El asesinato de la poeta Nadia Anjuman fue el desencadenante de La piedra de la paciencia, la novela del afgano residente en Francia Atiq Rahimi premiada con el Goncourt. Dos libros más, de otros autores, ofrecen un panorama sobre Asia Central
BORJA HERMOSO
El País
El tipo que mira por la ventana acodado a una mesa del bar Le Fumoir parece enrolado en la fiel militancia de la extravagancia indumentaria, extravagancia orientalista aliñada con un inconfundible toque rive gauche. Mientras deposita el sombrero de ala ancha en la silla, se acaricia la perilla y reordena su inmenso fular entre los pliegues de la chaqueta, las sonrisas abiertas de Atiq Rahimi (Kabul, 1962), que luego serán carcajadas sonoras, van escapando ya por los ventanales que van a dar a la espalda del Louvre.
Es una de esas tardes de París en las que todo parece en orden: los libreros del Sena despliegan su cachivache literario, una pareja de enamorados pasa con las manos entrelazadas; mamás con niño exhiben en los parques la insolente vigencia de su belleza y los camareros de esta brasserie se esfuerzan, tradición obliga, en su magisterio de antipatía consciente, sin ellos París no es París. Y sin París, Atiq Rahimi no sería el mismo Atiq Rahimi.
La ciudad transformó por completo a aquel hombre, hijo de buena familia (su padre fue gobernador al servicio de la monarquía afgana) y educado en el Liceo Francés de Kabul; aquel veinteañero que en 1984 se echó a las montañas nevadas para huir de un Afganistán ocupado por los soviéticos, un joven confuso que dejaba atrás su patria y a su familia para vivir una vida incierta. Un cuarto de siglo después de aquella llegada a Pakistán, de la muerte de su hermano a manos de los muyahidin y de su posterior petición de asilo político en Francia ("es increíble e indescifrable asistir al paso del tiempo", murmura), Rahimi es un parisiense de pro, y ahora también un miembro de la crème literaria: Syngué sabour (La piedra de la paciencia), que ahora se edita en España, se alzó con el Premio Goncourt el pasado mes de noviembre. Una recompensa simbólica en lo económico (10 euros) pero multimillonaria en prestigio y como espaldarazo a una carrera literaria.
"Mi editor me llamó un día y me dijo que estaba en la lista de candidatos al Goncourt; yo le dije que no me vacilara, pero me dijo que era verdad", recuerda divertido. "La verdad es que, al colgar el teléfono, lo primero que me dije a mí mismo fue: 'Ya está, les hace falta alguien exótico, el afgano de turno, por ejemplo'. Pero luego me alegré mucho. Ahí empezó toda una tournée de encuentros con público, con estudiantes sobre todo, y me di cuenta de que me preguntaban por mi relato, no por mi nacionalidad o mi exotismo..., eso me dio mucha confianza".
Atiq Rahimi protagonizó un curioso episodio al día siguiente de ganar el premio. El Gobierno de Sarkozy, en colaboración con el británico, pretendía fletar un vuelo chárter para expulsar a medio centenar de ilegales afganos que se habían refugiado en Calais. "El Quai d'Orsay (Ministerio de Asuntos Exteriores francés) acababa de publicar un comunicado ensalzando mi libro como una obra de hermanamiento entre culturas... ¿y de repente iban a echar a todos esos pobres refugiados?". Así que, recién estrenada la gloria literaria, a Rahimi no le tembló el pulso para redactar otro comunicado, exigiendo que la expulsión no tuviera efecto. Y no lo tuvo.
En su opinión, se mereció el premio después de una ingente tarea al servicio del idioma... francés. "Creo que el hecho de que el francés no sea mi lengua materna y de que tuviera que hacer un enorme esfuerzo de cuidado del lenguaje, influyó en los miembros del jurado; Bernard Pivot dijo que mi libro era 'una aventura dentro del idioma'. Cuando escribo en francés reviso cada palabra, me replanteo cada frase, cada ritmo, es un trabajo parecido al del orfebre... Yo trato de quitar lo superfluo, de ir directo a la esencia, me obsesiono por colocar cada palabra allí donde tiene que estar y no en otro lado... y compruebo que muchos escritores franceses no hacen ese trabajo, que sueltan en sus relatos frases banales, que practican la retórica pura".
