SIn Permiso/The Guardian
El pasado 1 de abril las protestas contra la reunión del G20 en Londres se encontraron con un fuerte despliegue policial. Utilizando una táctica conocida como la "tetera" (kettle), la policía metropolitana de Londres acordonó a 4.000 manifestantes en las calles circundantes al Banco de Inglaterra, sin lavabos públicos ni agua corriente, durante varias horas. Quienes quisieron abandonar el cerco fueron obligados a identificarse y ser fotografiados por la policía. El objetivo de esta táctica es que los ciudadanos se lo piensen dos veces antes de participar en futuras protestas, pues habrán de decidir si quieren ser encerrados durante ocho horas sin alimentos ni agua ni presencia de los medios de comunicación y, al abandonar, ser fotografiado y obligado a identificarse. Las protestas terminaron con más de 100 detenidos.
Los alborotadores están otra vez a la orden del día. Vestidos de negro, con sus rostros parcialmente tapados, algunos de ellos parecen únicamente interesados en la confrontación violenta. Es como si estuviesen caldeando el ambiente deliberadamente, provocando y provocando hasta que estalla una pelea. Pero no se trata de una turbamulta. Esta gente están actuando claramente de manera coordinada. Hay otra cosa que los delata. Todos llevan el mismo eslógan: Policía.
La policía ha estado hablando durante semanas de estallidos de violencia en las protestas contra la reunión del G20. Enviaron comunicados a los periodistas y a las empresas en la City de Londres sobre las diabólicas intenciones de los defensores del medio ambiente que querían protestar allí, pero rechazaron la posibilidad de que estos manifestantes pudiesen consultar los comunicados para dar su versión de la historia. También rechazaron a los manifestantes cuando trataron de explicar a la policía que es lo que querían hacer.
Por el modo en que los agentes se pertrecharon con todo el equipo antidisturbios y arremetieron contra una multitud pacífica esta tarde, parece casi como si estuvieran tratando de asegurar que sus predicciones se tornasen una realidad. Parece que sus jefes no han leído o considerado el informe del comité parlamentario sobre derechos humanos de la semana pasada sobre el mal uso de la fuerza policial contra los manifestantes. "Aunque reconocemos que los agentes de policía no deberían ser situados en posiciones de riesgo de heridas graves", decía el informe, "el despliegue de la policía antidisturbios puede caldear innecesariamente el ambiente en las protestas."
Pero siempre ha habido un conflicto de intereses inherente en la policía. Se supone que la policía previene el crimen y mantiene seguras las calles. Pero si tienen demasiado éxito en su tarea, se quedan sin trabajo. Tienen un poderoso interés en exagerar las amenazas y, quizá, en asegurarse de que en ocasiones esas amenazas se materializan. Esto podría explicar lo que he visto en una protesta tras otra, donde manifestaciones pacíficas se convertían en una desagradable trifulca cuando la policía cargaba. La violencia salvajamente desproporcionada e innecesaria que en ocasiones he visto desplegar a la policía a duras penas podría estar mejor diseñada para provocar una reacción.
Si es así, no pierden nada. Puede que los parlamentarios les echen un rapapolvo o que reciban las quejas de la comisión de la policía a tal efeco. Nada de ello parece preocuparles. Inculcando la idea en la opinión pública de que las calles pueden estallar en una violencia catastrófica en cualquier momento de no ser por los gruesos cordones policiales que rodean hasta a la manifestación más amable, establecen la necesidad de una fuerte presencia policial. Mientras la opinión pública viva con miedo, ningún gobierno se atreverá a recortar el presupuesto de la policía.
Los alborotadores están otra vez a la orden del día. Vestidos de negro, con sus rostros parcialmente tapados, algunos de ellos parecen únicamente interesados en la confrontación violenta. Es como si estuviesen caldeando el ambiente deliberadamente, provocando y provocando hasta que estalla una pelea. Pero no se trata de una turbamulta. Esta gente están actuando claramente de manera coordinada. Hay otra cosa que los delata. Todos llevan el mismo eslógan: Policía.
La policía ha estado hablando durante semanas de estallidos de violencia en las protestas contra la reunión del G20. Enviaron comunicados a los periodistas y a las empresas en la City de Londres sobre las diabólicas intenciones de los defensores del medio ambiente que querían protestar allí, pero rechazaron la posibilidad de que estos manifestantes pudiesen consultar los comunicados para dar su versión de la historia. También rechazaron a los manifestantes cuando trataron de explicar a la policía que es lo que querían hacer.
Por el modo en que los agentes se pertrecharon con todo el equipo antidisturbios y arremetieron contra una multitud pacífica esta tarde, parece casi como si estuvieran tratando de asegurar que sus predicciones se tornasen una realidad. Parece que sus jefes no han leído o considerado el informe del comité parlamentario sobre derechos humanos de la semana pasada sobre el mal uso de la fuerza policial contra los manifestantes. "Aunque reconocemos que los agentes de policía no deberían ser situados en posiciones de riesgo de heridas graves", decía el informe, "el despliegue de la policía antidisturbios puede caldear innecesariamente el ambiente en las protestas."
Pero siempre ha habido un conflicto de intereses inherente en la policía. Se supone que la policía previene el crimen y mantiene seguras las calles. Pero si tienen demasiado éxito en su tarea, se quedan sin trabajo. Tienen un poderoso interés en exagerar las amenazas y, quizá, en asegurarse de que en ocasiones esas amenazas se materializan. Esto podría explicar lo que he visto en una protesta tras otra, donde manifestaciones pacíficas se convertían en una desagradable trifulca cuando la policía cargaba. La violencia salvajamente desproporcionada e innecesaria que en ocasiones he visto desplegar a la policía a duras penas podría estar mejor diseñada para provocar una reacción.
Si es así, no pierden nada. Puede que los parlamentarios les echen un rapapolvo o que reciban las quejas de la comisión de la policía a tal efeco. Nada de ello parece preocuparles. Inculcando la idea en la opinión pública de que las calles pueden estallar en una violencia catastrófica en cualquier momento de no ser por los gruesos cordones policiales que rodean hasta a la manifestación más amable, establecen la necesidad de una fuerte presencia policial. Mientras la opinión pública viva con miedo, ningún gobierno se atreverá a recortar el presupuesto de la policía.