Las tribulaciones de Tati


JOHN "BLUTO" BLUTARSKY
Cinempatía



El tercer largometraje de Tati es, en mi opinión, el más brillante de todos ellos. Si bien Jour de fête era tremendamente endiablada, especialmente en su segunda mitad, Les vacances de Monsieur Hulot perfectamente equilibrada y Playtime particularmente cáustica, Mi tío aglutina estas cualidades y encima resulta más divertida si cabe y con un punto de ternura de esa que nos cuesta tanto reconocer que nos pone.

Nos encontramos ante una película hablada, pero en la que los diálogos tienen una importancia muy relativa. Como de costumbre, Tati juega la baza del humor de una manera muy gráfica y, sin llegar al slapstick descacharrante, da una importancia tremenda al gag visual y a una construcción del plano enfocada casi siempre a lo cómico. Esto da como resultado momentos tan hilarantes como los del surtidor-pez del jardín que se enciende cada vez que aparecen visitas, las coreografías de los invitados por el patio o las marañas de mangueras que van surgiendo sin parar de las máquinas de la fábrica.

Por otro lado, el hecho de que se hable poco a lo largo de la película potencia el segundo foco de comicidad, otra constante en el cine de Tati: el tratamiento del sonido y de los efectos sonoros, cuidados con mimo y acertados en todo momento pese a su evidente exageración. Como ejemplo, que un gag tan aparentemente simple como el del pez resulte tan gracioso es en parte gracias al cómico sonido de gorjeo que nos "fuerza" el director a escuchar una y otra vez.

Y luego está, claro, el personaje de monsieur Hulot, el "mi tío" del título. Ah, Hulot, personaje recurrente de Tati (interpretado por él mismo) y entrañable donde los haya. No es difícil ver en él un reflejo de los personajes del cine mudo basados, perdón por la perogrullada, en la expresividad corporal, y más concretamente del vagabundo de Chaplin. La soledad de la que parte el personaje, el arsenal de recursos para resolver situaciones de la manera más torpe o la facilidad de conexión emocional con el espectador son elementos directamente deudores del actor inglés.

Por otro lado, Hulot, a parte de ser fuente de momentos cómicos, es el motor de la trama en tanto que establece la dicotomía sobre la que pivota la película: el "encanto" de la vida tradicional, de lo rural, de lo humano frente a la complejidad de la "vida moderna", la frialdad de lo mecanizado. Y ahí es donde Tati se muestra más sangrante: su parodia de esta sociedad tecnificada, seguramente fruto del capitalismo, es brutal y demoledora: grotescos artilugios que funcionan solos, armarios que se abren y cierran automáticamente sin importar las manos que puedan pillar por el camino, cocinas que parecen consultas de dentista. Todo muy frío, esterilizado y deshumanizado, lo que genera en el espectador una inmediata distanciación del mundo, reforzada por los criterios de planificación de la película, de los que hablaré un pelín más abajo.

Y en contraposición, la vida que bulle en las afueras es infinitamente más cercana y amable que las teóricas comodidades de la gente de la ciudad, que para postre no son más que nuevos ricos aburguesados (perdón de nuevo por la redundancia). En estos momentos la película se convierte en algo así como cine costumbrista, pero sin abandonar el humor surrealista y casi absurdo.

De acuerdo, sí, como hijos del Siglo XXI esta distinción debería resultarnos molesta por lo maniqueo (sin la tecnología no podría estar escribiendo esto), pero oigan, es que es taaaan entrañable la cosa... Y lúcido, claro; y lo digo sin retintín. Porque que una película que tiene más de 50 años resulte más moderna que gran parte de la producción actual tiene que, por lo menos, llamarnos la atención.

Y brevemente, y en cuanto a la realización, Tati basa la práctica totalidad de su planificación en los planos abiertos, generales casi todos. No creo haber detectado ni un solo primer plano en toda la película, lo que por un lado contribuye a aquel distanciamiento del que hablaba y por otro permite al director construir estupendos despliegues escenográficos, enfocados una vez más hacia el "gag visual": desde el momento en que Hulot sube a su casa, mientras nosotros lo vamos viendo a través de todas las ventanas de la fachada, hasta el momento bastante hijoputesco de los niños en lo alto de la colina provocando que los transeúntes se estampen contra la farola, pasando por el recordado plano de los ventanales redondos que parecen ojos de una cara.

En resumen, todo en Mi tío cuadra, nada sobra. Tiene una música maravillosa y un tempo delicioso, un humor entrañable y una ternura que no da vergüenza admitir, y es una de esas películas que te reconcilian con la raza humana. Una de esas que piden a gritos aquello de

¡¿A qué esperáis para verla, insensatos?!