La primera novela de Rahimi escrita en francés tras tres anteriores en lengua persa -Terre et cendres (Tierra y cenizas, Lengua de Trapo y La Magrana en catalán), Les mille maisons du rêve et de la terreur (Laberinto de sueño y angustia en Siruela; Les mil cases del somni i del terror en La Magrana) y Le retour imaginaire- es un salvaje poema en prosa sobre la relación de una mujer con su esposo moribundo, un soldado de Dios que lleva tres semanas en coma con una bala incrustada en la nuca. Una fábula sobre la pérdida y la redención con pasajes como éste:
"El sol se pone. Las armas despiertan. Esta noche, de nuevo, se destruye. Esta noche, de nuevo, se mata. La mañana. Llueve. Llueve sobre la ciudad y sus ruinas. Llueve sobre los cuerpos y sus heridas".
De la ternura a la ira y de ésta a la desesperación ("¡llevamos diez años casados y sólo desde hace tres semanas he podido compartir algo contigo!"), la mujer del relato aprovecha la crueldad del contexto para ir expresando ante el cuerpo inerte e inerme de su compañero todo su arsenal de amores y odios, de deseo y de angustia, venganza y miedo. Son los martillazos que, con el mismo diapasón con el que desgrana las cuentas de su rosario, va sacudiendo la protagonista contra esa piedra de la paciencia que, según la mitología persa, actúa como una esponja de todas nuestras miserias humanas: una piedra a la que se confiesa todo lo inconfesable... hasta que un día la piedra estalla y entonces llega la salvación.
El germen de la historia se sitúa en 2005, cuando la poeta afgana de 25 años Nadia Anjuman, amiga del escritor, era asesinada salvajemente por su marido en Herat. A ella va dedicado el libro: "Su muerte provocó en mí un ataque de rabia que todavía sigue vivo", murmura el autor de La piedra de la paciencia, que recuerda con la mirada perdida: "Los caminos de la violencia y sus efectos en la historia de mi país de origen son indescifrables. El marido de Nadia no era ningún talibán, sino un hombre culto y educado, alguien que había aceptado que ella acudiera a reuniones literarias con hombres y mujeres. Pero un día, la madre de Nadia fue a ver al marido y le dijo: 'Nosotros te la hemos entregado ¿y tú le dejas arrastrarse de esa forma por las calles? ¡Vergüenza para ti!'. Y le exigió que la encerrara. Pero él la mató. Con todo esto quiero decir que en Afganistán, como en otros países de la zona, hay un sistema social que empuja a la gente a la violencia".
La narración comprimida en estas 120 páginas supone, para el lector, un paseo por la cuerda floja que separa los abismos del amor y del horror, todo es de una forma pero susceptible de ser de otra de inmediato, parece que los inciertos fantasmas de la sangre pueden entrar en cualquier momento en esa habitación "pequeña, rectangular y asfixiante a pesar de sus paredes de color claro".
Soterrada presencia de una violencia que obsesiona a Rahimi, que insiste una y otra vez sobre el tema: "La gente no nace violenta, ciertas circunstancias le hacen violenta. Observe usted el caso de Zidane y su cabezazo en el Mundial. ¿Qué genio de la dramaturgia mundial hubiera podido imaginar una escenografía así? Ninguno, porque Zidane es un individuo pacífico. Y si ese dramaturgo lo hubiera imaginado, le habrían acusado de exagerar. La realidad, está claro, sobrepasa la ficción. Y dentro del sistema, hay situaciones concretas que sacan a pasear la bestia feroz que llevamos dentro, y de la que ya habló Shakespeare".
Un poco por rendir homenaje a su amiga asesinada y un poco por saldar viejas deudas con anteriores libros, como Tierra y cenizas, en el que el protagonismo femenino era meramente testimonial, Atiq Rahimi fue cambiando sobre la marcha el rumbo de su nueva novela: "Al principio mi historia trataba de un hombre en coma cuidado por su mujer; él no podía expresarse, hablar, actuar, pero sí oía lo que su esposa le iba diciendo, y yo quería que ese hombre muerto en vida nos transmitiera todos sus pensamientos, lo que se le pasaba por la cabeza al oírla, quería meterme en su mente. Pero a medida que fui escribiendo fue el personaje de ella el que lo fue devorando todo, me di cuenta de que era ella a quien yo quería dar voz. Una cuestión ética, si se quiere...".
