Premio Nacional de Narrativa. Llega la traducción al castellano de 'Bilbao-New York-Bilbao', con la que dejó de ser un joven poeta vasco desconocido
PEIO H. RIAÑO
Público
La novela debía tener mucha vida y decidió hablar de la gente real, de las historias que había oído desde pequeño en Ondarroa, mientras esperaba el regreso de alta mar de su padre y de su abuelo. Aquellos cuentos tejidos por las mujeres de los pescadores han aflorado en su novela Bilbao-New York-Bilbao, con la que Kirmen Uribe (1970) ganó el último Premio Nacional de Narrativa. Hasta el momento la han leído 15.000 lectores en euskera una cifra propia de los éxitos de Bernardo Atxaga y a partir del próximo martes otros tantos en castellano, porque Seix Barral apuesta fuerte con 30.000 ejemplares de tirada, para un escritor joven venido a más desde la poesía. De hecho, el color en el juramento de Patxi López lo puso el nuevo lehendakari al leer un poema de Kirmen, Maiatza.
La novela premiada hace repaso a tres generaciones desde la memoria, durante un vuelo que cruza el Atlántico. Es una novela contemporánea, plural y, sin embargo, con fuertes lazos en la tradición narrativa. Kirmen Uribe es un fiel defensor de la novela como género con infinitas posibilidades; es más, esta la remata con un poema luminoso en el que se dirige a su hijo de 13 años de edad, al que acaba de conocer mientras comen una pizza.
¿Estamos saturados de ficción?
Sí, desde finales del siglo XX hay una vuelta a lo real y una crisis de la ficción. En los escritores y en los lectores. Los autores quieren estar muy cerca del suelo, no quieren volar demasiado. Se ha abusado muchísimo de la ficción. La literatura, el arte o el cine se habían despreocupado de las necesidades reales de las personas. Es una postura estética y comprometida, aunque no me gusta nada esta palabra. Llegó un punto en el que el arte se había alejado mucho de la gente y de lo que le importaba.
¿Por eso dice que sólo le interesó la verosimilitud?
La verosimilitud es el eje de la novela. No quería hacer una mera construcción de ficción vacía. Cuando empecé a plantearme cómo escribir la novela, siempre me daba con el mismo muro, el de la verosimilitud. Me inventaba personajes y no funcionaban. Así que decidí que los personajes que aparecerían en la novela serían personajes reales, excepto los personajes que aparecen en el vuelo y el vuelo en sí mismo. La mejor manera de recoger esa vida vinculada al mar era recogerla tal cual, hacer historia oral. Pero la tradición oral como tal no funciona sin ficción.
¿No serán los escritores los que sufren una crisis de imaginación?
No, no creo. Es una opción estética. En los libros que aparecen elementos reales, también hay mucha imaginación.
¿Cómo pasó el salto de la poesía a la novela?
Muy natural porque mis poemas son muy narrativos. En ambos cuento las mismas preo-cupaciones. La visión de la novela es mucho más global y es otra forma de escritura: es más estructura, es ingeniería pura. Es otra cosa. Bueno, en este caso, es ingeniería sin trama.
Hay un fuerte arraigo a las tradiciones de sus costumbres. No olvida de dónde viene.
No, claro. Un tal Kirmen Uribe va en el vuelo a Nueva York a dar una conferencia y lleva consigo una tradición a la que pertenece. No soy únicamente esa persona que va a la gran ciudad. El mundo de tus abuelos, tan diferente, también viaja contigo. Siempre me han gustado los contrastes. El contraste entre Nueva York y Bilbao, pero en la novela aparecen muchos otros: la familia tradicional y la familia desestructurada de ahora; la masculinidad de antes, con la feminidad de ahora; el riesgo y la seguridad. Hay muchas tensiones, pero también hay constantes.
¿Es importante tener oído y estar pegado a la calle?
Siempre he sido muy observador, desde pequeño. Pero también hay detrás muchas lecturas. La oralidad y lo escrito. Los escritores no vivimos sólo de libros. Para un escritor lo más importante es leer. Yo soy muy lector, pero eso no quiere decir que construya a partir de lo leído.
¿Para la siguiente novela volverá a las tradiciones?
No puedo repetir un libro como Bilbao-New York-Bilbao. Está claro que hablaré de mí mismo, pero no puedo repetirme.
¿Miedo a la repetición?
