Antonio Gamoneda, escritor leonés, protagoniza un documental y aguarda la edición de sus memorias infantiles, 'Un armario lleno de sombras'
CARLOS PRIETO
Público
Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) se ha convertido en actor en Gamoneda. Escritura y alquimia (Enrique Corti y César Rendueles, 2009), un documental del Círculo de Bellas Artes que indaga en sus claves poéticas. Además, en mayo se publicará Un armario lleno de sombras (Galaxia Gutenberg /Círculo de Lectores), memorias infantiles del ganador del Cervantes.
Sus memorias arrancan en 1936, cuando tenía cinco años...
Sí, pero no hay una ordenación cronológica, ni una contemplación analítica de los hechos, son las memorias de un niño que, por tanto, no está en situación ni de realizar análisis ni de sorprenderse mucho: para los niños todo es descubrimiento. Para un chiquillo, la vida es una normalidad formada por sucesivos descubrimientos. El problema es que mi normalidad, mis descubrimientos, eran dolorosos. Puede que yo no los sufriera en toda su intensidad, pero aquellos descubrimientos me produjeron un nacimiento precoz a la conciencia. Advertir la normalidad del crimen, la normalidad de los presos atados paseando debajo de mi ventana, la de los gritos de las mujeres de madrugada cuando venían a por sus compañeros, imprime carácter.
En el filme habla sobre su "observatorio privilegiado de la represión". ¿Entendía a dónde iban los presos?
(Pausa) Lo sabía perfectamente. Pasaban por debajo de mi balcón, en la carretera de Zamora, una zona suburbial donde convivían obreros y campesinos. Sabía que aquellos hombres iban a la cárcel, instalada en el hostal de San Marcos. Y que iban a vivir poco... Lo verdaderamente terrible es que aquello constituyera una visión normal. ¿Con qué tipo de conciencia iba a crecer esa criatura?¿Sacó alguna conclusión?
Me acuerdo de una joven que se acercaba a los presos con un cesto de naranjas. Pero siempre había más presos que naranjas Te parecerá que esto no tiene importancia. Yo creo que sí. Un día, la mujer, tras repartir las naranjas, volvió a su portal, dos puertas más allá de la mía, y, antes de entrar en su casa, pisoteó el cesto vacío y se echó a llorar. Esto ayudó a moldear la manera de ser de la criatura que era yo entonces.
Dice que sentía frío cuando veía a los presos. Un frío que no se va...
Y no solamente el frío. Los datos de la sensibilidad física también permanecen en el recuerdo. Seguramente lamí aquellos barrotes mientras miraba, algo propio de un chiquillo. Recuerdo el sabor del hierro oxidado.
¿Se ha acordado de cosas que había olvidado mientras rodaba el filme?
Sí, los psicoanalistas lo llaman asociación libre. Primero eres consciente de un recuerdo determinado. Cuando lo formulas intentas darle un desarrollo, te sumerges en una búsqueda en el recuerdo. Esa búsqueda suele deparar sorpresas, como ocurre cuando sacas unas cerezas de un cesto: se engarzan unas con otras. Tu recuerdo va asociado a otros que no sabías que tenías.
También habla sobre su célula antifranquista. Valíamos poco, pero sufríamos mucho, cuenta.
Es cierto. Todos éramos artistas y escritores, un grupo marginal aunque adicto al partido. En aquel entonces el Partido Comunista recelaba de los intelectuales. No sé, puede que tuviera razones para ello. En todo caso, en esa época, fue el único partido que practicó una resistencia real y seria.
Entonces, dejó de escribir.
Era como si mi capacidad de acción o de creación estuviera monopolizada por esa modesta forma de resistencia. Dejé de escribir y publicar, aunque la poesía no me abandonó del todo, percutía constante en mi pensamiento. Les pasó lo mismo a otros miembros del grupo, escritores y pintores. La obsesiva voluntad de hacer algo contra el franquismo y el miedo, también el miedo, nos impidió seguir con el trabajo intelectual. No nos quedaba espacio mental libre.
En el filme asegura que el nacimiento de su nieta ha mitigado su miedo a la muerte.
Sí, es un acontecimiento extraño, aunque no soy el único que lo ha vivido. Tenía 67 años cuando nació. Entonces, no esperaba grandes cosas de mi futuro, de mi tiempo de supervivencia. La vieja noción de la muerte, que me acompaña desde los cinco años, se había ido transformando, según se acercaba el fin, en algo que puede llamarse miedo, pero que es también consciencia de inutilidad: hasta ahora no he hecho nada y ahora me muero. ¿Qué coño de asunto es este que va de la inexistencia a la inexistencia para nada? Su nacimiento activó un mecanismo sentimental y de conocimiento. Me siento vivir en esa criatura y eso me proporciona vida, restas importancia a la cercanía de la muerte.
