Antonio Weinrichter
ABC
Sicko tuvo un estreno multitudinario en Cannes en mayo de 2007. Los exactamente dos años de retraso con que nos llega este documental demuestran que la exhibición en salas conoce una crisis que ni siquiera respeta a las superestrellas.
En efecto, su director, Michael Moore, hace documentales, pero que resultan bastante más taquilleros que bastantes películas de ficción: su anterior obra, Fahrenheit 9/11, de 2004, no consiguió su objetivo declarado de influir negativamente en la reelección de Bush Jr. pero recaudó bastante más del centenar de millones en taquilla que sirven -o servían- para otorgar a una película el título de blockbuster.
Lectura política. De todas formas, lo que podemos llamar la cuestión Moore no se reduce al papel que ha jugado en convencer a la gente de que vaya a ver documentales al cine pagando su entrada, lo que ya sería mucho: sus películas son atacadas o defendidas por motivos ideológicos; y esa lectura política de su cine tiene el correlato de que, dentro de la institución documental, se le acusa a veces de hacer un cine tendencioso, sesgado e impropio de la objetividad que se le presupone al género, cuando no se le llama «payaso», simplemente.
Es cierto que Moore incumple muchas de las reglas del «discurso de sobriedad» documental al uso. Abandona el dogma de invisibilidad del cine directo -que proponía que el documentalista y su cámara debían ser como una mosca en la pared que no influyera en sus sujetos- y se introduce en todos sus filmes como narrador y a veces casi como protagonista. Ya saben, ese reconocible señor gordo desaliñado y con gorra que se dedica a meter el dedo a fondo y sin sutilezas en algunas heridas de la sociedad americana. Moore se pone como cebo: es la presencia pensante que organiza el material y lo comenta sin cesar desde su subjetividad. Como en el caso de Woody Allen, todo -incluida la aceptación o el rechazo- se filtra a partir de su personalidad. Su arma secreta es, también, un sentido del humor que no se le puede negar: Sicko acaba con un gag rápido y perfecto, completamente en carácter con el tema del filme y con la persona de Moore, que no les voy a destripar
Perfecto es también el chiste más famoso de la pelicula: el cineasta-payaso se embarca hacia Cuba con un grupo de enfermos a los que se les niega atención en su país, y que allí la obtienen gratis. Una chanza casi cósmica que adquiere todo su sentido -hay que contarla bien- cuando se conocen los motivos de Moore: sus enfermos son héroes olvidados de la operación de rescate del atentado de las Torres Gemelas y van a Guantánamo porque allí los culpables del horroroso atentado reciben mejores atenciones que un enfermo del doctor House. He aquí un excelente ejemplo de cómo la cuestión Moore es más compleja de lo que parece: el director muestra con sorna un reportaje sobre lo bien que tratan a los reos en la base cubana; pero como luego no los dejan entrar, se dirige al primer dispensario que encuentra en La Habana.
Agudo montaje. Moore obvia el valor publicitario de este operativo para el régimen castrista porque lo que quiere es denunciar el estado de la sanidad en Estados Unidos: pero antes ha mostrado también un agudo montaje con declaraciones de politicos republicanos que hacen equivaler la socialización de la sanidad con el socialismo totalitario. En todo caso el operativo puede estar trucado (nada se nos dice de los protocolos que le permiten saltarse el embargo) pero no por eso resulta menos eficaz; y las lágrimas de emoción de sus sufridos compañeros de viaje (permítase la expresión?) son auténticas: es el momento de revelación de lo real que ha buscado siempre el cine directo.
Héroe de Capra. Sicko vuelve a presentar su persona de americanito de a pie, como un héroe de Capra, que se enfrenta a un villano corporativo y a los políticos que considera vendidos a las corporaciones. Hay que reconocer su constancia: empezó acusándosele de ser un satirista de Reagan y luego lo ha sido de Bush, padre e hijo (ahora con Obama y con Hillary Clinton, heroína fugaz de Sicko, puede haberse quedado sin tema?). Pero aquí la diana de Moore rebasa la ideología de partido y hasta el populismo de izquierda en que a veces incurre; la etiqueta de antiamericano que le aplican los muchos paisanos a los que enfurece (hay blogs dedicados sólo a ponerle a caldo, y uno comparece aquí en la forma más imprevista) se vuelve contra sus detractores y no sólo porque le veamos izando una banderita americana en el barco que le lleva a Cuba?
Sagazmente, Moore no habla de los muchos millones de americanos que no tienen Seguridad Social (lo que ya nos parece inconcebible a los que la disfrutamos, con todos sus defectos), sino de los muchos más, que pagan y sufren una sanidad privada que parece una caricatura: la salud que pagan los estadounidenses se deja en manos de feroces aseguradoras que trampean para pagar lo menos posible o para dilatar los servicios requeridos hasta que resultan inncesarios, por lesa defunción del cliente.
Historias de terror que parecen propaganda «roja» pero que los muchos testigos que convoca Michael Moore confirman una y otra vez. La ciudadana que se casa con un canadiense para poder acceder a una sanidad gratuita le ofrece una perfecta versión inversa del sueño americano: ¿acaso no son los otros los que quieren venir al paraíso estadounidense? Se dirá que explota anécdotas sin valor general: pero ¿por qué exigir al documental lo que no se le pide a la ficción? Un caso ejemplar siempre es una buena historia y Michael Moore tiene muchas que contar; además, su película es un servicio público.
