William Elliot Whitmore, "Animals in the dark" (2009)


KEPA ARBIZU
Lumpen




Indudable que William Elliot Whitmore es un animal extraño dentro de la música actual. Acostumbrados a dejarnos llevar por las luces y los colores e idolatrar una forma bonita frente al contenido, alguien que hace del blues rural su base musical (aquel que enlaza irremediablemente con el folk) y lo realiza con cierto minimalismo, buscando lo esencial, no parece estar encaminado al éxito. También suele ser habitual que interprete sus canciones con la única ayuda del banjo y su voz, dicho de paso, uno de sus puntos fuertes, con un tono grave que suena a mezcla entre Steve Earle y Captain Beefheart.

Con los datos que tenemos es lógico imaginarse a un hombre de cierta edad y de raza negra. Nada más lejos de la realidad, William Elliot Whitmore es un joven de poco más de treinta años nacido en Iowa, de tradición granjera, es allí rodeado de la naturaleza donde vive y realiza su música. Todo ello, sumado a su gusto musical y sus obsesiones plasmadas en sus canciones, la muerte, el sufrimiento, la redención, le hacen un representante de un mundo casi extinguido.

En el 2003 publica su primer disco, "Hyms for the hopeless", de sorprendente crudeza hace que desde ese momento se convierta en un artista alejado de modas y con un estilo incomparable. Seis años, y dos discos después, publica "Animals in the dark", otro compendio de la música tradicional negra, desde el gospel hasta el folk pasando por el blues acústico. Para ello se ha pasado al sello Anti, lugar idóneo para él ya que esta discográfica es un reducto dedicado a artistas tan personales como Tom Waits, Nick Cave o Neko Case.

Dos diferencias mínimas, o no tanto, encontramos respecto a sus anteriores discos. La primera es una preocupación más social en sus letras, casi siempre centrado en las desdichas y en la falta de esperanza frente a un oscuro mundo, ahora y debido, según él explica, a su cada vez mayor enfado al ver la deriva de su país, añade su vitriólica mirada a los excesos autoritarios o a los torpes mandatarios. Otra diferencia es que en pequeñas dosis ha aumentado la instrumentación de sus canciones, convirtiéndolas en menos rudimentaria. Ambas aspectos han ayudado a construir un conjunto todavía más impactante y arrebatador.

Desde la primera canción observamos los cambios mencionados, en “Mutiny” canta como si se tratara de un predicador, al estilo gospel, con una sección de percusión que recuerda a las Brass Bands de Nueva Orleans y donde arenga a las masas a mostrar su desacuerdo con la deriva totalitaria y sanguinaria del mundo. Por si hay dudas de por donde discurre la crítica,no hay más que escuchar sus últimos versos “ let the motherfuckers burn”. “Who stole the soul” se mueve en otro registro diferente, solo con su guitarra y con un leve sonido orquestal, crea uno de los momentos más bonitos del disco, también aplicable lo dicho, tal vez algo menos magnífica, a “Hell or high water”. “Johnny law” vuelve a utilizar el blues rural más clásico al modo de Leadbelly. Otro momento impactante es “Old devils”, un alegato contra Bush y sus secuaces. Rodeado de un ritmo desasosegante y que va “in cresendo” de tempo hasta convertirse en una explosión de rabia. Más esperanzadora es “There's hope for you”, con tintes algo más soul incluido el leve sonido de un órgano que adorna el tema. “Lifetime underground” es uno de sus recurrentes temas acompañado, únicamente, de su banjo, esta vez también un acordeón, y con un ritmo más folk. El epílogo lo pone la sobria “ A good day to die”, donde su voz resuena grave, rotunda.

Poco más hay que decir de un disco soberbio. Lo deseable es dejarse llevar al mundo que William Elliot Whitmore construye con su música, un lugar crudo y desolador pero retratado con gran talento y con ciertas dosis de belleza.