Admite sin problemas el escritor la posible deuda de justicia poética con su obra anterior: "Es cierto, en Tierra y cenizas (que, por cierto, dio lugar a una película homónima dirigida por el propio Rahimi y que fue premiada en Cannes hace cinco años) la mujer sólo está en la imaginación de los personajes masculinos, pero esa presencia imaginaria llega a molestar al hombre; en Laberinto de sueño y angustia sí hay un personaje femenino, pero tampoco sabemos casi nada de ella, no se confiesa, no se revela..., así que ahora, con La piedra de la paciencia, le llega por fin el turno a la mujer que se revela".
Era cuestión de tiempo. El escritor Atiq Rahimi mira de reojo a sus orígenes orientales y decide ajustar cuentas con ciertas visiones cultural-religiosas: "Los talibanes y los fundamentalistas podrán dar a la cuestión todas las vueltas que quieran, pero el ser humano ¿dónde toma forma?, en el vientre de la mujer. Y eso, a pesar de que muchas mitologías hayan intentado por todos los medios manipular la creación y robarle el protagonismo a la mujer, asegurando que si ella procedía de la costilla izquierda del hombre, que si tal y que si cual... Pero el caso es que no: venimos de la mujer. Y no hay más que acercarse de nuevo a contemplar la gran pintura de Gustave Courbet El origen del mundo, con ese sexo femenino en primer plano elevado a categoría fundacional, lleno de fuerza... Nosotros, los hombres, sentimos envidia de esa fuerza femenina".
Desde la caída de los talibanes en 2001, Atiq Rahimi viaja con frecuencia a su país, ya sea para colaborar con un canal de televisión, Tolo TV; para buscar localizaciones con vistas a futuras nuevas películas o, simplemente, para charlar con la gente de la calle. Rahimi, que dirige en Kabul varios talleres de escritura de guión cinematográfico y televisivo, es hoy un personaje popular en su país de origen pese a haber elegido París para vivir.
Entre otras razones, su celebridad se debe a dos programas de la televisión afgana de los que él es la alma máter: una telecomedia protagonizada por universitarios ("sobre fondo de intriga amorosa, es en el fondo una metáfora de la historia de mi país, con todas sus guerras, sus intransigencias religiosas y sus políticos corruptos", explica) y una especie de Operación Triunfo a la afgana.
"Vuelvo regularmente a Afganistán, lo necesito", reconoce, "allí hablo muchísimo con la gente, sobre todo con los jóvenes, y trato de descubrir sus frustraciones, por ejemplo las frustraciones sexuales, producidas por una absoluta falta de educación y de información".
Ante la mirada cómplice de las camareras de Le Fumoir (su verdadero cuartel general en París), el ganador del Goncourt empieza a desgranar un anecdotario afgano cuyo cliente más agradecido es él mismo, que ríe sin parar. "Uno de esos jóvenes me preguntó un día si era verdad, como había oído, que en Europa había una pastilla que te permitía alargar la potencia amorosa todo el tiempo que quisieras. Cuando le dije que sí se quedó boquiabierto. Yo he solido llevarles no la pastilla, pero sí preservativos y les digo: 'De entrada, esto te calma un poco al hacer el acto sexual... ¡y encima solucionáis el problema de sobrepoblación! Para ellos, el preservativo es como el descubrimiento de América".
-Así que si un día les lleva una caja de Viagra...
-¡Habrá una revolución en toda regla!
Con un tono a medio camino entre la ternura y la preocupación, el escritor expone su visión de algunos de los traumas de una sociedad plagada de carencias educativas y culturales: "La otra revolución actual entre los jóvenes afganos es el cine porno. Lo ven a escondidas, en la televisión por satélite o en Internet. Eso les perturba mucho, imagínese, nunca han recibido una educación sexual. Mire, una vez cogí un taxi en Kabul y me pasó algo increíble. El joven taxista llevaba en el coche un cartelito que decía: 'El amor no es pecado'. Entonces quise hablar de eso con él y el diálogo fue así, más o menos:
- ¿Te has enamorado alguna vez?
-Sí, una vez, locamente.
-¿Te casaste con ella?
-No.
-Pero ¿por qué?
