ÁLVARO CORTINA
El Mundo
Raymond Chandler abrió su novelística con los pasos y con las observaciones detectivescas de Philip Marlowe en la casa del coronel Sternwood. Ambos, Chandler y Marlowe, son conocidos como un solo hallazgo conjunto, una misma voz distanciada, por lo cáustico, y empática, por lo sentimental.
Su inicio, después de algún cuento, está aquí, en 'El sueño eterno' (Alianza, ahora en la colección 13/20). Su primera misión, después del encuentro con Morris, mayordomo, y con la hormonal Carmen, será detallada en aquel herbolario enrarecido, como de plantas carnívoras y primitivas. Allí donde Sternwood dice de las orquídeas tienen el perfume corrompido y dulzón de los prostíbulos. Aquel invernadero contiene, si acaso, una metáfora anecdótica.
Marlowe, el detective de Los Ángeles que juega al ajedrez consigo mismo, cuenta sus inquisiciones en siete novelas. Todas ellas conforman un mismo monólogo en forma de serial. Entre 'El sueño eterno' y 'Playback' van 20 años de carrera. Marlowe terminó su camino con 50 y tantos años ficticios, Chandler con 70 reales.
El segundo fue un escritor bastante tardío y murió un año después de 'Playback', en La Jolla. Como buen novelista americano, mantuvo intacta hasta el final su propensión a los alcoholes, y se quiso poeta antes que nada. No se puede decir que desmerezca tal categoría.
Muchos recuerdan este título por su adaptación al cine. La película está suavizada y gran parte del guión se apaña para juntar a Bogart/Bacall para que acaben besándose. Bacall, o lo que es lo mismo, Vivian Sternwood, le secunda activamente frente a Eddie Mars y a Lash Canino. Además, los guionistas Furthman, Brackett y Faulkner quitan ciertos elementos sórdidos. Aunque tiene mucho del hálito carnal originario, el cine clásico siempre ha sido firme en sus propósitos de juntar a sus estrellas en un beso o en una boda.
Bogart además encarna a un Marlowe más canijo y mayor. Hollywood lo adaptó también con algunas líneas de diálogo, de los 33 años del original pasa a los 38. El actor tenía en realidad 47. En todo caso, siendo un artista muy personal, impone su mímica sobándose el lóbulo de la oreja o poniendo los brazos como asas de jarra amarrándose del cinturón o colgándose cigarrillos de la boca.
Así Bogart es recordado como el mejor Marlowe, por encima de Mitchum o de Dick Powell, que también lo interpretaron, quizá más cerca del físico idóneo. Con todo, siempre se echa de menos, en todas las adaptaciones, la voz, la narración del protagonista. Chandler resulta ser el más literario e intraducible de los escritores de su escuela.
Audaz en los símiles, barroco y lírico, empático e insobornablemente solitario, el monólogo marlowiano es alta literatura. Y además hay desenlaces de esos que hacen acuerdo con la expectativa. Casi de todas todas el opulento es el culpable, y tras las fachadas inmaculadas de estilo colonial de Pasadena, de Beverly Hills, hay un crimen pasional. Los ricos también lloran y puede quedar alguien flotando boca abajo en el bálsamo correoso y celeste de la piscina.
La trama o, mejor dicho, el enjambre de subtramas y callejones de 'El sueño eterno' tiende a la confusión. La atmósfera es la corruptela, el calor contumaz del herbolario metafórico del coronel Sternwood, el cliente de esta entrega. Los clientes, ojo, también mienten mucho. Marlowe a veces pone la linterna en estancias equivocadas. Un cenicero con un cigarro que aún humea en una estancia vacía es signo de que alguien se fue por la puerta trasera.
Este caso se plantea, desde un principio, en dos direcciones. Un intento de soborno, por un lado, y una búsqueda de un hombre desaparecido, por otro. La feminidad tiene también dos transbordos, las dos hijas del coronel, Carmen y Vivian, que parecen alternativas pero que se conforman en una misma problemática.
Cadáveres y turbiedad
También hay un cadáver, una mujer desnuda y drogada y un turbiedad en torno a un negocio de libros antiguos. Porque también los libros antiguos pueden tener algún tejemaneje menos loable en la trastienda. Están los pagarés de Eddie Mars, que es el criminal de carnet, y en fin, acción y aparcamientos a media luz con alguien rondando.
Y hay un difunto al que aún nadie ha sabido atribuir asesino, se le conoce profesión de oficio y una muerte con los peces. Se sabe que está muerto pero no ni el cómo ni el porqué. El forense, si acaso, se ocupa del cuándo. El ambiente es lo dominante aquí y sobrevuela con inventiva de lenguaje todo el entramado de preguntas, por encima de las repuestas.
Marlowe es más emblema moral que moralista. Este un punto bien tratado. Cain y Hammett, los dos precursores más famosos del 'hard boiled', abundaron más en la falta de escrúpulos. Frank, de 'El cartero siempre llama dos veces' o Ned Beaumont de 'La llave de cristal' o el mismo 'agente de La Continental' son gente de sombras, a su lado Marlowe es un bendito. Por no hablar de 'Ataúd Johnson' y 'Sepulturero Jones', los detectives 'harlemianos'de Chester Himes.
Chandler sobrevivió sólo un año a Marlowe. Aunque no lo mató (en ficción, entiéndase) lo aparcó en aquel punto final de 'Playback' y hasta entonces ahí ha quedado. Si no hubiese muerto el poeta aquel se diría que fue una negligencia. Chandler andaba por la Costa Este como si fuese un inglés finolis y con pipa, pero su hombre de acción, su investigador americano hace ya tiempo comparte el olimpo de Holmes y Poirot.
