustos, disposiciones o prejuicios". Aquí, la protagonista trata de liberarse de las excentricidades de un delirio totalitario. Una de esas cosas apocalípticas (¿orwellianas, huxleyanas?) que vienen a 'alertar del peligro de la derecha' y cosas por el estilo. Aunque permanece la idea de confusión dramática, de ignorancia sobre el mundo (y sobre ese sistema en cuestión). Dicho sea de paso, este dramaturgo derrochó mucha actividad socialista en el foro público inglés.

Lealtad adúltera con tintes autiobiográficos

En 'El riesgo de la traición', Pinter adapta una de sus obras más famosas ('Traición'), al parecer autobiográfica, y tiene su epicentro en un cuarto que dos amantes alquilan para verse. De recorrido capitular y regresivo (del fin del idilio a su origen), la película se pregunta sobre la lealtad de dos adúlteros como Agustín de Hipona se preguntaba sobre la honradez entre ladrones. Desde luego, 'El riesgo de la traición' es un espectáculo de interpretación.

Jeremy Irons y Ben Kingsley (con pelo) son todo miradas furtivas detrás del parpadeo, todo intención, todo interioridad. Lamentablemente, el Círculo sólo dispone de una copia doblada, de lo contrario se podría además disfrutar del musical acento británico, de dos hombres frente a una traición y a una mujer con pinta de institutriz, pelirroja y lívida, como sacada de un cuadro de Rossetti o Millais.

Otros guiones suyos, no recogidos en este ciclo, son 'La mujer del teniente francés' (dirigido por Karel Reisz), la adaptación de la enorme 'El último magnate' (para Elia Kazan) y otras colaboraciones con Losey. Pero en el 'pinterismo', en estos u otros trabajos suyos, siempre se puede suponer que habrá, latente, un sentido escénico de cárcel, de cerrazón. Sus personajes nacen entre sombras, sumidos en incógnita, sus acciones resultan infundadas, su drama ya está hecho antes de subirse el telón (o aclararse la pantalla), su final quizá sea absurdo.

'El sirviente' es una película que refleja muy bien todo esto, esos hombres recriminándose cosas en un cuarto convulso, con un espejo frente a ellos, sobre una moqueta inglesa. Los muchos porqués se hacen improcedentes, las causas primeras que movieron aquello a la acción son totalmente ignotas, cáscaras y despojos de todo el dilema. Pinter fue un beckettiano, su arte se apoya en lo que tiene de estético el misterio: "Me han preguntado con frecuencia cómo nacen mis obras teatrales. No sé cómo explicarlo. Como tampoco puedo resumir mis obras, a menos que explique qué ocurre en ellas. Esto es lo que dicen. Esto es lo que hacen".