-Porque si ella se enamoró de mí, eso quería decir que se podía enamorar de cualquiera...
Hay que decir que la cuestión sexual interesa sobremanera a Atiq Rahimi. Y cual remedo de Freud, se trastabilla en la conversación buscando y sirviendo explicaciones sexuales para todo tipo de cuestiones. Rahimi sostiene, y eso le preocupa, que "es facilísimo follar, dificilísimo hacer el amor, facilísimo disparar y dificilísimo besar, por eso hay tantas violaciones en las guerras, porque cuando el deseo amoroso no puede expresarse, surge la violencia". Asumido el papel de la violación como una prolongación del castigo, Rahimi sostiene: "No es casualidad que el fusil tenga esa forma fálica, ni que tirar tenga ese doble significado de disparar y de tirarse a alguien".
El autor de Tierra y cenizas está convencido de que para corregir todas esas lagunas educativas que, según él, asuelan su patria, sólo existe un camino: la cultura. "Los fusiles no salvarán mi país, eso ya se ha demostrado. Si existe un único factor capaz de cambiar el mundo, ése es la cultura. Y lo estamos viendo hoy, por desgracia: la política y la economía nos han llevado al abismo, no por casualidad, sino porque la lógica política lo permite todo, abre la puerta a todos los excesos, y la economía lo justifica todo en meras cifras. Al final, lo único que nos aporta virtud y seña de identidad es nuestra forma de ser, de hablar, de comer, de vestirnos, todo eso es cultura, leer un libro o ver una película tiene en nosotros un efecto de espejo, nos enseña cómo somos". "Otra cosa distinta", añade, "es que con la cultura se puede manipular a la gente, eso está históricamente demostrado..., pero eso demuestra también su eficacia como arma. Por eso los dictadores nunca reprimen la economía, siempre reprimen la cultura".
Llegado a ese punto, el occidentalizado y afrancesado Atiq Rahimi lanza sus dardos contra el papel desempeñado en Oriente por los timoneles de la política mundial. "Hasta el momento, la actuación de Europa y Estados Unidos con relación a países como Afganistán, Irak o Irán es un enorme fracaso. Su estrategia se ha reducido exclusivamente al plano político-militar, en ningún momento se han preocupado de aplicar estrategias culturales, educativas y sociales. Occidente no se ha parado un segundo a pensar cómo podría instaurarse en Afganistán una identidad cultural que una a la gente. En mi país, la cultura ha sido destruida, la gente no sabe escribir, los afganos ya no saben quiénes son, el único valor es la religión..., y así no hay nada que hacer, no hay referencias sólidas".
Es una de esas tardes de París en las que todo parece en orden: los libreros del Sena despliegan su cachivache literario, una pareja de enamorados pasa con las manos entrelazadas; mamás con niño exhiben en los parques la insolente vigencia de su belleza y los camareros de esta brasserie se esfuerzan, tradición obliga, en su magisterio de antipatía consciente, sin ellos París no es París. Y sin París, Atiq Rahimi no sería el mismo Atiq Rahimi.
La ciudad transformó por completo a aquel hombre, hijo de buena familia (su padre fue gobernador al servicio de la monarquía afgana) y educado en el Liceo Francés de Kabul; aquel veinteañero que en 1984 se echó a las montañas nevadas para huir de un Afganistán ocupado por los soviéticos, un joven confuso que dejaba atrás su patria y a su familia para vivir una vida incierta. Un cuarto de siglo después de aquella llegada a Pakistán, de la muerte de su hermano a manos de los muyahidin y de su posterior petición de asilo político en Francia ("es increíble e indescifrable asistir al paso del tiempo", murmura), Rahimi es un parisiense de pro, y ahora también un miembro de la crème literaria: Syngué sabour (La piedra de la paciencia), que ahora se edita en España, se alzó con el Premio Goncourt el pasado mes de noviembre. Una recompensa simbólica en lo económico (10 euros) pero multimillonaria en prestigio y como espaldarazo a una carrera literaria.
"Mi editor me llamó un día y me dijo que estaba en la lista de candidatos al Goncourt; yo le dije que no me vacilara, pero me dijo que era verdad", recuerda divertido. "La verdad es que, al colgar el teléfono, lo primero que me dije a mí mismo fue: 'Ya está, les hace falta alguien exótico, el afgano de turno, por ejemplo'. Pero luego me alegré mucho. Ahí empezó toda una tournée de encuentros con público, con estudiantes sobre todo, y me di cuenta de que me preguntaban por mi relato, no por mi nacionalidad o mi exotismo..., eso me dio mucha confianza".
