MERCEDES MONMANY
ABC
Considerado uno de los mejores cuentistas de la literatura irlandesa posjoyceana, John McGahern (1934-2006) estuvo marcado por una infancia y adolescencia de gran dureza que le perseguiría literariamente a lo largo de toda su obra. Sus seis únicas novelas publicadas y sus distintas recopilaciones de cuentos llevaban inscritas la aridez y la enloquecedora falta de afectos en la que había crecido y que, en lugar de devastarlo anímicamente, lo formaron como persona y como escritor. El reducido y claustrofóbico infierno en que vivió en sus primeros años produjo páginas de altísima calidad literaria, cristalizadas con una concisión y sequedad estremecedoras, sin sentimentalismo o manipulación emocional en busca de la compasión ajena.
Nacido en Dublín, pero crecido en la profunda y más apaleada Irlanda rural, que en épocas no lejanas había sufrido la plaga de hambrunas que diezmaron muchas de sus devotas y numerosas familias católicas, McGahern se quedó muy pronto huérfano de madre, una bondadosa maestra de pueblo, y se trasladó a vivir a un recóndito lugar en el condado de Roscommon, donde su padre había sido destinado como policía local. Su primera novela publicada, The Barracks (1963), ambientada en los cuarteles donde vivían, daba ya cuenta de aquel universo desolado.
Último suspiro
Pero sería con su terrible y de nuevo autobiográfica novela La oscuridad, de 1965, cuando se produjo el escándalo. Un escándalo que revelaría con toda su crudeza lo que había dado pie a tan siniestro y singular Bildungsroman, el mismo que seguiría escribiendo y traspasando a la literatura, obsesivamente, hasta su último suspiro escrito, el libro Memoir, publicado un año antes de su fallecimiento.
Ausente ya su adorada madre del ámbito familiar, el pequeño John (Mahoney en la novela) se quedó, con sus hermanos, en manos de un violento maltratador casero, su padre, que sufría constantes cambios de humor y que los golpeaba sin cesar. Un ser perturbado y cruel al que probablemente el cargo de sargento en un pequeña comunidad amedrentada preservaba impunemente de toda culpa y de cualquier mirada o acusación «inconveniente». Un primo cura, cómplice silencioso, y en ocasiones activo, de toda aquella brutalidad y abusos sexuales, era el mentor en cierta manera y el encargado de orientar al vivaz e inteligente Mahoney hacia la salida más recurrente en aquellos días: el sacerdocio.
Ansias de escapar
Mahoney, sin embargo, tenía grandes dudas acerca de su vocación y, en cambio, sí tenía muy claro el propósito de seguir sus estudios como fuera, siempre a pesar de su fracasado y vengativo padre, que ingeniaría mil artimañas para torpedear sus ansias de escapar de aquella espiral de ignorancia, sumisión, odio y recelo hacia todo lo que de bueno pudiera ofrecer la vida. Pero el pequeño era tenaz, y a contracorriente de «la intensidad del odio» y del aborrecimiento mutuo, no dejó nunca de lado la esperanza ni quiso expulsar de su vida «el anhelo de confiar».
El libro, como era de esperar para la época en la que se publicó, en la que una perfecta conjunción Iglesia-Estado aún cerraba a cal y canto toda posibilidad de lavar los trapos sucios familiares en público, fue prohibido y acusado de «pornográfico». McGahern sería expulsado de su trabajo de profesor y se vería obligado a emigrar a Inglaterra, donde permaneció varios años, antes de regresar a su Irlanda natal.
Por su parte, sus célebres Cuentos completos, que verían la luz por primera vez en 1992 (con algunos añadidos posteriores), y entre los que destacan «Corea», «Reloj de oro» o «Paracaídas», obtendrían un enorme éxito de público y lo devolverían al lugar natural que se merecía entre Joyce, Frank O?Connor, Brendan Behan o Flann O?Brien. Ambientados algunos de ellos en un Dublín urbano, poblado de melancólicos y grises amores muchas veces fracasados, en la recopilación tenía un lugar privilegiado la presencia de lo que más conocía y había vivido, incluso a su regreso tras años de exilio: la Irlanda rural de las carreras de galgos, de la pesca en los ríos, de las apuestas y los partidos de fútbol, de las miserias familiares, de las leales y silenciosas amistades; y sobre todo la Irlanda introspectiva de las pocas palabras y las innumerables pintas de cervezas consumidas en la taberna de cada lugar, a última hora del día.
