La caza más peligrosa, "El malvado Zaroff"

JOSÉ MARÍA LATORRE
ABC



Basado en un estupendo relato de Richard Connell, El malvado Zaroff parte, igual que King Kong, de la idea del viaje y la llegada a unas tierras ignotas. El relato arranca con el naufragio de un barco en el que viajan unos cazadores, después de haber encallado en un grupo de arrecifes que rodean a una isla. Frente a la descripción que hace Connell del protagonista, Bob Rainsford, quien afirma que «la caza es el mejor deporte del mundo..., constituido por dos especies: los cazadores y los cazados», enorgulleciéndose de pertenecer a los primeros, Ernest B. Schoedsack e Irving Pichel, codirectores del filme, lo presentan, en cambio, como a un ácido cuestionador de la caza: «La bestia que mata para vivir es llamada salvaje; al hombre, que mata por deporte, se le llama civilizado», comenta durante la charla que mantienen los cazadores antes del naufragio.

Si el relato de Connell propone una refinada venganza contra el sadismo de los cazadores mediante una inversión de roles (el orgulloso cazador, superviviente del naufragio, tendrá que afrontar el hecho de convertirse en la presa de una cacería siniestra), el filme introduce la variante indicada e incorpora otros personajes, que, si bien pueden entenderse como un recurso para alargar la anécdota o como una concesión a las convenciones hollywoodienses introduciendo a una mujer que no aparece en el original literario, le confiere unos matices sexuales que, añadidos al sentido erótico de la caza, ayudan a componer una atmósfera turbadora.

Juego diabólico.Tras un momento premonitorio (la aparición de unos tiburones atacando a los náufragos: es el comienzo de la caza del hombre), Rainsford va a parar a un viejo caserón construido por portugueses en medio de la selva y que ahora pertenece al conde Zaroff. Allí, entre interminables estancias de altos techos y escalinatas que parecen no tener fin, Rainsford se ve arrastrado a un diabólico juego para el cual no puede proponer ni una regla, sólo aceptar las que impone el aristócrata, un individuo que afirma que «Dios ha hecho poetas, reyes y mendigos; a mí me hizo cazador», y al que la palabra «caza» despierta en sus ojos el brillo de la mirada del halcón.

Zaroff asegura haber perdido el gusto de vivir y el gusto del amor, usa para sus cacerías el arco guerrero de los tártaros y confiesa sentirse aburrido después de haber dado la vuelta al mundo cazando. Rainsford y Zaroff, antagonistas verbales en el tema de la caza, se convierten en la práctica en presa y cazador. «Su cerebro, su saber, contra el mío», le dirá Zaroff a Rainsford antes del inicio de la ceremonia de la caza. Rainsford tiene motivos para temer, porque Zaroff es un hombre convencido de que ha nacido para cazar y ha hecho de ello la única razón de su existencia: un hombre que vibra de éxtasis ante la idea de matar.

El malvado Zaroff es un cuento sádico, perverso, en el que no falta ni un salón de trofeos donde cabezas humanas cuelgan de las paredes o se conservan dentro de urnas. Después de una primera parte desarrollada en los lúgubres interiores del viejo palacio, la acción pasa al exterior, una jungla neblinosa, fantástica, pantanosa, que prefigura la de Skull Island en King Kong. En ella, los perseguidos (Rainsford y Eve Trewdrige, superviviente de un naufragio anterior, junto con su hermano) representan la normalidad y la civilización, frente a un astuto Zaroff que, amo de un monstruoso decorado plagado de trampas y abismos, es el señor de la oscuridad. El brillo sádico de este filme irrepetible, lleno de referencias culturales y que combina bien el horror con la aventura, hace de su visionado una experiencia inolvidable.