Atiq Rahimi protagonizó un curioso episodio al día siguiente de ganar el premio. El Gobierno de Sarkozy, en colaboración con el británico, pretendía fletar un vuelo chárter para expulsar a medio centenar de ilegales afganos que se habían refugiado en Calais. "El Quai d'Orsay (Ministerio de Asuntos Exteriores francés) acababa de publicar un comunicado ensalzando mi libro como una obra de hermanamiento entre culturas... ¿y de repente iban a echar a todos esos pobres refugiados?". Así que, recién estrenada la gloria literaria, a Rahimi no le tembló el pulso para redactar otro comunicado, exigiendo que la expulsión no tuviera efecto. Y no lo tuvo.
En su opinión, se mereció el premio después de una ingente tarea al servicio del idioma... francés. "Creo que el hecho de que el francés no sea mi lengua materna y de que tuviera que hacer un enorme esfuerzo de cuidado del lenguaje, influyó en los miembros del jurado; Bernard Pivot dijo que mi libro era 'una aventura dentro del idioma'. Cuando escribo en francés reviso cada palabra, me replanteo cada frase, cada ritmo, es un trabajo parecido al del orfebre... Yo trato de quitar lo superfluo, de ir directo a la esencia, me obsesiono por colocar cada palabra allí donde tiene que estar y no en otro lado... y compruebo que muchos escritores franceses no hacen ese trabajo, que sueltan en sus relatos frases banales, que practican la retórica pura".
La primera novela de Rahimi escrita en francés tras tres anteriores en lengua persa -Terre et cendres (Tierra y cenizas, Lengua de Trapo y La Magrana en catalán), Les mille maisons du rêve et de la terreur (Laberinto de sueño y angustia en Siruela; Les mil cases del somni i del terror en La Magrana) y Le retour imaginaire- es un salvaje poema en prosa sobre la relación de una mujer con su esposo moribundo, un soldado de Dios que lleva tres semanas en coma con una bala incrustada en la nuca. Una fábula sobre la pérdida y la redención con pasajes como éste:
"El sol se pone. Las armas despiertan. Esta noche, de nuevo, se destruye. Esta noche, de nuevo, se mata. La mañana. Llueve. Llueve sobre la ciudad y sus ruinas. Llueve sobre los cuerpos y sus heridas".
De la ternura a la ira y de ésta a la desesperación ("¡llevamos diez años casados y sólo desde hace tres semanas he podido compartir algo contigo!"), la mujer del relato aprovecha la crueldad del contexto para ir expresando ante el cuerpo inerte e inerme de su compañero todo su arsenal de amores y odios, de deseo y de angustia, venganza y miedo. Son los martillazos que, con el mismo diapasón con el que desgrana las cuentas de su rosario, va sacudiendo la protagonista contra esa piedra de la paciencia que, según la mitología persa, actúa como una esponja de todas nuestras miserias humanas: una piedra a la que se confiesa todo lo inconfesable... hasta que un día la piedra estalla y entonces llega la salvación.
El germen de la historia se sitúa en 2005, cuando la poeta afgana de 25 años Nadia Anjuman, amiga del escritor, era asesinada salvajemente por su marido en Herat. A ella va dedicado el libro: "Su muerte provocó en mí un ataque de rabia que todavía sigue vivo", murmura el autor de La piedra de la paciencia, que recuerda con la mirada perdida: "Los caminos de la violencia y sus efectos en la historia de mi país de origen son indescifrables. El marido de Nadia no era ningún talibán, sino un hombre culto y educado, alguien que había aceptado que ella acudiera a reuniones literarias con hombres y mujeres. Pero un día, la madre de Nadia fue a ver al marido y le dijo: 'Nosotros te la hemos entregado ¿y tú le dejas arrastrarse de esa forma por las calles? ¡Vergüenza para ti!'. Y le exigió que la encerrara. Pero él la mató. Con todo esto quiero decir que en Afganistán, como en otros países de la zona, hay un sistema social que empuja a la gente a la violencia".