Mi padre fue pescador toda la vida. Una sola vida. Nuestra generación tiene muchas vidas. Tres, cuatro cambiamos de todo constantemente. El artista también quiere hacer aquello que no se ha hecho nunca antes, pero asimila la tradición. No podemos olvidar que formamos parte de una tradición. Debemos ser contemporáneos, pero al mismo tiempo hay que respetar la tradición. Hay cosas nuevas en la novela, pero esas cosas están dentro de la tradición. Las rupturas son muy frías y tardan en aparecer.
O sea que no es un "mutante"
[Risas] No. Pero creo que en la literatura están pasando muchas cosas y muy interesantes. La forma novela está cambiando mucho. Hay gente que está abriendo y, encima, son jóvenes quienes lo hacen. Tratan de contar las cosas de una manera más contemporánea.
¿Cómo cree que es la nueva novela entonces?
La forma de leer está cambiando y la forma de escribir debe hacerlo también. Ha cambiado la forma de leer y de ver el mundo. En mi novela, la estructura es lo más contemporáneo. Todas las partes podrían leerse de manera independiente, pero todas tienen una relación entre ellas. Bilbao-New York-Bilbao no se fijó en una trama, lo importante es el estilo. No me interesaba la trama, no quería enganchar al lector así. Cuando escribía sólo se repetía una pregunta: ¿Qué es literatura? ¿Un guión? ¿En qué se diferencia la literatura de otras formas de narrar? En el estilo: la riqueza de matices que recoge una novela no lo hace una película. La literatura es la mejor manera de retratar los pensamientos. Yo me he centrado en eso.
También hay una necesidad de tratar con la memoria, ¿cómo usarla?
Me interesa la memoria que cambia. No he construido un territorio mítico, quería situar la novela en un vuelo para aclarar que nosotros y nuestra memoria cambia constantemente. La memoria no es fija nunca. Todo el libro es un ejercicio de memoria, son recuerdos de las experiencias del personaje y de la familia. Pero la memoria es muy engañosa: el Kirmen Uribe de la novela, quién es realmente.
¿Nuestros abuelos tuvieron el contraste con sus antecedentes como el que tenemos nosotros con ellos?
Hablo de la identidad, de quién soy y de dónde vengo. El salto entre tres generaciones es enorme. Entre el XIX y el XX ya se ha contado, pero entre el XIX y el XXI no. Tenemos distancia suficiente para poder hablar de nuestros abuelos, de nuestros padres todavía no. Aparece una cuarta generación que me preocupa, ¿tendrá alguna vinculación con la generación del XIX?
Escribe sobre fuertes contrastes generacionales.
La manera de entender la familia de manera tradicional se rompe conmigo y lo cuento al retratar la relación con mi hijo Unai. Me gusta ese cambio en la estructura familiar. La novela nació como un gesto de nostalgia, para recoger aquello que se pierde, pero el tono final no es melancólico. No quería un tono otoñal. Es un tono luminoso, porque el mundo ha cambiado, nuestros modos están cambiando, se pierden unas cosas y se ganan otras.
La tradición oral hace vibrar el libro.
He bebido de la tradición oral desde pequeñito. Almodóvar dice que él escuchaba de pequeño las historias de mujeres. A mí me pasa lo mismo, yo he vivido entre mujeres, porque mi padre y mi abuelo siempre estaban en la mar. Quería trasladar esa tradición oral a la novela, pero con ironía, para restar valor a esos relatos que se nos hacen ver propios de una tierra y son universales. Amo la tradición, pero en esa medida, sin hacer leyenda ni épica.
La novela premiada hace repaso a tres generaciones desde la memoria, durante un vuelo que cruza el Atlántico. Es una novela contemporánea, plural y, sin embargo, con fuertes lazos en la tradición narrativa. Kirmen Uribe es un fiel defensor de la novela como género con infinitas posibilidades; es más, esta la remata con un poema luminoso en el que se dirige a su hijo de 13 años de edad, al que acaba de conocer mientras comen una pizza.
¿Estamos saturados de ficción?
Sí, desde finales del siglo XX hay una vuelta a lo real y una crisis de la ficción. En los escritores y en los lectores. Los autores quieren estar muy cerca del suelo, no quieren volar demasiado. Se ha abusado muchísimo de la ficción. La literatura, el arte o el cine se habían despreocupado de las necesidades reales de las personas. Es una postura estética y comprometida, aunque no me gusta nada esta palabra. Llegó un punto en el que el arte se había alejado mucho de la gente y de lo que le importaba.
¿Por eso dice que sólo le interesó la verosimilitud?
