Léo Malet, ángel de la historia

JUAN PEDRO QUIÑONERO
ABC




Niebla en el puente de Tolbiac (Libros del Asteroide), de Léo Malet, es un libro mítico, cuya leyenda dorada forma parte capital de las metamorfosis del francés en París; una de las joyas más bellas del patriarca de la novela policíaca gala, cuyo héroe, Nestor Burma, solo es comparable con el Philip Marlowe de Raymond Chandler y el comisario Maigret de Georges Simenon.

Cantante de cabaret, vendedor de periódicos, anarquista simpatizante de la «acción directa», agitador trotskista, poeta, humorista, erotómano, autor de un centenar largo de novelas policíacas «populares» (con media docena de pseudónimos) y de panfletos pacifistas de violencia verbal, Malet (1909-1996) ocupa un puesto muy singular en la historia literaria de Francia.

Su lenguaje, de rarísima pureza popular, tan semejante al de Jacques Prévert -tan próximos el uno al otro-, marca un punto álgido en la evolución del argot parisino del periodo comprendido entre la década de los años 20 y la de los años 50 del siglo pasado. Solo Céline escribió un francés popular más rico, en la magna tradición de François Villon.

Montmartre difunto. Su obra literaria comienza con varios libros de poemas surrealistas, donde se confunden diversas tradiciones subterráneas: el lenguaje popular de los humoristas-cantantes/chansonniers ultramordaces de un Montmartre difunto, el lenguaje ácido de la Prensa underground de entreguerras (folletinesca, libertaria), y el lenguaje de la calle, mina de insondables misterios verbales.

Malet vive el destierro de los prófugos, los desertores, los apátridas, herederos de una tradición inmortalizada por Baroja en lengua castellana. Ese primer Léo Malet escribió muy pronto una pequeña obra maestra, 120 rue de Gare (1943), que lo consagrará inmediatamente como padre del personaje de Nestor Burma, protagonista de la más imprescindible serie de novelas escritas sobre los bajos fondos del París de la segunda mitad del siglo XX, cuya oficina, Fiat Lux, será el corazón de la legendaria serie Nouveaux mystères de Paris, entre los que destacan los consagrados a cada uno de los veinte distritos -arrondissements- de la capital.

Niebla en el puente de Tolbiac es la novela que corresponde al distrito XIII. Un distrito importante en la memoria literaria de París, a través de esa y otras novelas, sin olvidar el puesto que esa geografía tiene en la obra parisina de don Pío Baroja. Varios personajes de Léo Malet y varios personajes barojianos se cruzan por las mismas calles, persiguiendo los mismos fantasmas. Solo recordaré la memoria de los últimos caídos de la Comuna, cuyos herederos últimos, en La Butte aux Cailles, rescataron buena parte de la obra novelesca y surrealista de Malet, justamente.

Nido de anarquistas. Emanuel Michelle ha estudiado la transición del Léo Malet poeta surrealista al autor de Niebla en el puente de Tolbiac en una título de referencia, From Surrealism to Less-Exquisite Cadavers: Leo Malet and the Evolution of the French Roman Noir. Francis Lacassin ha recordado el puesto mayor de Malet en la historia de las mitologías populares del siglo XX, acrecentado por una docena de películas y varias series de televisión, revisadas sin cesar desde hace veintitantos años.

En ese marco, Niebla en el puente de Tolbiac quizá sea el texto más autobiográfico de su autor. Nestor Burma vuelve a la geografía iniciática de Léo Malet. El hogar vegetariano de la novela nos habla del nido de anarquistas revolucionarios que frecuentó el joven Léo, huido a París desde su Montpellier natal, en busca de la gloria, la revolución, errabundo por los cafés libertarios donde debería debutar cantando provocaciones insoportables. La gitana del relato nos habla de los desesperados amores del hombre que veía en el erotismo el refugio último de resistencia contra el Estado. «Suicidémonos haciendo el amor, querida», llega a decir un álter ego de Léo Malet.

La lengua de esa novela (tesoro de un argot parisino que preserva el misterio de otros mundos perdidos) es el hogar último y la patria amenazada de unos desterrados que contemplan cómo crecen, en la periferia de París, desérticos territorios poblados de alimañas y humanoides que copulan con ovejas y pegan fuego a comercios, automóviles, inmuebles y autobuses con ancianas inválidas dentro. «Tierra sin alma, campo de trabajo maldito» (Céline dixit). Profecía literaria de palmaria actualidad social, cultural y política. Baste recordar los pavorosos incendios del invierno de 2005.