La narración comprimida en estas 120 páginas supone, para el lector, un paseo por la cuerda floja que separa los abismos del amor y del horror, todo es de una forma pero susceptible de ser de otra de inmediato, parece que los inciertos fantasmas de la sangre pueden entrar en cualquier momento en esa habitación "pequeña, rectangular y asfixiante a pesar de sus paredes de color claro".
Soterrada presencia de una violencia que obsesiona a Rahimi, que insiste una y otra vez sobre el tema: "La gente no nace violenta, ciertas circunstancias le hacen violenta. Observe usted el caso de Zidane y su cabezazo en el Mundial. ¿Qué genio de la dramaturgia mundial hubiera podido imaginar una escenografía así? Ninguno, porque Zidane es un individuo pacífico. Y si ese dramaturgo lo hubiera imaginado, le habrían acusado de exagerar. La realidad, está claro, sobrepasa la ficción. Y dentro del sistema, hay situaciones concretas que sacan a pasear la bestia feroz que llevamos dentro, y de la que ya habló Shakespeare".
Un poco por rendir homenaje a su amiga asesinada y un poco por saldar viejas deudas con anteriores libros, como Tierra y cenizas, en el que el protagonismo femenino era meramente testimonial, Atiq Rahimi fue cambiando sobre la marcha el rumbo de su nueva novela: "Al principio mi historia trataba de un hombre en coma cuidado por su mujer; él no podía expresarse, hablar, actuar, pero sí oía lo que su esposa le iba diciendo, y yo quería que ese hombre muerto en vida nos transmitiera todos sus pensamientos, lo que se le pasaba por la cabeza al oírla, quería meterme en su mente. Pero a medida que fui escribiendo fue el personaje de ella el que lo fue devorando todo, me di cuenta de que era ella a quien yo quería dar voz. Una cuestión ética, si se quiere...".
Admite sin problemas el escritor la posible deuda de justicia poética con su obra anterior: "Es cierto, en Tierra y cenizas (que, por cierto, dio lugar a una película homónima dirigida por el propio Rahimi y que fue premiada en Cannes hace cinco años) la mujer sólo está en la imaginación de los personajes masculinos, pero esa presencia imaginaria llega a molestar al hombre; en Laberinto de sueño y angustia sí hay un personaje femenino, pero tampoco sabemos casi nada de ella, no se confiesa, no se revela..., así que ahora, con La piedra de la paciencia, le llega por fin el turno a la mujer que se revela".
Era cuestión de tiempo. El escritor Atiq Rahimi mira de reojo a sus orígenes orientales y decide ajustar cuentas con ciertas visiones cultural-religiosas: "Los talibanes y los fundamentalistas podrán dar a la cuestión todas las vueltas que quieran, pero el ser humano ¿dónde toma forma?, en el vientre de la mujer. Y eso, a pesar de que muchas mitologías hayan intentado por todos los medios manipular la creación y robarle el protagonismo a la mujer, asegurando que si ella procedía de la costilla izquierda del hombre, que si tal y que si cual... Pero el caso es que no: venimos de la mujer. Y no hay más que acercarse de nuevo a contemplar la gran pintura de Gustave Courbet El origen del mundo, con ese sexo femenino en primer plano elevado a categoría fundacional, lleno de fuerza... Nosotros, los hombres, sentimos envidia de esa fuerza femenina".
Desde la caída de los talibanes en 2001, Atiq Rahimi viaja con frecuencia a su país, ya sea para colaborar con un canal de televisión, Tolo TV; para buscar localizaciones con vistas a futuras nuevas películas o, simplemente, para charlar con la gente de la calle. Rahimi, que dirige en Kabul varios talleres de escritura de guión cinematográfico y televisivo, es hoy un personaje popular en su país de origen pese a haber elegido París para vivir.
Entre otras razones, su celebridad se debe a dos programas de la televisión afgana de los que él es la alma máter: una telecomedia protagonizada por universitarios ("sobre fondo de intriga amorosa, es en el fondo una metáfora de la historia de mi país, con todas sus guerras, sus intransigencias religiosas y sus políticos corruptos", explica) y una especie de Operación Triunfo a la afgana.
"Vuelvo regularmente a Afganistán, lo necesito", reconoce, "allí hablo muchísimo con la gente, sobre todo con los jóvenes, y trato de descubrir sus frustraciones, por ejemplo las frustraciones sexuales, producidas por una absoluta falta de educación y de información".
