Nadie ha contado tanto de su país, del mundo y de la vida narrando "simplemente" una historia de amor como el escritor turco Orhan Pamuk en su última novela, 'El museo de la inocencia', que acaba de publicar en Estados Unidos traducida al inglés
ANNA GRAU
ABC
El premio Nobel vuelve a la carga literaria con una pasión turca que retrata Estambul de los años 70 a los 90 y que es, a su vez, un sobrecogedor viaje interior de Oeste a Este y viceversa. Una aventura narrativa que es una búsqueda incansable del centro de la novela y de lo humano.
-¿La historia de amor de Kemal y Füsun es real?
-Esa es la pregunta que me han hecho más veces desde que salió la novela: «¿Es usted Kemal?» Hasta voy a hablar de ello en Harvard, déjeme mostrarle... (enseña el borrador de una de las seis conferencias que va a pronunciar a lo largo de este otoño)... La naturaleza del acto de la novela es que tú puedes decir 15.000 veces que tú no eres Kemal sin que los lectores te crean... Y sin que tú dejes de desear secretamente eso mismo, que no te crean... Yo no soy Kemal pero no voy a discutir con ningún lector que crea que lo soy. Kemal pertenece a la clase alta de Estambul, es joven y rico, pero algo raro pasa con él. Yo nunca he sido tan rico como él pero comparto parte de su incomodidad por ser rico en un país pobre, su resentimiento contra el modo de vida bourgeois... Poco a poco se va zafando de su grupo social predeterminado, se va individualizando, y eso lo va haciendo interesante.
-Quizás Kemal se vuelve más individuo, pero también menos individualista. Cada vez vive menos como un niño rico inconsciente, y más como un trágico enamorado a la antigua.
-¡Bien dicho! Se individualiza pero abandona su egoísmo.
-La novela empieza muy a la occidental, llena de sexo y dinero, y poco a poco van predominando valores como la dignidad en la pobreza, el sacrificio, incluso la castidad, que usted presenta bajo una luz muy respetuosa y hasta atractiva.
¿Preparado para las iras feministas?
-Sí, esta novela funciona al revés de cómo suele funcionar la típica novela Este-Oeste en Turquía. Lo normal es: una chica pobre de familia conservadora se occidentaliza y moderniza, se mete a artista, conoce a un hombre rico, acaba de prostituta... ¡gran drama! O al revés, la parte occidentalizada tiene una iluminación, descubre los valores orientales y deja atrás el materialismo... Mi Kemal viaja de Oeste a Este, pero no en plan triunfal sino sufriendo mucho en el proceso...
-Al final, Kemal le dice a un personaje, que es usted mismo: «Que todo el mundo sepa que he tenido una vida muy feliz».
-El libro empieza con Kemal diciendo que recuerda el momento más feliz de su vida. Y acaba así. La primera afirmación todo el mundo la considera probable. La última ya es más problemática, porque se lee en un contexto en que muchos considerarían que Kemal ha llevado una vida de lo más infeliz. Muchos de sus antiguos amigos burgueses se apiadan de él. El lector debe decidir si ha sido feliz o si no lo ha sido. Si ha desperdiciado su vida o no. Yo no me pronuncio al respecto.
-Usted había escrito historias de amor en el pasado, pero ninguna tan desgarradora como ésta. Para atreverse con dramones así, ¿hay que llevar el escudo del Premio Nobel?
-Mi historia tiene un lado melodramático muy fuerte, del que estoy muy contento. He trabajado mucho en él.
-Tras el escándalo de sus declaraciones sobre el genocidio armenio, ¿vive usted en Turquía o no?
-Sigo viviendo en Turquía, pero no tan pacíficamente como solía. Paso mucho tiempo dando clases en el extranjero y en Turquía tengo que resignarme a llevar guardaespaldas, pero no creo que se deba tanto a mis posicionamientos políticos como al hecho de ser premio Nobel... Yo me sigo sintiendo muy a gusto en mi país.
-¿Y no es mucha carga para un escritor pensar que cada vez que abre la boca puede comprometer el ingreso de su país en la Unión Europea?
-Rechazo totalmente eso, las pocas veces que haya podido pasar eso será por manipulación de mis palabras... Yo seguiré hablando de política siempre que me parezca.
-¿Lo de Europa y Turquía es definitivamente un amor imposible?
-Cuando estuve en Barcelona y Madrid promocionando «Mi nombre es Rojo», a finales de los 90 y principios de los 2000, me encontré una actitud muy receptiva y muy propicia, muchos periodistas hicieron reflexiones sobre la cultura mediterránea común, incluso haciendo paralelismos entre la transición española a la democracia y a la modernidad, y el mismo proceso en Turquía... Por unos años fue así, pero de repente las puertas se cerraron y las perspectivas fueron muy malas. La oleada conservadora en Europa, con Merkel en Alemania y Sarkozy en Francia, la misma Turquía que no hizo los deberes en materia de libertad religiosa y libertad de expresión...
-Bueno, no siempre las reticencias a la entrada de Turquía en la Unión Europea son en clave conservadora... A veces han tenido un fuerte componente antiamericano, coincidiendo con los años de la guerra de Irak... ¿Cree que Obama puede ser una ayuda?
-Obama puede ayudar, pero en el fondo esto va mucho más allá de qué partidos políticos ocupan el poder. Tiene mucho que ver con desconfianza y resentimiento culturales por los dos lados. ¿Están dispuestos a aceptar a Turquía y ser una Europa fuerte o grande, como Estados Unidos? ¿O prefieren replegarse a una vida más fácil pero menos ambiciosa? Dejar fuera a una Turquía secular de Europa tiene costes económicos y tiene costes culturales. Esto va a depender menos de los políticos que de los ciudadanos. Decidirán ellos.
No hablemos de Obama, hablemos de amor
-¿Le gusta Obama?
-Cuando ganó yo estaba en Columbia, rodeado de profesores de izquierda contentísimos... Y yo con ellos... Pero yo soy turco y no creo que la Humanidad dependa de un presidente americano.
-¿Qué le pareció su discurso en El Cairo?
-No soportaría hablar tanto de la novela y que usted titulara con Obama...
-Bueno. ¿Ha tenido usted una vida feliz, como Kemal?
-Una pregunta que trato de evitar. Tengo todo lo que hace falta para ser feliz. Estoy muy agradecido. Pero la felicidad es química, es cómo reaccionas tú. Comparto con Kemal cierta tendencia a buscarme motivos de infelicidad.
-Y enamorado, ¿está?
-¡Sí! Ella está en el piso de arriba...