Revisitando “Pelham Uno Dos Tres”


JOSEP A. MUÑOZ
Webdelibros




Como recuerda Rodrigo Fresán en su prólogo, los best-sellers de los años ‘70 tenían una pasta especial: eran historias bien tramadas, en ocasiones se partía de una simple anécdota, de una situación corriente que se transformaba en algo excepcional y se narraba durante centenares de páginas con un estilismo difícil de encontrar en los superventas actuales. En el caso que nos ocupa, la historia de Pelham Uno Dos Tres transcurre en apenas dos horas, si exceptuamos la parte final que prolonga el tiempo, y provoca una lectura adictiva, de la misma manera que, en la actualidad, la serie 24 (heredera, como muchas otras obras posteriores, de las formas y modos que plasmó John Godey en su obra maestra) nos engancha hasta el último segundo de la última hora de cada temporada.

Pelham Uno Dos Tres es la historia de un secuestro: el del metro de Pelham Bay de la 1.23, en Nueva York. Cuatro hombres abordan el tren, retienen a parte del pasaje y ocultan el vagón de cabeza en el tunel. Su objetivo: conseguir un millón de dólares de rescate en el plazo de una hora. Si no se cumplen sus condiciones, matarán a un rehén cada minuto. ¿Conseguirán el dinero? Si lo consiguen, ¿cómo lograrán salir del tunel sin que les atrapen? Hasta ahí, nada que nos asombre… Hay cientos de novelas similares con tramas parecidas. Y entonces, ¿qué tiene de especial Pelham?.

La época

Nos encontramos en la ciudad de Nueva York de 1973, y no en su zona más “in”, con todo lo que eso implica: Racismo, primeras incursiones de la mujer en trabajos hasta muy poco antes reservados a los hombres, feminismo defensivo presente en las calles, inicio de la Revolución Verde en la ciudad (las acciones de este grupo formaban parte de la nueva onda crítica al sistema capitalista y, por supuesto, de la urbe asfixiante y polucionada que representaba NY -no olvidemos que ese año se inauguraba el World Trade Center, pulmón económico del Primer Mundo-), violencia (física y encubierta, debida al cansancio de los ciudadanos con respecto a la gestión del Ayuntamiento liderado por el alcalde John Lindsay -el organismo público queda ridiculizado en la novela, con las figuras de “Su Excelencia el Alcalde” y su escudero cabreado, el teniende de alcalde Murray Lasalle-), disturbios y represión contra homosexuales, prostitutas, drogadictos, latinos…

No es de extrañar que Godey refleje en algunos pasajes y de manera disimulada pero identificable muchas de las cuestiones que preocupaban a los neoyorkinos. Se respira en el ambiente, en los personajes, en su estilo narrativo… y en ese tunel nauseabundo en el que suceden buena parte de los hechos. Sin olvidar los pasajes en los que retrata a los ciudadanos a través de declaraciones en los medios de comunicación (tan ridículas como cualquiera de las que podemos “disfrutar” en la actualidad, en eso no se ha cambiado tanto), y la resaca provocada por el caso Watergate y el inicio del fin de la guerra en Vietnam tras el acuerdo de paz firmado en París… en enero de 1973. Todo ello está plasmado en la obra y nada mejor que la perspectiva que nos ofrecen los años transcurridos para percibir el contenido soterrado que se nos muestra en sus páginas.

La forma

¿De qué manera se podía explicar el secuestro de una línea de metro sin caer en los tópicos narrativos haciendo que todos los personajes tuvieran su protagonismo? Pues tal y como lo escribió Godey: Ofreciendo una panorámica de los hechos desde el punto de vista de cada uno de los que intervienen en la historia. No inventó nada, no era tan novedoso como algunos han pretendido hacernos creer, pero sin duda resultaba original debido a que la novela necesitaba tener un ritmo vertiginoso y no se podía entretener al lector con grandes artificios.

Godey salta de un personaje a otro ofreciendo, en perspectiva y desde diferentes escenarios, un puzzle de los hechos siempre respetando la cronología, aunque se permite retratar a algunos de ellos a través de pequeños flashbacks que ayudan a profundizar en sus vidas y entender sus comportamientos. Por ese aspecto “coral” de la obra podríamos incluirla en la moda que también imperaba en aquella época y obtuvo pingües beneficios en sus versiones cinematográficas: el subgénero de catástrofes (barcos que se hunden, aviones secuestrados, incendios en rascacielos imposibles, pueblos invadidos por enjambres… y personajes atrapados en un reducido espacio que deben sobrevivir con ingenio o sucumbir a sus miedos). En Pelham, sin embargo, hallamos una trama perfectamente creíble detallada hasta la extenuación, que ofrece un ritmo trepidante gracias a su estructura y al sentido del humor que Godey mantiene constantemente.

