China inicia una reforma para sacar al campo de la pobreza

Los campesinos, a quienes no ha beneficiado el boom económico, podrán transferir tierras

ANDREA RODÉS
Público

Cubierta de pies a cabeza según la costumbre de los uigur, la minoría étnica musulmana que habita la provincia china de Xinjiang, una mujer recoge algodón recién florecido bajo el sol de octubre en la localidad de Opal. Lleva trabajando en el campo desde primera hora de la mañana. "Hay que recoger el algodón antes de que se marchite", explica la campesina. Espera vender en el bazar cada saco de un kilogramo de algodón por 1 yuan (10 céntimos de euro). No puede desperdiciar ni un gramo, teniendo en cuenta el poco algodón que puede cultivar en la parcela de su familia, que solo mide 50 mu equivalente a 3,3 hectáreas, donde también plantan maíz.

La mujer forma parte de los más de 730 millones de campesinos que el Gobierno chino se ha propuesto sacar de la pobreza a medio plazo. Ayer, el Gobierno anunció una reforma clave para revitalizar las zonas rurales que incluye permitir a los agricultores que alquilen o transfieran la tierra que tienen asignada en usufructo.

En China, la propiedad de la tierra es colectiva desde 1949 y los campesinos obtienen los derechos de explotación de pequeñas parcelas por períodos de 30 años. No poseen la tierra, se quedan con el producto que cosechan en ella. El hecho de no ser propietarios disuade a los campesinos de realizar inversiones para modernizar los cultivos y hace imposible que estos sean rentables.

Pero la situación puede cambiar con la puesta en marcha de la reforma legal del medio rural decidida la semana pasada por la cúpula del Partido Comunista chino (PCCh) en su Plenario anual. El plan pretende proteger los derechos sobre la tierra de los campesinos, modernizar la agricultura y conseguir doblar la capacidad adquisitiva de la población rural en 2020.

Las medidas incluyen la ampliación de los periodos de explotación de la tierra a 70 años, permitir a los campesinos transferir o alquilar sus derechos de usufructo sobre un terreno, o usarlos como avales bancarios.

El primer mercado de intercambio para alquilar o vender derechos de explotación sobre la tierra empezó el lunes pasado en Chengdu y está siendo un éxito, según el diario británico Financial Times, que cita fuentes oficiales.
Algunos analistas internacionales dudan de que las medidas lleguen a aplicarse de forma plena, alegando la falta de acuerdo entre los dirigentes comunistas sobre una reforma encarada a la privatización de la tierra.

Sin embargo, muchos académicos chinos defienden desde hace tiempo que la liberalización del mercado rural es esencial para que los campesinos puedan enriquecerse lo suficiente como para invertir y consumir. Ello, a su vez, estimulará el crecimiento de la economía doméstica ante la crisis mundial, que amenaza con recortar las exportaciones. El objetivo del plan es doblar los ingresos de la población rural desde el nivel actual de 590 dólares por persona y año hasta los 1.200 dólares por persona y año en 2020.

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Expropiaciones forzosas

En Opal todos se conocen. Ninguno de ellos ha salido de Xinjiang. La ciudad más lejana que han pisado es Kashgar, un antiguo enclave de la Ruta de la Seda, con el mayor mercado de la región, a 50 kilómetros de Opal. Por la carretera que une las dos ciudades se ven pasar los modernos vehículos 4x4 de los funcionarios locales.

Según los expertos, la reforma legal de la tierra permitirá ganar seguridad a los campesinos frente a la corrupción de los gobiernos locales. El sistema actual se ha visto plagado de usos abusivos. Los campesinos son víctimas frecuentes de expropiaciones forzosas impulsadas por la especulación inmobiliaria. En ocasiones, los gobiernos locales han confiscado tierras para vendérselas a empresarios con planes de construir viviendas, fábricas o centros comerciales, y han ofrecido una indemnización mínima por la adquisición de las tierras. Por ello, los agricultores son los protagonistas de las miles de revueltas populares que cada año sacuden la China rural y que han generado una creciente preocupación por parte del Gobierno.

Los autocares de comerciantes pakistaníes en busca de ropa y productos electrónicos baratos Made in China pasan por Opal, pero nadie se detiene. Aquí, junto a esta carretera que un día fue un antiguo tramo de la ruta de la seda entre China y lo que es hoy Pakistán, todo el mundo parece a la espera de un boom económico que nunca llega.