Creador de lenguaje

Francisco Umbral. Obra poética (1981-2001). Seix barral


LUIS GARCÍA JAMBRINA
ABC




La poesía está en la raíz de la obra literaria de Francisco Umbral (Madrid, 1932-Boadilla del Monte, 2007). Según él mismo confesó en más de una ocasión, su formación literaria fue eminentemente poética; de hecho, llegó a componer muchos versos en su adolescencia vallisoletana. Eran, sin duda, ejercicios de aprendizaje influidos por el autor que en esos momentos estuviera leyendo. A ratos escribía como Juan Ramón Jiménez o como Rubén Darío, otros como Neruda o como Lorca; y en ocasiones, claro está, como su admirado Baudelaire. Después, su voluntad de vivir de la literatura y de ser sólo escritor le llevará a hacerlo en prosa; una prosa, eso sí, cuajada de lirismo, de poesía. No en vano estamos hablando de uno de nuestros grandes novelistas líricos (ahí están Mortal y rosa o El hijo de Greta Garbo para demostrarlo) y de un columnista que, de vez en cuando, se descolgaba con un artículo en heptasílabos o alejandrinos prosificados (recuerdo ahora uno, magnífico, dedicado a Rigoberta Menchú).

Máximos honores

Y es que, de una forma u otra, Umbral retornaba siempre a la poesía, sobre todo en las épocas cruciales de su vida. Bajo el título de Obra poética (1981-2001), se recoge una selección de la obra poética escrita en torno a esos años, cuidadosamente editada por el principal especialista en su literatura, Miguel García-Posada, que nos ofrece también una excelente introducción. El libro tiene dos partes bien diferenciadas. Por un lado, se recupera el libro Crímenes y baladas, editado inicialmente en 1981 por Florencio Martínez Ruiz. Por otro, se da a conocer una amplia muestra de los más de 300 poemas que había en unas carpetas encontradas tras la muerte del autor, fechados entre 2000 y 2001, y que nos hablan de su vuelta a la poesía en verso en un momento en que ya ha conseguido los máximos honores literarios (entre ellos, el Premio Cervantes en el año 2000), como si con ello quisiera regresar a los orígenes y dejar cerrado el círculo de su obra, que en su caso se confunde con su vida.

Crímenes y baladas está compuesto por sesenta y cinco poemas, la mayoría de ellos en prosa, si bien hay que advertir que algunos están escritos, en realidad, en heptasílabos o alejandrinos, como puede verse en este fragmento de «Atenidos»: «Atenidos a sí, los amantes meditan; atenidos a sí, los amantes ya callan. Callan de otro silencio que más alto sonaba: ahora están en lo hondo con su paz y su nada». Varios de ellos proceden, además, de su libro más intenso y lírico, Mortal y rosa (1975), la novela del hijo. Precisamente, la muerte de éste preside una parte del poemario: «Sólo he vivido cinco años de mi vida. Los cinco años que vivió mi hijo. Antes y después, todo ha sido caos y crueldad». Por otro lado, conviene señalar que Umbral es un caso evidente de infancia prolongada o recuperada a voluntad, y eso se transparenta en su poesía. El resto de los textos de ese poemario son de carácter erótico y están protagonizados por una figura femenina (Leticia/Lutecia).

De Kafka a Ally McBeal

La segunda parte del libro incluye unos ciento treinta poemas inéditos y escritos en verso, salvo alguna que otra excepción. Casi todos están fechados con precisión, pero aquí, con buen criterio, se han ordenado temáticamente: naturaleza y paisajes, los animales (especialmente, los gatos), los paraísos artificiales, el sexo, el cuerpo, la muerte, las palabras, la literatura, los retratos y los homenajes (desde Kafka hasta Ally McBeal)? Se trata, en fin, de muchas de las grandes obsesiones de Umbral, pero lo más llamativo es que algunos textos han sido inspirados por una noticia (por eso, van encabezados por una cita tomada «de los periódicos»), que los versos, eso sí, logran siempre trascender.

Aunque la mejor poesía del autor esté dispersa en su prosa, sus poemas son de un indudable interés y, por lo general, de una muy estimable calidad. En ellos, destaca, sobre todo, la musicalidad de su ritmo, la brillantez de sus imágenes y el hábil manejo de la repetición («el estilo es insistencia», «belleza es reiteración»). Aparte de los autores arriba mencionados, cabe señalar también la influencia de Gómez de la Serna, que como él fue un gran poeta en prosa; de hecho, hay muchos poemas («El abanico») que parecen compuestos por una serie de greguerías. Pocos escritores han tenido un trato tan íntimo y promiscuo con las palabras; pocos se han entregado tanto a la literatura (lo que él llamaba «la escritura perpetua»). Su tardía obra poética pone, una vez más, de relieve la fidelidad a sus raíces y su condición de creador de lenguaje.