Ademas, el autor se enfrentaba a otro reto: Quería ofrecer información fidedigna sobre el funcionamiento del metro y los procedimientos a seguir por la Policía y los propios funcionarios del transporte público, algo que hizo saltar la alarma cuando se publicó el libro y se convirtió en un éxito: el sistema de seguridad de la red metropolitana tuvo que ser revisado, ya que se dejaba al descubierto el operativo en caso de secuestro o atentado en un transporte público.

Pelham es una buena muestra de fusión entre novela y reportaje. No en vano algunas de las páginas de la novela de Godey están escritas a modo de artículo periodístico, incluso de noticia, cuando resume las diferentes operaciones realizadas por la policía, o cuando recopila las opiniones de los transeuntes.

El autor

John Godey era el pseudónimo de Morton Freedgood, un neoyorkino nacido en Brooklyn en 1913, articulista en los ‘40 y que también trabajó en la industria cinematográfica como publicista y relaciones públicas. Cuando decidió dedicarse a escribir pensó que sería buena idea hacerlo con dos tipos de libros: los serios, que firmaría con su nombre auténtico (su primera novela, The Wall-to-Wall Trap, describía de manera fidedigna a modo de pseudo-reportaje basado en sus experiencias el funcionamiento del negocio del cine desde el punto de vista de un publicista), mientras que las novelas de entretenimiento las firmaría como John Godey. El resultado: Morton Freedgood sólo consta como autor de una novela, la citada más arriba. Es de suponer que los beneficios de su trabajo como autor de novelas comerciales pudieron más que las alabanzas de la crítica, aunque en casos como el de Pelham Uno Dos Tres, ambas cosas iban de la mano. Otra de sus obras más populares es The three worlds of Johnny Handsome, llevada al cne por Walter Hill en 1989.

La edición

Roja & Negra, dirigida por Rodrigo Fresán e incluida en el sello Mondadori, es la mejor colección de género que se publica actualmente en España. Con tan sólo 4 títulos editados (del resto ya hablaremos, porque también lo valen) han conseguido desmarcarse del resto ofreciendo la oportunidad de recuperar obras que, o permanecían inéditas, o habían desaparecido del mercado. En este caso es de agradecer que Fresán mantuviera la traducción que J. Ferrer Aleu, responsable de las traducciones de muchos de los grandes best-sellers de la última mitad del siglo XX, realizó en 1974. ¿Para qué volver a hacer algo que es insuperable?. Atrevida, brutal, con referencias sexuales no disimuladas (¡y se trata de la versión de 1974!), la traducción nos permite disfrutar de todos los detalles que hicieron de esta obra un éxito de la época.

La versión cinematográfica

Apenas un año después de su publicación, Hollywood estrenó una acertada y brillante adaptación que, sin ser del todo fiel a la novela, mantenía su fuerza narrativa. Dirigida por Joseph Sargent, con guión del genial Peter Stone y protagonizada por Walter Matthau y Robert Shaw, la película también tuvo un gran éxito y, en su adaptación, un par de aciertos: Darle protagonismo al teniente Zachay Garber (en la novela apenas interviene en tres pasajes sin trascendencia, por lo que Stone fusionó este personaje con el del teniente Prescott quien, en el texto literario, mantenía el contacto con los secuestradores) y bautizar a los cuatro miembros del comando con colores (Sr. Azul, Sr. Verde, Sr. Gris y Sr. Marrón). Esta idea, no incluida en el libro, fue reutilizada por Quentin Tarantino en Reservoir Dogs como homenaje a una de sus cintas favoritas.

Queda por ver lo que Tony Scott ha engendrado en la nueva versión que se estrena este verano, protagonizada por Denzel Washington y John Travolta. Independientemente del valor que pueda tener esta actualización, recomiendo echar un vistazo a la película de Sargent, especialmente por tratarse de un film rodado apenas un año después de la publicación de la novela, por lo que la plasmación en imágenes, la Nueva York de la época, el entorno social y los conflictos entre los personajes se acercan más a lo creado por Godey.