Sus memorias arrancan en 1936, cuando tenía cinco años...
Sí, pero no hay una ordenación cronológica, ni una contemplación analítica de los hechos, son las memorias de un niño que, por tanto, no está en situación ni de realizar análisis ni de sorprenderse mucho: para los niños todo es descubrimiento. Para un chiquillo, la vida es una normalidad formada por sucesivos descubrimientos. El problema es que mi normalidad, mis descubrimientos, eran dolorosos. Puede que yo no los sufriera en toda su intensidad, pero aquellos descubrimientos me produjeron un nacimiento precoz a la conciencia. Advertir la normalidad del crimen, la normalidad de los presos atados paseando debajo de mi ventana, la de los gritos de las mujeres de madrugada cuando venían a por sus compañeros, imprime carácter.
En el filme habla sobre su "observatorio privilegiado de la represión". ¿Entendía a dónde iban los presos?
(Pausa) Lo sabía perfectamente. Pasaban por debajo de mi balcón, en la carretera de Zamora, una zona suburbial donde convivían obreros y campesinos. Sabía que aquellos hombres iban a la cárcel, instalada en el hostal de San Marcos. Y que iban a vivir poco... Lo verdaderamente terrible es que aquello constituyera una visión normal. ¿Con qué tipo de conciencia iba a crecer esa criatura?¿Sacó alguna conclusión?
Me acuerdo de una joven que se acercaba a los presos con un cesto de naranjas. Pero siempre había más presos que naranjas Te parecerá que esto no tiene importancia. Yo creo que sí. Un día, la mujer, tras repartir las naranjas, volvió a su portal, dos puertas más allá de la mía, y, antes de entrar en su casa, pisoteó el cesto vacío y se echó a llorar. Esto ayudó a moldear la manera de ser de la criatura que era yo entonces.
Dice que sentía frío cuando veía a los presos. Un frío que no se va...
Y no solamente el frío. Los datos de la sensibilidad física también permanecen en el recuerdo. Seguramente lamí aquellos barrotes mientras miraba, algo propio de un chiquillo. Recuerdo el sabor del hierro oxidado.
¿Se ha acordado de cosas que había olvidado mientras rodaba el filme?
Sí, los psicoanalistas lo llaman asociación libre. Primero eres consciente de un recuerdo determinado. Cuando lo formulas intentas darle un desarrollo, te sumerges en una búsqueda en el recuerdo. Esa búsqueda suele deparar sorpresas, como ocurre cuando sacas unas cerezas de un cesto: se engarzan unas con otras. Tu recuerdo va asociado a otros que no sabías que tenías.
También habla sobre su célula antifranquista. Valíamos poco, pero sufríamos mucho, cuenta.
Es cierto. Todos éramos artistas y escritores, un grupo marginal aunque adicto al partido. En aquel entonces el Partido Comunista recelaba de los intelectuales. No sé, puede que tuviera razones para ello. En todo caso, en esa época, fue el único partido que practicó una resistencia real y seria.
Entonces, dejó de escribir.
Era como si mi capacidad de acción o de creación estuviera monopolizada por esa modesta forma de resistencia. Dejé de escribir y publicar, aunque la poesía no me abandonó del todo, percutía constante en mi pensamiento. Les pasó lo mismo a otros miembros del grupo, escritores y pintores. La obsesiva voluntad de hacer algo contra el franquismo y el miedo, también el miedo, nos impidió seguir con el trabajo intelectual. No nos quedaba espacio mental libre.
En el filme asegura que el nacimiento de su nieta ha mitigado su miedo a la muerte.
Sí, es un acontecimiento extraño, aunque no soy el único que lo ha vivido. Tenía 67 años cuando nació. Entonces, no esperaba grandes cosas de mi futuro, de mi tiempo de supervivencia. La vieja noción de la muerte, que me acompaña desde los cinco años, se había ido transformando, según se acercaba el fin, en algo que puede llamarse miedo, pero que es también consciencia de inutilidad: hasta ahora no he hecho nada y ahora me muero. ¿Qué coño de asunto es este que va de la inexistencia a la inexistencia para nada? Su nacimiento activó un mecanismo sentimental y de conocimiento. Me siento vivir en esa criatura y eso me proporciona vida, restas importancia a la cercanía de la muerte.