Hace 90 años nació, en medio de otra crisis, un movimiento artístico práctico, barato, perdurable y bello. Una muestra con un millar de piezas lo recuerda en Weimar, donde Gropius inició el proyecto
RAMIRO VILLAPADIERNA
ABC
Hubo un tiempo en que los arquitectos prefiguraban el arte. Profesiones antes insospechadas, el diseño industrial y gráfico nació así y aquí, en Weimar, Dessau, Berlín, repartido en tres sedes y en un tiempo brevísimo rediseñó el espacio en que naceríamos. Todo un programa cultural, en actos festivos, sedes varias y exposiciones espectaculares hasta con 1.200 piezas recuerda en «La Bauhaus que viene» el 90 aniversario del movimiento que hospedó a Gropius, László Moholy-Nagy, Mies van der Rohe, Paul Klee, Marcel Breuer y Vasily Kandinsky.
No muy lejos del pensamiento de Gropius había nacido probablemente el concepto «interdisciplinar», luego de tanto curso. De pie en Weimar y sobre el mundo universal de Goethe y su lección sobre los colores, el arquitecto quiso reconciliar la técnica y el arte. Empezó, como es famoso por su manifiesto, por enviar al artista de vuelta al taller («El artista es sólo un artesano mejorado»), y le siguieron Lyonel Feininger, Oskar Schlemmer y tantos.
A meses de la derrota de la I Guerra Mundial, el arquitecto Walter Gropius había iniciado en Weimar, en marzo de 1919, un proyecto que llamó Staatliches Bauhaus (Escuela Estatal de la Construcción), un centro de diseño, arte y arquitectura que iba a ser pionero en vertientes del arte insustituibles para explicar los códigos creativos de la arquitectura y el diseño del siglo XX. La dinámica artística fue descalificada como fría y maquinal, tuvieron que irse de Weimar pero el constructor de aviones Hugo Junkers los defendió, acogió en Dessau y financió.
Por vez primera las tres instituciones que manejan el legado en Alemania realizan un proyecto conjunto sobre esta escuela. El programa saldrá de Weimar, como originalmente, con varias muestras que repasarán hasta el 5 de julio talleres y disciplinas, en sus primeras manifestaciones arquitectónicas y de diseño. La historia fue breve y accidentada, con hitos en 1919 en Weimar, 1925 en Dessau y 1932 en Berlín, donde le daría carpetazo el nuevo régimen nazi en 1933 provocando una diáspora a EE.UU., donde Gropius y Van der Rohe dejarían obras para los anales.
La Fundación Clásica de Weimar quiere reafirmar esta cuna, pero le seguirán una muestra en el emblemático edificio de la escuela en Dessau y una espectacular retrospectiva (21 de julio al 4 de octubre) con un millar de piezas, en el Gropius Bau de Berlín, el edificio que salvó el propio arquitecto tras la guerra, antes de salir hacia el MoMA de Nueva York. Como dice la directora del Bauhaus Archiv, Annemarie Jaeggi, una evocación del recorrido original del movimiento.
Se han recabado préstamos de Madrid, Roma, París, Nueva York y numerosos museos alemanes, «lo que prueba la importancia que concede el mundo al lugar donde nació el movimiento», dice una de las comisarias, Gerda Wendermann, que resalta préstamos como la obra «Maibild» de Paul Klee (1925), que por primera vez en décadas sale del MoMA, y Jaeggi, que ha prestado 230 piezas del Bauhaus Archiv, ha sacado por primera vez también el trono «Afrikanischer Stuhl».
No muy lejos del pensamiento de Gropius había nacido probablemente el concepto «interdisciplinar», luego de tanto curso. De pie en Weimar y sobre el mundo universal de Goethe y su lección sobre los colores, el arquitecto quiso reconciliar la técnica y el arte. Empezó, como es famoso por su manifiesto, por enviar al artista de vuelta al taller («El artista es sólo un artesano mejorado»), y le siguieron Lyonel Feininger, Oskar Schlemmer y tantos.
A meses de la derrota de la I Guerra Mundial, el arquitecto Walter Gropius había iniciado en Weimar, en marzo de 1919, un proyecto que llamó Staatliches Bauhaus (Escuela Estatal de la Construcción), un centro de diseño, arte y arquitectura que iba a ser pionero en vertientes del arte insustituibles para explicar los códigos creativos de la arquitectura y el diseño del siglo XX. La dinámica artística fue descalificada como fría y maquinal, tuvieron que irse de Weimar pero el constructor de aviones Hugo Junkers los defendió, acogió en Dessau y financió.
Por vez primera las tres instituciones que manejan el legado en Alemania realizan un proyecto conjunto sobre esta escuela. El programa saldrá de Weimar, como originalmente, con varias muestras que repasarán hasta el 5 de julio talleres y disciplinas, en sus primeras manifestaciones arquitectónicas y de diseño. La historia fue breve y accidentada, con hitos en 1919 en Weimar, 1925 en Dessau y 1932 en Berlín, donde le daría carpetazo el nuevo régimen nazi en 1933 provocando una diáspora a EE.UU., donde Gropius y Van der Rohe dejarían obras para los anales.
La Fundación Clásica de Weimar quiere reafirmar esta cuna, pero le seguirán una muestra en el emblemático edificio de la escuela en Dessau y una espectacular retrospectiva (21 de julio al 4 de octubre) con un millar de piezas, en el Gropius Bau de Berlín, el edificio que salvó el propio arquitecto tras la guerra, antes de salir hacia el MoMA de Nueva York. Como dice la directora del Bauhaus Archiv, Annemarie Jaeggi, una evocación del recorrido original del movimiento.
Se han recabado préstamos de Madrid, Roma, París, Nueva York y numerosos museos alemanes, «lo que prueba la importancia que concede el mundo al lugar donde nació el movimiento», dice una de las comisarias, Gerda Wendermann, que resalta préstamos como la obra «Maibild» de Paul Klee (1925), que por primera vez en décadas sale del MoMA, y Jaeggi, que ha prestado 230 piezas del Bauhaus Archiv, ha sacado por primera vez también el trono «Afrikanischer Stuhl».