Clint Eastwood: Del cero al infinito, y vuelta


En Hollywood hubo estrellas de todos los tamaños y condiciones, pero ninguna con un recorrido tan fijo y al tiempo tan errático hacia el Olimpo. La biografía de Patrick McGilligan detalla el viaje con rigor y aspereza. Eastwood lo espera armado a la salida del Saloon


E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
ABC




Patrick McGilligan, historiador y biógrafo de algunas de las piezas más prestigiosas y deseadas de Hollywood, como Robert Altman, George Cukor, Jack Nicholson, James Cagney o Fritz Lang, tiene colgada en la pared de su bibliografía la cabeza de su animal más preciado, Clint Eastwood, caza mayor, el elefante blanco que casi se lo lleva por delante en 2002 cuando apareció la biografía escrita por McGilligan y el director le interpuso una demanda por diez millones de dólares. Casi nadie que se ha enfrentado a Clint Eastwood, dentro o fuera de la pantalla, lo ha contado luego sin que le temblara la voz... Es casi un refrán de nuestra época: Cuando se pone a disparar, Eastwood nunca deja munición en el arma.

El caso es que McGilligan consiguió llegar a un acuerdo con Eastwood y se publicó en Estados Unidos con el título de «Clint, the Life and Legend». Y el próximo 22 de enero aparece en España -traducido por Eduardo García Murillo- con el de «Biografía. Clint Eastwood» (Lumen Editorial) y se han incluido en ella las últimas películas de este hombre octogenario, enérgico y diligente.

Lista de damnificados

Es un recorrido asombroso, profundo, a veces terrible por su vida y por su obra, y que ha construido McGilligan con muchos elementos, algunos de los cuales tan poco propicios al biografiado como la animadversión o el resentimiento, y no del autor, obviamente, sino de aquellos que contribuyen a la narración, y la lista de daminificados en una vida tan compleja, intensa, impetuosa y egocéntrica como la de Clint Eastwood es tan grande, al menos, como la de beneficiados y arrimados.

En cualquier caso, esta biografía (no autorizada) es el contrapunto perfecto a la que en 1996 publicó Richard Schickel, tan oficial y autorizada que su único punto de vista era el del propio Eastwood y de la que algún crítico literario malintencionado llegó a decir que la había escrito Schickel «como si Harry el sucio le hubiera estado apuntando a la cabeza con su Magnum».

El trabajo de McGilligan con la historia de Clint Eastwood empieza en la pura minería: tira del hilo genealógico del personaje hasta que llega a los primeros Eastwood irlandeses que llegan a Estados Unidos, en el siglo XVII. Y el primer varón de su estirpe nacido en suelo americano fue Lewis Eastwood, en 1746... Y así se llega hasta Clinton Eastwood Sr. que se casó con Margaret Ruth Eastwood, quien dio a luz en San Francisco, el 31 de mayo de 1930, a un niño grandote (¡seis kilos!) al que llamaron Clinton y que pronto asumió el diminutivo de su propio padre: Clint.

Persigue minuciosamente al personaje en lo que él mismo ha denominado «años de mierda», durante la Depresión y la Segunda Guerra Mundial, mientras consolidó su educación (que no fue universitaria) y consolidó sobre todo sus ciento noventa y dos centímetros y una personalidad tan prieta que crujiría en las siete siguientes décadas.

Sin perdón

El camino que toma pronto la biografía de McGilligan es tan crítico con la persona como con el profesional del cine, y atiende de modo paralelo sus grandes aventuras amorosas y cinematográficas dejando la siguiente impresión: Clint Eastwood se fue construyendo poco a poco y transformando en uno de los cineastas más grandes que ha habido nunca (este entusiasmo no se le nota a McGilligan, más cercano sin duda a las ideas sobre Eastwood de otros críticos como Pauline Kael, que siempre lo despreció abiertamente), pero, en cambio, en lo que concierne a su lado humano y masculino, fue desde el principio y siempre un triunfador, un tipo al que persiguieron (y alcanzaron) las mujeres por centenares y que tuvo hacia ellas tanta afición como inspiración, aunque se le atribuya ese tipo de arbitrariedad hacia sus parejas más propio de la climatología, en la que unos días llueve y otros hace sol.

Hay pasajes en la biografía que nos presentan a Clint Eastwood como a un William Munny en su escena final de «Sin perdón», alguien tan frío e implacable que da auténtico miedo, como por ejemplo aquel en el que se cuenta cómo despachó a Sondra Locke, actriz con la que había vivido varios años, y cómo fue capaz de pleitear contra ella con tal de no dar su brazo a torcer; en realidad, no darle la casa de Stradella Road, que le «había regalado». Porque, uno de los rasgos más visibles y abombados de la naturaleza de Clint Eastwood, más aún que su dureza, su lirismo o su tozudez, era su tacañería.

Y algunos de sus colaboradores más cercanos durante años, como el productor Fritz Manes, Bob Daley, Philip Kaufman o el montador Ferris Webster, y que salieron de Malpaso poco menos que de un puntapié del propio Clint, son parte de los narradores de esta biografía que se torna ácida según avanza.

Pero, del mismo modo que se subraya lo implacable del hombre, se deja entrever (o no se puede ocultar, al menos) su impresionante visión del cine y su personalísimo modo de afrontar una filmografía mayúscula. Se rindió el público; se rindió la crítica; se rindió Europa y el Festival de Cannes; se rindió el Oscar... Todo el mundo se ha rendido a Clint Eastwood, y él, su icono, no se ha rendido a nadie.