El escritor hondureño Horacio Castellanos Moya recopila en ‘Con la congoja de la pasada tormenta’ relatos cuyo denominador común es la soledad y un narrador endiablado. Son historias protagonizadas por perdedores que miran la desolación cara a cara, por personajes para quienes las ilusiones son peligrosas, desarraigados que han vivido la de cerca la violencia, la guerra o el destierro
RICARDO BAIXERAS
El Periódico de Catalunya
A estas alturas de la película a nadie debería extrañar que uno de los más perentorios argumentos literarios de Latinoamérica es el recorrido que va de la barbarie a la civilización. Del Facundo de Domingo Faustino Sarmiento a la ficción omnívora pero civilizada de Terra Nostra, de Carlos Fuentes.
La elección que pesa sobre Latinoamérica no está tanto entre la barbarie y la civilización, sino en el tortuoso camino que va de la barbarie a la imaginación. Lo inimaginable es posible en este continente. La palabra que sustenta buena parte de las ficciones latinoamericanas es mágica y violenta porque se somete a la lógica del grito y, como quiere Octavio Paz, a la desnudez del desamparo: «Estamos al fin solos. Como todos los hombres. Como ellos vivimos el mundo de la violencia, de la simulación y del ninguneo; el de la soledad cerrada, que si nos defiende nos oprime y que al ocultarnos nos desfigura y mutila... Nos aguardan una desnudez y un desamparo».
Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, Honduras, 1957) es uno de los señeros más decisivos de este recorrido ácido que cartografía una tendencia de la literatura que solo a él le pertenece, pero que tiene en Fernando Vallejo, Guillermo Fadanelli o Mario Bellatin a sus adláteres más reconocidos. Sus lectores ya saben que entre sus libros aparecen y desaparecen tipos solitarios abonados a la desesperanza de un destino trágico, saben que sus mundos son huraños y huidizos, abocados a la violencia y que son personajes prófugos de sí mismos y lectores críticos y agrios del mundo que les rodea.
Con la congoja de la pasada tormenta es una notabilísima colección de relatos que Castellanos Moya ya había publicado antes en Pérfil de prófugo (1987), El gran masturbador (1993), Con la congoja de la pasada tormenta (1995) e Indolencia (2004). Los que ahora ha querido incluir aquí son historias de perdedores para quienes «las ilusiones eran peligrosas, capaces de corromper lo poco, de arruinar lo apenitas». En el volumen hay cuentos ciertamente hipnóticos como Una pequeña libreta de apuntes donde se cuenta la historia de un fotógrafo que vive a la estela de un cazador de fama ajena y en el que el lector asiste a la tragedia silenciada de un bartleby encubierto. Cuentos como El gran masturbador o la decadente historia de un bibliotecario que tiene la certeza de que «la luz no regresaría hasta el día siguiente, porque una vez más la noche pertenecía a los animales y a los locos, y para los escépticos y apáticos apenas quedaba esta ilusión pegajosa».
LA MUERTE Y EL HORROR
Pero hay dos relatos que uno no puede, ni quiere olvidar: Variaciones sobre el asesinato de Francisco Olmedo y Con la congoja de la pasada tormenta, ambos, como quería Roberto Bolaño, «conjeturales». El primero es magistral a la hora de reconstruir las distintas versiones de la muerte de Paco como la historia de una ausencia, la nostalgia convertida en rabia. El segundo, un modelo de cómo el horror se puede deslizar silenciosamente. El supuesto suicidio del capitán Luis Raudales desencadena una «lacra contagiosa» que lo arruina todo. Un hombre «aplastado por las deudas, que ojalá fueran de dinero y no de aullido. Matar, oficio de un ciego enloquecido por la velocidad».
Vive dios que este es un libro donde el lector no está a salvo, un libro indiscutible y con un narrador endiablado y con «la mirada ausente y un cansancio anticipado» que mira la desolación cara a cara consciente que el infierno no son los otros.
La elección que pesa sobre Latinoamérica no está tanto entre la barbarie y la civilización, sino en el tortuoso camino que va de la barbarie a la imaginación. Lo inimaginable es posible en este continente. La palabra que sustenta buena parte de las ficciones latinoamericanas es mágica y violenta porque se somete a la lógica del grito y, como quiere Octavio Paz, a la desnudez del desamparo: «Estamos al fin solos. Como todos los hombres. Como ellos vivimos el mundo de la violencia, de la simulación y del ninguneo; el de la soledad cerrada, que si nos defiende nos oprime y que al ocultarnos nos desfigura y mutila... Nos aguardan una desnudez y un desamparo».
Horacio Castellanos Moya (Tegucigalpa, Honduras, 1957) es uno de los señeros más decisivos de este recorrido ácido que cartografía una tendencia de la literatura que solo a él le pertenece, pero que tiene en Fernando Vallejo, Guillermo Fadanelli o Mario Bellatin a sus adláteres más reconocidos. Sus lectores ya saben que entre sus libros aparecen y desaparecen tipos solitarios abonados a la desesperanza de un destino trágico, saben que sus mundos son huraños y huidizos, abocados a la violencia y que son personajes prófugos de sí mismos y lectores críticos y agrios del mundo que les rodea.
Con la congoja de la pasada tormenta es una notabilísima colección de relatos que Castellanos Moya ya había publicado antes en Pérfil de prófugo (1987), El gran masturbador (1993), Con la congoja de la pasada tormenta (1995) e Indolencia (2004). Los que ahora ha querido incluir aquí son historias de perdedores para quienes «las ilusiones eran peligrosas, capaces de corromper lo poco, de arruinar lo apenitas». En el volumen hay cuentos ciertamente hipnóticos como Una pequeña libreta de apuntes donde se cuenta la historia de un fotógrafo que vive a la estela de un cazador de fama ajena y en el que el lector asiste a la tragedia silenciada de un bartleby encubierto. Cuentos como El gran masturbador o la decadente historia de un bibliotecario que tiene la certeza de que «la luz no regresaría hasta el día siguiente, porque una vez más la noche pertenecía a los animales y a los locos, y para los escépticos y apáticos apenas quedaba esta ilusión pegajosa».
LA MUERTE Y EL HORROR
Pero hay dos relatos que uno no puede, ni quiere olvidar: Variaciones sobre el asesinato de Francisco Olmedo y Con la congoja de la pasada tormenta, ambos, como quería Roberto Bolaño, «conjeturales». El primero es magistral a la hora de reconstruir las distintas versiones de la muerte de Paco como la historia de una ausencia, la nostalgia convertida en rabia. El segundo, un modelo de cómo el horror se puede deslizar silenciosamente. El supuesto suicidio del capitán Luis Raudales desencadena una «lacra contagiosa» que lo arruina todo. Un hombre «aplastado por las deudas, que ojalá fueran de dinero y no de aullido. Matar, oficio de un ciego enloquecido por la velocidad».
Vive dios que este es un libro donde el lector no está a salvo, un libro indiscutible y con un narrador endiablado y con «la mirada ausente y un cansancio anticipado» que mira la desolación cara a cara consciente que el infierno no son los otros.