"El Palacio de los Sueños", Ismail Kadaré (2009)


KEPA ARBIZU
Lumpen




Salvo para los galardonados, no es fácil saber cuál es el beneficio que se esconde detrás de la infinidad de premios literarios que existen hoy en día. Esta vez debo confesar que gracias a la concesión del Premio Príncipe de Asturias de este año a Ismail Kadaré, he podido acercarme a la obra de este, para mí, desconocido escritor. Así que por esta vez , algo en claro, por lo menos personalmente, he sacado de tal reconocimiento.

Nacido en Albania hace 73 años, su literatura es reconocida principalmente, o por lo menos así se ha publicitado, por su oposición, a partir de cierto momento, al régimen comunista que estuvo vigente en su país de la mano de Enver Hoxha. Al margen de consideraciones puramente políticas, no creo que sea un halago delimitar la obra de un artista de una manera tan concreta, tanto en el tiempo como en el lugar. En principio ésta debería subvertir esas coordenadas por medio de una vocación mucho más universal. El propio escritor así lo ha dicho, explicando que su visión no trata de una época ni de unos mecanismos de poder específicos, aunque es cierto que su obra suele situarse en zonas delimitadas, sino de percepciones mucho más generales. Por lo tanto a la hora de analizar sus cualidades, o lo contrario, deben ser observadas de una manera más genérica y desde una perspectiva más lejana.

Todo lo dicho hasta ahora es aplicable a su libro “El palacio de los sueños”. Se trata de la historia de Mark-Alem, perteneciente a una familia poderosa y de alta influencia aunque venida algo a menos, que es aceptado dentro de un organismo dedicado a analizar los sueños que los súbditos deben contar. Institución representada por un enorme edificio con características totalmente deshumanizadas. No es casualidad que el protagonista cada vez que debe ir de un sitio a otro se pierda con el consecuente agobio y asfixia. Es fácil asemejarlo al castillo kafkiano tanto por lo opresivo como por su naturaleza irracional.

La reflexión central del libro gira en torno al poder burocrático y su obsesión por controlar al individuo, en este caso por medio de los sueños, origen según los controladores de todas las acciones, pensamientos y actividades. Por lo tanto su vigilancia y dominio es de vital importancia. Esta imagen tiene tanto en común con el gran hermano orwelliano como con el mundo feliz de Huxley. Cada uno de ellos incide en un aspecto pero los tres reflexionan sobre el dominio que se ejerce sobre el ciudadano desactivando su pensamiento crítico.

También es destacable el desarrollo personal que sufre el protagonista. Desde los inicios en que su tarea le crea cierto desagrado va evolucionando, a la vez que su posición en el organigrama, hacia una aceptación donde el poder, el status y el ego personal toman relevancia en sus prioridades. No es menos interesante la idea que se deja entrever en un par de ocasiones respecto a la manipulación que se hace de los sueños, extrapolable a cualquier conducta social. Siempre queda en el aire si verdaderamente son puros y espontáneos, inventados o lo más siniestro de todo, surgen como el resultado de una incitación por parte de las altas esferas, dicho de otra manera, ¿qué es antes, el huevo o la gallina?

Kadaré, para desarrollar todas estas ideas, utiliza un lenguaje algo plomizo, pretendidamente falto de fluidez que le permite acrecentar ese ambiente de neblina que acompaña toda la narración. Tanto en las descripciones de la ciudad, decadente al estilo de Gotham City o Blade Runner, como en los comportamientos de las personas, repetitivas y mecánicas, queda patente dicho método. Sólo al final, cuando se desencadena la acción, se torna algo más articulado y vivaz.

El resultado es una obra sobrecogedora, no únicamente por la atmósfera siniestra e intrigante que rodea a toda la narración, sino por las verdades que se esconden detrás. Aquellas que nos hablan de la eterna necesidad del poder, sea del color que sea, de supeditar a los individuos bajo su control anulando lo más temido e incontrolable para la burocracia, la libertad.