Su inicio, después de algún cuento, está aquí, en 'El sueño eterno' (Alianza, ahora en la colección 13/20). Su primera misión, después del encuentro con Morris, mayordomo, y con la hormonal Carmen, será detallada en aquel herbolario enrarecido, como de plantas carnívoras y primitivas. Allí donde Sternwood dice de las orquídeas tienen el perfume corrompido y dulzón de los prostíbulos. Aquel invernadero contiene, si acaso, una metáfora anecdótica.
Marlowe, el detective de Los Ángeles que juega al ajedrez consigo mismo, cuenta sus inquisiciones en siete novelas. Todas ellas conforman un mismo monólogo en forma de serial. Entre 'El sueño eterno' y 'Playback' van 20 años de carrera. Marlowe terminó su camino con 50 y tantos años ficticios, Chandler con 70 reales.
El segundo fue un escritor bastante tardío y murió un año después de 'Playback', en La Jolla. Como buen novelista americano, mantuvo intacta hasta el final su propensión a los alcoholes, y se quiso poeta antes que nada. No se puede decir que desmerezca tal categoría.
Muchos recuerdan este título por su adaptación al cine. La película está suavizada y gran parte del guión se apaña para juntar a Bogart/Bacall para que acaben besándose. Bacall, o lo que es lo mismo, Vivian Sternwood, le secunda activamente frente a Eddie Mars y a Lash Canino. Además, los guionistas Furthman, Brackett y Faulkner quitan ciertos elementos sórdidos. Aunque tiene mucho del hálito carnal originario, el cine clásico siempre ha sido firme en sus propósitos de juntar a sus estrellas en un beso o en una boda.
Bogart además encarna a un Marlowe más canijo y mayor. Hollywood lo adaptó también con algunas líneas de diálogo, de los 33 años del original pasa a los 38. El actor tenía en realidad 47. En todo caso, siendo un artista muy personal, impone su mímica sobándose el lóbulo de la oreja o poniendo los brazos como asas de jarra amarrándose del cinturón o colgándose cigarrillos de la boca.
Así Bogart es recordado como el mejor Marlowe, por encima de Mitchum o de Dick Powell, que también lo interpretaron, quizá más cerca del físico idóneo. Con todo, siempre se echa de menos, en todas las adaptaciones, la voz, la narración del protagonista. Chandler resulta ser el más literario e intraducible de los escritores de su escuela.
Audaz en los símiles, barroco y lírico, empático e insobornablemente solitario, el monólogo marlowiano es alta literatura. Y además hay desenlaces de esos que hacen acuerdo con la expectativa. Casi de todas todas el opulento es el culpable, y tras las fachadas inmaculadas de estilo colonial de Pasadena, de Beverly Hills, hay un crimen pasional. Los ricos también lloran y puede quedar alguien flotando boca abajo en el bálsamo correoso y celeste de la piscina.
La trama o, mejor dicho, el enjambre de subtramas y callejones de 'El sueño eterno' tiende a la confusión. La atmósfera es la corruptela, el calor contumaz del herbolario metafórico del coronel Sternwood, el cliente de esta entrega. Los clientes, ojo, también mienten mucho. Marlowe a veces pone la linterna en estancias equivocadas. Un cenicero con un cigarro que aún humea en una estancia vacía es signo de que alguien se fue por la puerta trasera.
Este caso se plantea, desde un principio, en dos direcciones. Un intento de soborno, por un lado, y una búsqueda de un hombre desaparecido, por otro. La feminidad tiene también dos transbordos, las dos hijas del coronel, Carmen y Vivian, que parecen alternativas pero que se conforman en una misma problemática.
Cadáveres y turbiedad
También hay un cadáver, una mujer desnuda y drogada y un turbiedad en torno a un negocio de libros antiguos. Porque también los libros antiguos pueden tener algún tejemaneje menos loable en la trastienda. Están los pagarés de Eddie Mars, que es el criminal de carnet, y en fin, acción y aparcamientos a media luz con alguien rondando.
Y hay un difunto al que aún nadie ha sabido atribuir asesino, se le conoce profesión de oficio y una muerte con los peces. Se sabe que está muerto pero no ni el cómo ni el porqué. El forense, si acaso, se ocupa del cuándo. El ambiente es lo dominante aquí y sobrevuela con inventiva de lenguaje todo el entramado de preguntas, por encima de las repuestas.
Marlowe es más emblema moral que moralista. Este un punto bien tratado. Cain y Hammett, los dos precursores más famosos del 'hard boiled', abundaron más en la falta de escrúpulos. Frank, de 'El cartero siempre llama dos veces' o Ned Beaumont de 'La llave de cristal' o el mismo 'agente de La Continental' son gente de sombras, a su lado Marlowe es un bendito. Por no hablar de 'Ataúd Johnson' y 'Sepulturero Jones', los detectives 'harlemianos'de Chester Himes.
Chandler sobrevivió sólo un año a Marlowe. Aunque no lo mató (en ficción, entiéndase) lo aparcó en aquel punto final de 'Playback' y hasta entonces ahí ha quedado. Si no hubiese muerto el poeta aquel se diría que fue una negligencia. Chandler andaba por la Costa Este como si fuese un inglés finolis y con pipa, pero su hombre de acción, su investigador americano hace ya tiempo comparte el olimpo de Holmes y Poirot.