Quentin Tarantino habla de "Bastardos sin gloria": "Conviví con esta película durante toda una década"


Lejanamente inspirado en un spaghetti war film de Enzo Castellari (Aquel maldito tren blindado), Tarantino se atreve a desacralizar la guerra, el nazismo y la Shoá misma. “Nunca me creí los clichés de las películas de guerra”, afirma el director de Pulp Fiction


ALAN COLLINO
Página 12





En inglés existe la palabra exhilarating, cuya traducción al castellano es sólo aproximada. Exhilarating es lo que está entre el entusiasmo y la excitación. Exhilarating suelen ser las películas de Quentin Tarantino, y es posible que Bastardos sin gloria, que se estrena el jueves próximo en Argentina, sea la más exhilarating de todas. Exhilarating, desde el momento en que la banda de sonido pasa, sin transiciones, del tema principal del spaghetti western Un dólar marcado a Para Elisa, sobre unas bucólicas imágenes francesas y unos vehículos amenazantes al fondo. Son los primeros segundos de Inglourious Basterds, y ya ahí se advierte que el tipo que la hizo está dispuesto a todo. A mezclar lo trash con lo sublime, por ejemplo (o, mejor dicho, lo considerado trash y lo considerado sublime), hasta invertirles el sentido.

En Bastardos sin gloria Tarantino se atrevió a desacralizar cuestiones como la guerra, el nazismo, la Shoá misma, reconvirtiendo todo eso en una ficción descabellada, que no le debe a nada que no sea su deseo de narrar esa historia, de esa manera y ninguna otra. Hasta tal punto es producto del deseo, que termina ardiendo. La historia detrás del opus 7 de QT es tan larga y serpenteante como sus películas. Lejanamente inspirada en un spaghetti war film del romano Enzo Castellari (acá se estrenó, a fines de los ’70, como Aquel maldito tren blindado), lo único que quedó de esa fuente de inspiración fue la idea de un comando integrado por una serie de impresentables, que lleva a cabo una misión suicida en la Alemania de Hitler. ¿Pero cómo, eso no era Doce del patíbulo? Sí, claro, es a Doce del patíbulo a la que il bastardo Castellari le robó todo, con diez años de atraso.

Sobre esa base de cocción el chef empezó a agregar ingredientes, hasta terminar con un guiso que les debe a todas las cocinas y, a la vez, a ninguna que no lleve su firma. Hay un cazador de judíos llamado Hans Landa, tan despiadado como cualquier otro, pero con un sentido del show que los oficiales nazis no suelen tener. Una sobreviviente judía, dueña de un cine y con sed de venganza. Un soldado alemán, presunto héroe de guerra y cinéfilo como el que más, un soldado británico que en la vida civil era crítico de cine (?) y un proyectorista negro, en medio de la Francia ocupada. En una misma escena aparecen, uno al lado del otro, Churchill (interpretado por un renacido Rod Taylor) y Mike Myers (sí, el de Austin Powers).

También está Goebbels, con una prótesis nasal que tal vez sea la que Nicole Kidman tiró a la basura tras el rodaje de Las horas. Y Hitler, claro, que grita tanto como Bruno Ganz en La caída. Pero por su aspecto bufonesco parece escapado de ¿Dónde está el frente?, de Jerry Lewis. Daría la impresión de que sólo en una película de Tarantino todo esto puede llegar a dar un resultado coherente, asombroso, excitante. Emocionante, incluso. En una palabra, exhilarating.

–¿Cómo se siente, estrenando finalmente Bastardos sin gloria, una película que le llevó una década desarrollar?

–Es raro. Es como que durante todo ese tiempo conviví con esta película. Tenía escenas escritas y ahí estaban, depositadas en alguna parte de mi cabeza, mientras me dedicaba a Kill Bill o A prueba de muerte. En más de una oportunidad pensé en abandonar el proyecto, suponiendo que había quedado viejo para mí. Pero llegué a la conclusión de que, por más que nunca la filmara, tenía que terminar el guión. Aunque más no fuera para sacármela de encima y pasar a otra cosa. Así fue como la terminé.

–¿En ese tiempo fue desarrollando el guión de forma orgánica o lo armó de a pedazos?

–En verdad, lo que llegó hasta la versión final tal como lo escribí en un principio fueron algunos personajes y los dos primeros capítulos. El resto cambió todo. Tuve que cortar muchísimo, porque lo que tenía era un guión como de 600 páginas, que daba más para una miniserie que para una película. No es una manera de decir: estaba por convertirlo en miniserie. En ese momento me di una última oportunidad de hacerlo película, y empecé a cortarlo por última vez. Ahí lo logré, finalmente.

–¿Cómo se le ocurrió la idea de un comando judío que lucha contra los nazis?