Nacido en Dublín, pero crecido en la profunda y más apaleada Irlanda rural, que en épocas no lejanas había sufrido la plaga de hambrunas que diezmaron muchas de sus devotas y numerosas familias católicas, McGahern se quedó muy pronto huérfano de madre, una bondadosa maestra de pueblo, y se trasladó a vivir a un recóndito lugar en el condado de Roscommon, donde su padre había sido destinado como policía local. Su primera novela publicada, The Barracks (1963), ambientada en los cuarteles donde vivían, daba ya cuenta de aquel universo desolado.
Último suspiro
Pero sería con su terrible y de nuevo autobiográfica novela La oscuridad, de 1965, cuando se produjo el escándalo. Un escándalo que revelaría con toda su crudeza lo que había dado pie a tan siniestro y singular Bildungsroman, el mismo que seguiría escribiendo y traspasando a la literatura, obsesivamente, hasta su último suspiro escrito, el libro Memoir, publicado un año antes de su fallecimiento.
Ausente ya su adorada madre del ámbito familiar, el pequeño John (Mahoney en la novela) se quedó, con sus hermanos, en manos de un violento maltratador casero, su padre, que sufría constantes cambios de humor y que los golpeaba sin cesar. Un ser perturbado y cruel al que probablemente el cargo de sargento en un pequeña comunidad amedrentada preservaba impunemente de toda culpa y de cualquier mirada o acusación «inconveniente». Un primo cura, cómplice silencioso, y en ocasiones activo, de toda aquella brutalidad y abusos sexuales, era el mentor en cierta manera y el encargado de orientar al vivaz e inteligente Mahoney hacia la salida más recurrente en aquellos días: el sacerdocio.
Ansias de escapar
Mahoney, sin embargo, tenía grandes dudas acerca de su vocación y, en cambio, sí tenía muy claro el propósito de seguir sus estudios como fuera, siempre a pesar de su fracasado y vengativo padre, que ingeniaría mil artimañas para torpedear sus ansias de escapar de aquella espiral de ignorancia, sumisión, odio y recelo hacia todo lo que de bueno pudiera ofrecer la vida. Pero el pequeño era tenaz, y a contracorriente de «la intensidad del odio» y del aborrecimiento mutuo, no dejó nunca de lado la esperanza ni quiso expulsar de su vida «el anhelo de confiar».
El libro, como era de esperar para la época en la que se publicó, en la que una perfecta conjunción Iglesia-Estado aún cerraba a cal y canto toda posibilidad de lavar los trapos sucios familiares en público, fue prohibido y acusado de «pornográfico». McGahern sería expulsado de su trabajo de profesor y se vería obligado a emigrar a Inglaterra, donde permaneció varios años, antes de regresar a su Irlanda natal.
Por su parte, sus célebres Cuentos completos, que verían la luz por primera vez en 1992 (con algunos añadidos posteriores), y entre los que destacan «Corea», «Reloj de oro» o «Paracaídas», obtendrían un enorme éxito de público y lo devolverían al lugar natural que se merecía entre Joyce, Frank O?Connor, Brendan Behan o Flann O?Brien. Ambientados algunos de ellos en un Dublín urbano, poblado de melancólicos y grises amores muchas veces fracasados, en la recopilación tenía un lugar privilegiado la presencia de lo que más conocía y había vivido, incluso a su regreso tras años de exilio: la Irlanda rural de las carreras de galgos, de la pesca en los ríos, de las apuestas y los partidos de fútbol, de las miserias familiares, de las leales y silenciosas amistades; y sobre todo la Irlanda introspectiva de las pocas palabras y las innumerables pintas de cervezas consumidas en la taberna de cada lugar, a última hora del día.