Escrito en las estrellas. "El libro de la venganza", Benjamin Taylor


RODRIGO FRESÁN
ABC




El libro de la venganza -segunda novela del hasta ahora desconocido entre nosotros Benjamin Taylor- viene acompañado de una entusiasta y elocuente recomendación de Philip Roth. El dato merece ser mencionado, porque el autor de Pastoral americana no suele prodigarse en el elogio a colegas. La presencia de Roth en el libro de Taylor -a quien define como «un novelista genialmente dotado», autor de «lo más original que he leído recientemente: un romance de los cerebros»- tiene, también, otro rasgo destacable. Porque en El libro de la venganza se revisita el planeta de «lo judío» cartografiado por Bernard Malamud y Saul Bellow -maestros de Roth-, con el muy interesante añadido de las epifanías que evocan las prosas e intenciones anglosajonas y protestantes de firmas como William Maxwell (quien aparece aquí apenas disfrazado como Ned Dulladen), el primer John Updike o, más cerca, Ethan Canin, sin perder en ningún momento de vista al agujero negro que supo fusionar mejor que nadie a ambas galaxias y religiones: J. D. Salinger.

Dicho esto, Taylor -nacido en Texas en 1952 y, nada es casual, editor de un inminente volumen de cartas de Saul Bellow- consigue aquí un milagro que es solo suyo. Algo que comenzaba ya a intuirse en su estreno, Tales Out of School (1995), otra novela de iniciación: ofrecer un libro que parece pequeño por fuera y que resulta inmenso por dentro.

Malditos e iluminados. En apenas 185 páginas de arrebatado acontecer y elegante reflexión, Taylor nos cuenta una historia que daría para numerosos tomos pero que, a la velocidad de la luz, se las arregla para condensar varios años de historia pública (la tumultuosa década de los 70; hay aquí también momentos que recuerdan a E. L. Doctorow y al modo en que aborda lo político en obras como El libro de Daniel) y la vida privada de Gabriel Geismar. Hijo gay de rabino tiránico, torturador de insectos durante su infancia sureña y aspirante a astrónomo que, obsesionado por el resplandor de las estrellas muertas, es abducido por la incandescente nova de la familia Hundert en general y, en particular, por el volátil activista Danny y la apasionada vegetariana Marghie. Dos hermanos gemelos malditos e iluminados, jóvenes y últimos cometas de una familia genial de judíos húngaros que -huyendo de la vieja Europa y arrastrados por el patriarca de la tribu, el genial físico Gregor Hunder- entran de lleno en la gran historia de Estados Unidos.

Pero la participación en el atómico Manhattan Project, el análisis obsesivo de clásicos del cine norteamericano, el odio a Nixon, un premio Nobel, o el cataclismo cósmico de Vietnam, no alcanzan -más allá de lo que suceda allí afuera, en el rabioso presente- para escapar a la onda expansiva de un big bang que estremece a los esqueletos encerrados en el armario del pasado, flotando perdidos en el espacio.

Y otra vez -como siempre- aquello de que las familias infelices lo son siempre de modo diferente y aquello otro de que toda saga con clan disfuncional será siempre, de algún modo, un thriller estrangulado por lazos de sangre. Y, sí, suele suceder: el outsider Gabriel, que no tiene nada que ver con ese nuevo mundo que explora -una clase acomodada donde todos están más o menos secretamente incómodos-, acaba siendo quien altera su órbita enferma para, de algún modo, redimir a sus habitantes apuntando su telescopio hacia el ayer y así contemplar con los ojos bien abiertos el eclipse total que ha oscurecido a los Hundert.

La fe de los mayores. En el primer capítulo, Gabriel Geismar -fugitivo de la fe de sus mayores y, enseguida, prisionero de la ingravidez dogmática de sus compañeros de generación- comprende que su destino será el de «sustituir creencia por hallazgo» y que serán las constelaciones las encargadas de orientar su camino hasta, en la última página, sentir por fin que «todo es predecible, todo está bien» habiendo alcanzado ese «misterio inmatematizable por el que el peregrino da las gracias».

Quien firma esta reseña da las gracias por Benjamin Taylor con la firme creencia de que su aparición en nuestro firmamento es todo un hallazgo. Y cree también que Benjamin Taylor ha llegado -está escrito en las estrellas- para quedarse en el cielo de nuestras bibliotecas. Mirémosle brillar, como sólo muy pocos brillan, ahí arriba, más arriba todavía.