Cinefilo
Woody Allen vuelve a cumplir su cita anual con nosotros, sus seguidores, y el resto del público (del cual la mayoría, desgraciadamente, suele no comprenderle). Da gusto que un director como él ame el cine de tal manera que, pese a su edad (cumplirá 74 años en diciembre), nos ofrezca puntualmente cada otoño, e independientemente de su calidad, un nuevo largometraje que poder degustar.
Hace cuatro años, Allen se alejó de su querida Manhattan para experimentar rodando en otros lugares del mundo. El invento le funcionó realmente bien y a la primera, estrenando Match Point con gran éxito de crítica y público, y una más que merecida nominación al Oscar al mejor guión original.
Tras ella llegaron Scoop y la desconcertante Cassandra’s Dream (El sueño de Cassandra), hasta que hace justamente un año tuvimos la poca fortuna de ver uno de sus peores trabajos: Vicky Cristina Barcelona; un panfleto propagandístico hipócrita, mediocre y nada inspirado pero afortunadamente mejor interpretado, que a pesar de ser un encargo descarado (ese título, por el amor de Dios), fascinó a gran parte de la crítica especializada norteamericana.
Ahora, después de pasar por Londres, Oviedo y Barcelona, vuelve con Si la cosa funciona (Whatever Works) al lugar al que corresponde, y del que muy pocas veces debería alejarse en el futuro: Nueva York. Su Manhattan, que es un personaje más. Su isla de gente extraña, divertida, estrafalaria, pedante, snob y todos los adjetivos mencionados, pero invertidos.
El propio Allen desveló hace poco, promocionando la película, que el guión de Si la cosa funciona lo escribió durante la década de los setenta, teniendo en mente a Zero Mostel para el papel protagonista de Boris Yellnikoff (que ha retomado, y con gran acierto, Larry David). Por desgracia, Woody dejó de lado el guión debido a la muerte de Mostel en 1977. Treinta años después, el director neoyorquino recuperó el libreto ante una amenaza potencial de la huelga del Sindicato de Guionistas, terminándolo y actualizando sólo las referencias sociales y políticas.
Y de verdad, muchísimas gracias por hacerlo, Woody.
Sin duda Match Point fue una gran jugada (je…), pero el estado de forma actual del director de Misterioso asesinato en Manhattan está lejos del genio que antaño fue. La edad no perdona, y menos cuando se escribe un guión cada seis meses. Sin embargo, el destino ha querido que la filmografía reciente de Allen recibiera una bocanada de aire fresco. Añejo, pero fresco.
Con Si la cosa funciona vuelve el Woody Allen que a todos nos gusta. Vuelve Nueva York, la ironía, la crítica, la comedia y el sentido del humor, con una simpleza que termina por redondear una cinta que muy bien podría ser una obra de teatro. Desde luego no es su mejor película, y prácticamente no nos pilla desprevenidos. Pero ante los altibajos actuales, y aunque peque de cierta bobaliconería en su desenlace después de repartir leña a diestro y siniestro (eso sí, sin perder ni un atisbo de personalidad), se antoja divertida, entretenida y refrescante.
Un inteligente viaje a tiempos mejores (si puede ser a bordo de un Delorean, pues mucho mejor ) que se agradece enormemente desde la nostalgia, con el terrible presentimiento de que ya nada volverá a ser como antes.
Espero equivocarme.
Hace cuatro años, Allen se alejó de su querida Manhattan para experimentar rodando en otros lugares del mundo. El invento le funcionó realmente bien y a la primera, estrenando Match Point con gran éxito de crítica y público, y una más que merecida nominación al Oscar al mejor guión original.
Tras ella llegaron Scoop y la desconcertante Cassandra’s Dream (El sueño de Cassandra), hasta que hace justamente un año tuvimos la poca fortuna de ver uno de sus peores trabajos: Vicky Cristina Barcelona; un panfleto propagandístico hipócrita, mediocre y nada inspirado pero afortunadamente mejor interpretado, que a pesar de ser un encargo descarado (ese título, por el amor de Dios), fascinó a gran parte de la crítica especializada norteamericana.
Ahora, después de pasar por Londres, Oviedo y Barcelona, vuelve con Si la cosa funciona (Whatever Works) al lugar al que corresponde, y del que muy pocas veces debería alejarse en el futuro: Nueva York. Su Manhattan, que es un personaje más. Su isla de gente extraña, divertida, estrafalaria, pedante, snob y todos los adjetivos mencionados, pero invertidos.
El propio Allen desveló hace poco, promocionando la película, que el guión de Si la cosa funciona lo escribió durante la década de los setenta, teniendo en mente a Zero Mostel para el papel protagonista de Boris Yellnikoff (que ha retomado, y con gran acierto, Larry David). Por desgracia, Woody dejó de lado el guión debido a la muerte de Mostel en 1977. Treinta años después, el director neoyorquino recuperó el libreto ante una amenaza potencial de la huelga del Sindicato de Guionistas, terminándolo y actualizando sólo las referencias sociales y políticas.
Y de verdad, muchísimas gracias por hacerlo, Woody.
Sin duda Match Point fue una gran jugada (je…), pero el estado de forma actual del director de Misterioso asesinato en Manhattan está lejos del genio que antaño fue. La edad no perdona, y menos cuando se escribe un guión cada seis meses. Sin embargo, el destino ha querido que la filmografía reciente de Allen recibiera una bocanada de aire fresco. Añejo, pero fresco.
Con Si la cosa funciona vuelve el Woody Allen que a todos nos gusta. Vuelve Nueva York, la ironía, la crítica, la comedia y el sentido del humor, con una simpleza que termina por redondear una cinta que muy bien podría ser una obra de teatro. Desde luego no es su mejor película, y prácticamente no nos pilla desprevenidos. Pero ante los altibajos actuales, y aunque peque de cierta bobaliconería en su desenlace después de repartir leña a diestro y siniestro (eso sí, sin perder ni un atisbo de personalidad), se antoja divertida, entretenida y refrescante.
Un inteligente viaje a tiempos mejores (si puede ser a bordo de un Delorean, pues mucho mejor ) que se agradece enormemente desde la nostalgia, con el terrible presentimiento de que ya nada volverá a ser como antes.
Espero equivocarme.