Ante la mirada cómplice de las camareras de Le Fumoir (su verdadero cuartel general en París), el ganador del Goncourt empieza a desgranar un anecdotario afgano cuyo cliente más agradecido es él mismo, que ríe sin parar. "Uno de esos jóvenes me preguntó un día si era verdad, como había oído, que en Europa había una pastilla que te permitía alargar la potencia amorosa todo el tiempo que quisieras. Cuando le dije que sí se quedó boquiabierto. Yo he solido llevarles no la pastilla, pero sí preservativos y les digo: 'De entrada, esto te calma un poco al hacer el acto sexual... ¡y encima solucionáis el problema de sobrepoblación! Para ellos, el preservativo es como el descubrimiento de América".
-Así que si un día les lleva una caja de Viagra...
-¡Habrá una revolución en toda regla!
Con un tono a medio camino entre la ternura y la preocupación, el escritor expone su visión de algunos de los traumas de una sociedad plagada de carencias educativas y culturales: "La otra revolución actual entre los jóvenes afganos es el cine porno. Lo ven a escondidas, en la televisión por satélite o en Internet. Eso les perturba mucho, imagínese, nunca han recibido una educación sexual. Mire, una vez cogí un taxi en Kabul y me pasó algo increíble. El joven taxista llevaba en el coche un cartelito que decía: 'El amor no es pecado'. Entonces quise hablar de eso con él y el diálogo fue así, más o menos:
- ¿Te has enamorado alguna vez?
-Sí, una vez, locamente.
-¿Te casaste con ella?
-No.
-Pero ¿por qué?
-Porque si ella se enamoró de mí, eso quería decir que se podía enamorar de cualquiera...
Hay que decir que la cuestión sexual interesa sobremanera a Atiq Rahimi. Y cual remedo de Freud, se trastabilla en la conversación buscando y sirviendo explicaciones sexuales para todo tipo de cuestiones. Rahimi sostiene, y eso le preocupa, que "es facilísimo follar, dificilísimo hacer el amor, facilísimo disparar y dificilísimo besar, por eso hay tantas violaciones en las guerras, porque cuando el deseo amoroso no puede expresarse, surge la violencia". Asumido el papel de la violación como una prolongación del castigo, Rahimi sostiene: "No es casualidad que el fusil tenga esa forma fálica, ni que tirar tenga ese doble significado de disparar y de tirarse a alguien".
El autor de Tierra y cenizas está convencido de que para corregir todas esas lagunas educativas que, según él, asuelan su patria, sólo existe un camino: la cultura. "Los fusiles no salvarán mi país, eso ya se ha demostrado. Si existe un único factor capaz de cambiar el mundo, ése es la cultura. Y lo estamos viendo hoy, por desgracia: la política y la economía nos han llevado al abismo, no por casualidad, sino porque la lógica política lo permite todo, abre la puerta a todos los excesos, y la economía lo justifica todo en meras cifras. Al final, lo único que nos aporta virtud y seña de identidad es nuestra forma de ser, de hablar, de comer, de vestirnos, todo eso es cultura, leer un libro o ver una película tiene en nosotros un efecto de espejo, nos enseña cómo somos". "Otra cosa distinta", añade, "es que con la cultura se puede manipular a la gente, eso está históricamente demostrado..., pero eso demuestra también su eficacia como arma. Por eso los dictadores nunca reprimen la economía, siempre reprimen la cultura".
Llegado a ese punto, el occidentalizado y afrancesado Atiq Rahimi lanza sus dardos contra el papel desempeñado en Oriente por los timoneles de la política mundial. "Hasta el momento, la actuación de Europa y Estados Unidos con relación a países como Afganistán, Irak o Irán es un enorme fracaso. Su estrategia se ha reducido exclusivamente al plano político-militar, en ningún momento se han preocupado de aplicar estrategias culturales, educativas y sociales. Occidente no se ha parado un segundo a pensar cómo podría instaurarse en Afganistán una identidad cultural que una a la gente. En mi país, la cultura ha sido destruida, la gente no sabe escribir, los afganos ya no saben quiénes son, el único valor es la religión..., y así no hay nada que hacer, no hay referencias sólidas".