Cuentos de Nueva York – O’Henry



SRA. CASTRO
Sololibros




Tal vez los cinéfilos recuerden la adaptación a la gran pantalla de algunos de estos Cuentos de Nueva York, bajo el título Cuatro páginas de la vida (1952) y presentada nada menos que por John Steinbeck. El propio Steinbeck hacía hincapié en la excelencia de uno de los autores norteamericanos clásicos, quien al convertir en protagonista de sus relatos al habitante de las grandes ciudades, dotó a sus historias de un sempiterno toque de vigencia.

Esto es especialmente cierto en estos Cuentos de Nueva York, donde O’Henry retrata la realidad de una ciudad volcada hacia el futuro a través de las vidas sencillas, afortunadas o infelices de sus habitantes. Seres sin ninguna particularidad, protagonistas de historias tal vez banales, pero cuya existencia contribuye a dotar de esencia a la ciudad.

¿Es la ciudad de Nueva York una protagonista más de estas narraciones? No exactamente. Pero es sin duda el fondo apropiado para resaltar a los personajes de estos relatos. Sus motivaciones, preocupaciones y alegrías se entienden en cuanto habitan en una ciudad y están condicionados por la libertad y el anonimato que ésta otorga, pero también por la rutina y el ritmo febril que la misma impone.

Ese es el caso de “La cuadratura del círculo”, donde la enemistad secular entre dos familias de Kentucky, los Folwell y los Harkness, se resuelve de manera singular en Nueva York. Cuando el último vástago de los Folwell se traslada a la ciudad para dar caza al último vástago de los Harkness, que allí vive, se ve inmerso en lo que para él es un mundo desconocido. Las largas avenidas, los enormes edificios y la indiferencia de la multitud que bulle a su alrededor hacen mella en su ánimo, de tal modo que la tensión de toparse al enemigo implacable se torna en la alegría de encontrar una cara conocida.

“‘Péndulo” es, en mi opinión, uno de los mejores relatos de la colección. En él, O’Henry hace gala no sólo de su conocimiento del ritmo opresor que la ciudad impone a la vida de sus habitantes, con sus transportes públicos atestados, la rutina del horario laboral y el regreso al aburrimiento del hogar; si no también de su conocimiento del corazón humano, que siempre parece añorar lo que no tiene, para despreciarlo en cuanto lo consigue.

Por otra parte, O’Henry se salva de ese exceso de inocencia y de ese excesivo ensimismamiento, del que suelen adolecer los escritores norteamericanos, gracias a la ironía que desprenden sus páginas. De alguna manera, el autor parece no acabar de tomar del todo en serio a sus personajes, a sus historias, al lector y a sí mismo, y eso le salva de caer en la gazmoñería. Sus cuentos respiran candidez, cierta ternura casi pueril, pero los salva de la cursilería la risa sardónica que parece escaparse de los labios entrecerrados del escritor.

Pero lo que sin duda resulta uno de los mayores atractivos de esta colección de cuentos es que permiten al lector asomarse a un modo de vida que, salvando las distancias, poco ha cambiado con respecto a la vida en las ciudades actuales: las grandes superficies comerciales donde los trabajadores queman sus días a la espera de una oportunidad mejor, las calles bullentes en las que la multitud cansada se ignora, los atascos, los pequeños apartamentos donde parejas jóvenes pasan apuros económico, se aman y se pelean. Traslademos cualquiera de esas historias a una gran ciudad cualquiera de nuestros días y, dejando de lado detalles como el alumbrado de gas o los repartidores de hielo, resistirá el cambio. Lo que sin duda habla en favor de la capacidad de O’Henry para captar el espíritu de la gran ciudad y del hombre que en ella vive.