En efecto, su director, Michael Moore, hace documentales, pero que resultan bastante más taquilleros que bastantes películas de ficción: su anterior obra, Fahrenheit 9/11, de 2004, no consiguió su objetivo declarado de influir negativamente en la reelección de Bush Jr. pero recaudó bastante más del centenar de millones en taquilla que sirven -o servían- para otorgar a una película el título de blockbuster.
Lectura política. De todas formas, lo que podemos llamar la cuestión Moore no se reduce al papel que ha jugado en convencer a la gente de que vaya a ver documentales al cine pagando su entrada, lo que ya sería mucho: sus películas son atacadas o defendidas por motivos ideológicos; y esa lectura política de su cine tiene el correlato de que, dentro de la institución documental, se le acusa a veces de hacer un cine tendencioso, sesgado e impropio de la objetividad que se le presupone al género, cuando no se le llama «payaso», simplemente.
Es cierto que Moore incumple muchas de las reglas del «discurso de sobriedad» documental al uso. Abandona el dogma de invisibilidad del cine directo -que proponía que el documentalista y su cámara debían ser como una mosca en la pared que no influyera en sus sujetos- y se introduce en todos sus filmes como narrador y a veces casi como protagonista. Ya saben, ese reconocible señor gordo desaliñado y con gorra que se dedica a meter el dedo a fondo y sin sutilezas en algunas heridas de la sociedad americana. Moore se pone como cebo: es la presencia pensante que organiza el material y lo comenta sin cesar desde su subjetividad. Como en el caso de Woody Allen, todo -incluida la aceptación o el rechazo- se filtra a partir de su personalidad. Su arma secreta es, también, un sentido del humor que no se le puede negar: Sicko acaba con un gag rápido y perfecto, completamente en carácter con el tema del filme y con la persona de Moore, que no les voy a destripar
Perfecto es también el chiste más famoso de la pelicula: el cineasta-payaso se embarca hacia Cuba con un grupo de enfermos a los que se les niega atención en su país, y que allí la obtienen gratis. Una chanza casi cósmica que adquiere todo su sentido -hay que contarla bien- cuando se conocen los motivos de Moore: sus enfermos son héroes olvidados de la operación de rescate del atentado de las Torres Gemelas y van a Guantánamo porque allí los culpables del horroroso atentado reciben mejores atenciones que un enfermo del doctor House. He aquí un excelente ejemplo de cómo la cuestión Moore es más compleja de lo que parece: el director muestra con sorna un reportaje sobre lo bien que tratan a los reos en la base cubana; pero como luego no los dejan entrar, se dirige al primer dispensario que encuentra en La Habana.
Agudo montaje. Moore obvia el valor publicitario de este operativo para el régimen castrista porque lo que quiere es denunciar el estado de la sanidad en Estados Unidos: pero antes ha mostrado también un agudo montaje con declaraciones de politicos republicanos que hacen equivaler la socialización de la sanidad con el socialismo totalitario. En todo caso el operativo puede estar trucado (nada se nos dice de los protocolos que le permiten saltarse el embargo) pero no por eso resulta menos eficaz; y las lágrimas de emoción de sus sufridos compañeros de viaje (permítase la expresión?) son auténticas: es el momento de revelación de lo real que ha buscado siempre el cine directo.
Héroe de Capra. Sicko vuelve a presentar su persona de americanito de a pie, como un héroe de Capra, que se enfrenta a un villano corporativo y a los políticos que considera vendidos a las corporaciones. Hay que reconocer su constancia: empezó acusándosele de ser un satirista de Reagan y luego lo ha sido de Bush, padre e hijo (ahora con Obama y con Hillary Clinton, heroína fugaz de Sicko, puede haberse quedado sin tema?). Pero aquí la diana de Moore rebasa la ideología de partido y hasta el populismo de izquierda en que a veces incurre; la etiqueta de antiamericano que le aplican los muchos paisanos a los que enfurece (hay blogs dedicados sólo a ponerle a caldo, y uno comparece aquí en la forma más imprevista) se vuelve contra sus detractores y no sólo porque le veamos izando una banderita americana en el barco que le lleva a Cuba?
Sagazmente, Moore no habla de los muchos millones de americanos que no tienen Seguridad Social (lo que ya nos parece inconcebible a los que la disfrutamos, con todos sus defectos), sino de los muchos más, que pagan y sufren una sanidad privada que parece una caricatura: la salud que pagan los estadounidenses se deja en manos de feroces aseguradoras que trampean para pagar lo menos posible o para dilatar los servicios requeridos hasta que resultan inncesarios, por lesa defunción del cliente.
Historias de terror que parecen propaganda «roja» pero que los muchos testigos que convoca Michael Moore confirman una y otra vez. La ciudadana que se casa con un canadiense para poder acceder a una sanidad gratuita le ofrece una perfecta versión inversa del sueño americano: ¿acaso no son los otros los que quieren venir al paraíso estadounidense? Se dirá que explota anécdotas sin valor general: pero ¿por qué exigir al documental lo que no se le pide a la ficción? Un caso ejemplar siempre es una buena historia y Michael Moore tiene muchas que contar; además, su película es un servicio público.