El secreto de lo imperecedero, el espíritu de la música

Sobre la belleza de la película "Neil Young: Heart of Gold" de Jonathan Demme


RAGTIME WILLIE
Requesound




“Es un largo camino el que he dejado atrás / es un largo camino el que me queda por delante / si persigues cada sueño / podrías perderte” (“The Painter” Neil Young)

El edificio del Ryman Auditórium es el templo musical para los aficionados al “country”. Situado en Nashville, la ciudad norteamericana en donde se han sucedido acontecimientos capitales para el desarrollo del rock and roll, ciudad de encuentros artísticos, de corrientes expresivas fascinantes.

El Ryman es un sitio con aroma. Impregnado por espíritus musicales del pasado. Poblado de fantasmas pero, sobre todo, guardián de un espíritu secular, un sentimiento indeleble que pervive más allá de modas, más allá de las generaciones sucesivas.

Un espíritu que Neil Young siempre quiso atrapar. Para la presentación mundial del disco “Prairie Wind”, Young eligió ese lugar bendito, lugar en el que han tocado desde el verdadero inspirador del espíritu de la música de Nashville, el malogrado y genial Hank Williams, hasta Elvis Costello, pasando por The Byrds o Bruce Springsteen. Young nunca había tocado allí.

Young, una vez que empezó a grabar el mencionado álbum, conoció que sufría de un aneurisma cerebral. El álbum se comenzó a grabar en Nashville, aunque el proceso tuvo que interrumpirse para que Young entrara en el quirófano por dos veces. Después de eso, Young finalizó el álbum. Paralelamente, entró en contacto con el cineasta Jonathan Demme, autor de una película inolvidable, “Stop Making Sense”, la hipnotizante actuación de los Talking Heads que condensó tres días de conciertos en el Teatro Pantages de Hollywood.

Demme siempre fue un admirador de Young y juntos decidieron abordar la filmación de la premiére mundial del álbum “Prairie Wind” en Nashville, en el Ryman Auditórium, en agosto de 2005, durante dos noches consecutivas.

Neil Young es un músico que concibe la música como una celebración, como una comunión, como una conjunción espiritual entre almas diversas. Esas almas convergen en el Ryman Auditórium y todas y cada una explica, en su viaje por carretera hacia Nashville, las circunstancias vitales que les llevaron a tocar con Young. El propio Neil confirma su concepción de una actuación en directo: no busca el virtuosismo sino la empatía, la comunicación espiritual y, por encima de todo, la amistad. Deja completamente claro que todos los músicos con los que se va a reunir en Nashville han sido, son amigos.

Una luna de agosto casi carnosa, enmarca el comienzo de la actuación de Neil Young. Como si de un decorado se tratara, la luna transmite su energía en el exterior del Ryman. El espíritu encarnado en la poderosa, a veces terrorífica, energía de la naturaleza.

La película se centra, casi en su integridad, en el concierto. La integración de los músicos, la complicidad intacta, la integración espiritual.

Demme no filma a la audiencia. No hay ni un solo plano que delate que estamos en un auditorio con público. Solamente los aplausos, las reacciones, el entusiasmo se puede escuchar. El público se esconde en la negrura, es una masa informe sin rostro.

Planos intensos de Young. Planos que abarcan el colectivo de músicos que acompañan al canadiense. Entre ellos, la figura de Spooner Oldham, envolvente pianista y organista sureño que ha acompañado a muchos de los grandes, comenzando por mi amada Aretha Franklin; Emmylou Harris, la cantante y guitarrista country que protagonizó momentos inolvidables junto a Gram Parsons; y, sobre todo, Ben Keith, el slide, el pedal steel que ha acompañado a Young durante más de tres décadas, con sus manos artríticas fabricando magia para los oídos.

Young se acompaña de una sección de viento (comandada por el gran Wayne Jackson, trompetista del mejor soul sureño de los sesenta), de una sección de cuerda, de un coro gospel…todo ello en función de la canción, remendando sonidos de reminiscencias propiamente americanas.

Y el propio Young quien, en un momento del concierto, antes de interpretar “This Old Guitar”, presenta la guitarra acústica que sostiene en sus manos: Una Martin D28 Herringbone de 1941, la misma guitarra que sonó en manos de Hank Williams en un concierto en el mismo escenario, allá por 1951. Young se erige en el receptáculo del espíritu de Williams, en su receptáculo y en su vehículo de emisión.

Además de presentar en su integridad el “Prairie Wind”, Young desgrana temas clásicos de su repertorio en la segunda mitad de los conciertos. Particularmente conmovedora es la versión que realiza de su “I’m a child”, el tema que compuso cuando todavía estaba en Buffalo Springfield: esa manera de sacar chispas de su acústica, desgastada, sobada pero con un sonido particularmente conmovedor.

Young destila buen humor, comparte confidencias y anécdotas con ese público desconocido que no conseguimos ver en el film. Un tipo que se erige en superviviente.

La vida es una cuestión de supervivencia. Afrontar otro día, aún a pesar de desgarros existenciales, aún a pesar de contar con una salud penosa, aún a pesar de que la juventud ha pasado de largo sin ni siquiera darnos cuenta, es una cuestión de supervivencia.

Y la supervivencia es una cuestión, fundamentalmente, espiritual. Es una cuestión anímica, interna, sentimental. El espíritu permanece fuera del mundo material. Y Neil Young transpira ese espíritu, compartido por los músicos que tocan con él.

El Young que, de manera desgarradora y durante los ensayos, interpreta, con su propia alma desnuda, en los títulos de crédito finales, “The Old Laughing Lady”. El músico que, una vez acabada su interpretación, enfunda su guitarra con dificultad, se cala su sombrero de ranchero y camina tranquilamente hacia un fundido en negro.

En un momento del film, justo antes de atacar su clasico “Old Man”, Young enfatiza que es, y ha sido, un afortunado. Bienaventurados aquellos que tienen la fortuna de atesorar una vida interior tan sólida que, a pesar del declive físico, a pesar de todas las vicisitudes que la vida nos presenta, su alma permanece asentada para pervivir a través de los tiempos, a través del abrumador concepto de eternidad.

Y esta película tan hermosa habla de eso: el milagro de la música, la simplicidad mágica de un puñado de amigos que comparten sus espíritus para provocar una catarsis de tal intensidad emocional, que hará que nadie que haya asistido a tan bello testimonio, permanezca indiferente.

Todavía hacen falta películas tan agresivamente bellas como ésta para reivindicar la música y los músicos con mayúsculas.