–Esa idea deriva de la película de Castellari. Que a su vez deriva de Doce del patíbulo. O sea que si uno se va para atrás no llega nunca hasta la primera idea (risas). En verdad, el personaje de Aldo Raine, el líder del comando, es previo a todo lo demás. El tipo es del sur, de Tennessee, y la idea es que ya antes de la guerra había combatido contra el Ku Klux Klan, y que si sale vivo de Alemania va a volver y va a seguir haciendo lo mismo. El tipo libra algo parecido a una guerra santa, cuyo objetivo reside en eliminar a los nazis de la faz de la Tierra. Por eso recluta combatientes judíos: porque van a estar más motivados para emprender esa guerra.

–Pero a la vez, en la película se menciona que el personaje de Pitt es mitad indio cherokee...

–Claro, por eso lo de la guerra de resistencia es algo que lleva en la sangre... Por eso también lo de cortarle el cuero cabelludo al enemigo. Toda la técnica de combate es la misma que llevaron a cabo los apaches, durante su guerra contra el hombre blanco: las emboscadas, la desacralización de los cadáveres enemigos, el dejar los cuerpos para que los otros los vieran.

–Usted también nació en Tennessee, como Raine. ¿Y no tiene sangre cherokee, también?

–Tengo, sí. Me siento tan representado por ese personaje que la idea original era hacerlo yo mismo. Si la hubiera filmado en el momento en que empecé a escribirla lo habría hecho yo. Después ya no, porque más allá de algún papelito ocasional ya no me interesa actuar.

–El tema del comando en realidad es sólo una de las líneas de la película.

–Siempre pasa lo mismo cuando escribo: empiezo con una idea que me interesa, pero después voy a parar a cualquier parte. No me pongo barreras, no me preocupa desviarme o perder la dirección original. Dejo que mis personajes vayan a donde sea, y los sigo. En este caso, lo del comando fue lo primero, y después me fui yendo para otra parte.

–Otras partes, en plural, ¿no?

–Sí, a mis guiones nadie puede acusarlos de ser escuálidos (risas).

–También está el personaje del proyectorista negro. Es raro ver, en una película de guerra, un negro que no sea soldado estadounidense.

–Sí, porque había pocos. En Estados Unidos estaba lleno, porque en el siglo XIX los traficantes de esclavos los llevaron allí. Recién en la posguerra surgieron corrientes emigratorias de Africa hacia Europa. De hecho, ése es el motivo por el cual los nazis persiguieron judíos, y no negros: porque negros casi no había. Y a los que había no los perseguían, porque no constituían un problema. En época de los nazis era peor ser negro en Alabama que en Alemania.

–¿Usted no había escrito un episodio en el que aparecía un escuadrón de basterds negros?

–Sí, y estoy pensando en una posible precuela en la que aparezcan ellos.

–¿A propósito, por qué basterds, así, con “e”, cuando la escritura correcta es con “a”?

–No sé muy bien. De pronto me vino esa idea, me sonó bien y lo dejé.

–Es la primera vez que en una película suya aparece la historia real: la Segunda Guerra, Churchill, Hitler, Goebbels, el actor de la UFA Emile Jannings... ¿Cómo se planteó la relación entre historia y ficción?

–Mire, lo que cuento en la película no ocurrió, pero pudo haber ocurrido. Esa première jamás se realizó, pero poco antes de la caída del nazismo Goebbels produjo una película que se llamaba Kolberg, que contaba la resistencia –heroica, por supuesto– de los vecinos de un pueblito alemán, frente al avance de las fuerzas napoleónicas, a comienzos del siglo XIX. Era una obvia metáfora de la situación en la que se encontraba Alemania en ese momento, frente al avance aliado. Por supuesto que ganaban los alemanes.

–¿Esa película llegó a estrenarse?

–Sí, en enero de 1945, cuatro meses antes de la caída nazi. Goebbels no la presentó en un cine, ante la plana mayor del nazismo, que en ese momento tenía otras preocupaciones. Pero pudo haberlo hecho. De haberlo hecho, habría sido una oportunidad única para quien quisiera cometer un atentado y volarlos a todos juntos de la faz de la Tierra. A eso me refería antes, cuando le decía que lo que yo cuento en Bastardos sin gloria no sucedió, pero pudo haber sucedido.

–Todas sus películas están llenas de referencias al cine. Pero acá el cine ocupa un lugar mayor que nunca, ¿no?

–Bueno, todas las líneas de la película convergen en una sala de cine. Allí se libra una “guerra” de películas. Una es la que quiere estrenar Goebbels. La otra es la película que piensa proyectar la propietaria del cine, una chica judía a la que le masacraron la familia. Ella invierte la historia, ya que lo que pretende es convertir la sala en algo parecido a un gigantesco horno crematorio, con todos los nazis adentro y aprovechando que el celuloide es altamente combustible.