El arte despedazado de Hirschhorn


El radical creador suizo retrata con sus instalaciones una sociedad en destrucción


ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS
El País




Un maniquí de escaparate acribillado por miles de tornillos se impone con la ambigua fuerza de un robot trágico. Da miedo y también da pena. Es la pieza clave de la exposición que el suizo Thomas Hirschhorn inaugura mañana en la madrileña La Casa Encendida. Conocido por sus dramáticas instalaciones hipersaturadas de información y materiales, Hirschhorn -uno de los artistas más importantes de la última década- apela a un trabajo combativo que se mueve entre la filosofía y la cultura popular para ejercer de manera rotunda la crítica política y social.

Nacido en Berna (Suiza) en 1957, su radicalidad le movió a retirar su obra de su país natal en 2004, cuando la extrema derecha entró en el gobierno. Meses después le costó una agria polémica institucional (y parlamentaria) cuando utilizó la Casa de Suiza de París (donde reside) para ridiculizar la democracia de la confederación. "Con la exposición Swiss Swiss democracy no me enfrenté a mi país, sino a ciertos sectores que lo convierten en un lugar excluyente y nacionalista", explica. Pero su voluntad transgresora va más alla y también se dirige a su propio medio de expresión. Así nació el Museo Precario Albinet, obra de arte en forma de museo popular "y activo" en la periferia de París en el que se exponen piezas originales de Duchamp, Mondrian o Warhol bajo un techo pobre y prefabricado. Hirschhorn cree que el arte no necesita un lugar "ideal" para existir, y su vida efímera puede brillar en cualquier parte. Él se limita a defender la "responsabilidad" del creador: "No creo en el arte político, sino en hacer arte de forma política. Y lo político es lo cotidiano, es decir la economía, la cultura y la educación que podemos tocar".

Thomas Hirschhorn reúne en Madrid por primera vez ocho obras en las que las vísceras de plástico, los recortes de revistas y los muñecos manga hablan de una humanidad destrozada y paradójica que se destruye y reconstruye con kilómetros de cables y cinta adhesiva. "El material", explica, "también es una elección política, por eso es sencillo, sin plusvalías, no tiene poder intimidatorio, no es exclusivo". La única calidad que le interesa al artista es la energía que transmite su obra, "y la energía es urgencia, la urgencia de explicar algo".

Entre esos materiales llama la atención una pila de números de la revista española Interviú. "No sabía que era tan popular. Aunque no sé leer español llevo años coleccionándola. Cada semana compro decenas de revistas, Newsweek, Time... Tengo un archivo enorme en mi estudio de París. Lo que siempre me llamó la atención de Interviú era esa combinación de fotografías muy duras y explícitas en su interior con esas chicas desnudas en su portada. Me impacta esa mezcla, me parece un collage impreso del mundo en el que vivimos".

Un mundo sin eufemismos: las fotografías de cuerpos reventados están tan desnudas como los maniquíes. "No me importa mostrar esas fotos, son parte de nuestro mundo. No sé si eran de víctimas o de verdugos. No me importa, son cuerpos destrozados. Los maniquíes no son una obsesión sino una preocupación. Son figuras que representan la sociedad de consumo pero que también están ligadas al arte a través del dadaismo o el surrealismo. Los maniquíes se reconocen, están vivos, son esculturas en sí mismas, están cerca nuestro y a la vez lejos. Te permiten hacer de todo, y representan de manera excepcional el miedo al vacío".

A Hirschhorn (alto y con ese aire tan tierno como airado de los vanguardista rusos) no le incomoda saber que en el futuro compartirá página en las enciclopedias con Damien Hirst y su procaz calavera de diamantes: "Es la riqueza del arte actual. Hay sitio para todos. Hay posiciones muy distintas y todas se pueden defender".

Hirschhorn busca un diálogo tan emocional como intelectual. "Quiero implicación, venga de donde venga. Es lo único que espero. No juzgo nada más, lo que me importa es lo que pasa entre el espectador y la obra, ya sea actual o un Leonardo da Vinci, es un misterio y cualquier artista busca ese misterio". Cita entonces al filósofo italiano Toni Negri para definir las capacidades intelectuales y físicas del arte. "El artista da la idea, pero también da la forma. Ésa es una de las grandes bellezas del arte. Negri habla de cuatro fundamentos: la pasión, la perseverancia, la capacidad intelectual y la capacidad para tocar la realidad".

La pieza The subjecters no solo da título a la muestra de Madrid, sino que resume el mundo convulso de este artista. Hay en ella ecos de la mujer-máquina del Metrópolis de Fritz Lang, aunque el artista prefiere hablar de "una representación contemporánea de un fetiche africano". "Representa todo lo que quiero contar, ese aspecto de lo misterioso que es casi mística. Es una figura herida y su herida es su coraza".

El artista levanta los hombros porque no sabe cuantos tornillos ha clavado a su esfigie de plástico. "Pero tengo una historia curiosa: en la Edad Media los hombres con oficios marcaban su paso dejando tornillos clavados en las casas. Aquélla era una imagen profana". Al preguntarle por su sitio en el mapa del arte dibuja un círculo en el centro de un folio en blanco y planta dentro una cruz. "Ése es mi sitio. El centro. Es el sitio de todo artista, no hay otro. Y el que lo confunda con egocentrismo es que no entiende nada".