La verosimilitud es el eje de la novela. No quería hacer una mera construcción de ficción vacía. Cuando empecé a plantearme cómo escribir la novela, siempre me daba con el mismo muro, el de la verosimilitud. Me inventaba personajes y no funcionaban. Así que decidí que los personajes que aparecerían en la novela serían personajes reales, excepto los personajes que aparecen en el vuelo y el vuelo en sí mismo. La mejor manera de recoger esa vida vinculada al mar era recogerla tal cual, hacer historia oral. Pero la tradición oral como tal no funciona sin ficción.
¿No serán los escritores los que sufren una crisis de imaginación?
No, no creo. Es una opción estética. En los libros que aparecen elementos reales, también hay mucha imaginación.
¿Cómo pasó el salto de la poesía a la novela?
Muy natural porque mis poemas son muy narrativos. En ambos cuento las mismas preo-cupaciones. La visión de la novela es mucho más global y es otra forma de escritura: es más estructura, es ingeniería pura. Es otra cosa. Bueno, en este caso, es ingeniería sin trama.
Hay un fuerte arraigo a las tradiciones de sus costumbres. No olvida de dónde viene.
No, claro. Un tal Kirmen Uribe va en el vuelo a Nueva York a dar una conferencia y lleva consigo una tradición a la que pertenece. No soy únicamente esa persona que va a la gran ciudad. El mundo de tus abuelos, tan diferente, también viaja contigo. Siempre me han gustado los contrastes. El contraste entre Nueva York y Bilbao, pero en la novela aparecen muchos otros: la familia tradicional y la familia desestructurada de ahora; la masculinidad de antes, con la feminidad de ahora; el riesgo y la seguridad. Hay muchas tensiones, pero también hay constantes.
¿Es importante tener oído y estar pegado a la calle?
Siempre he sido muy observador, desde pequeño. Pero también hay detrás muchas lecturas. La oralidad y lo escrito. Los escritores no vivimos sólo de libros. Para un escritor lo más importante es leer. Yo soy muy lector, pero eso no quiere decir que construya a partir de lo leído.
¿Para la siguiente novela volverá a las tradiciones?
No puedo repetir un libro como Bilbao-New York-Bilbao. Está claro que hablaré de mí mismo, pero no puedo repetirme.
¿Miedo a la repetición?
Mi padre fue pescador toda la vida. Una sola vida. Nuestra generación tiene muchas vidas. Tres, cuatro cambiamos de todo constantemente. El artista también quiere hacer aquello que no se ha hecho nunca antes, pero asimila la tradición. No podemos olvidar que formamos parte de una tradición. Debemos ser contemporáneos, pero al mismo tiempo hay que respetar la tradición. Hay cosas nuevas en la novela, pero esas cosas están dentro de la tradición. Las rupturas son muy frías y tardan en aparecer.
O sea que no es un "mutante"
[Risas] No. Pero creo que en la literatura están pasando muchas cosas y muy interesantes. La forma novela está cambiando mucho. Hay gente que está abriendo y, encima, son jóvenes quienes lo hacen. Tratan de contar las cosas de una manera más contemporánea.
¿Cómo cree que es la nueva novela entonces?
La forma de leer está cambiando y la forma de escribir debe hacerlo también. Ha cambiado la forma de leer y de ver el mundo. En mi novela, la estructura es lo más contemporáneo. Todas las partes podrían leerse de manera independiente, pero todas tienen una relación entre ellas. Bilbao-New York-Bilbao no se fijó en una trama, lo importante es el estilo. No me interesaba la trama, no quería enganchar al lector así. Cuando escribía sólo se repetía una pregunta: ¿Qué es literatura? ¿Un guión? ¿En qué se diferencia la literatura de otras formas de narrar? En el estilo: la riqueza de matices que recoge una novela no lo hace una película. La literatura es la mejor manera de retratar los pensamientos. Yo me he centrado en eso.
También hay una necesidad de tratar con la memoria, ¿cómo usarla?
Me interesa la memoria que cambia. No he construido un territorio mítico, quería situar la novela en un vuelo para aclarar que nosotros y nuestra memoria cambia constantemente. La memoria no es fija nunca. Todo el libro es un ejercicio de memoria, son recuerdos de las experiencias del personaje y de la familia. Pero la memoria es muy engañosa: el Kirmen Uribe de la novela, quién es realmente.
¿Nuestros abuelos tuvieron el contraste con sus antecedentes como el que tenemos nosotros con ellos?
Hablo de la identidad, de quién soy y de dónde vengo. El salto entre tres generaciones es enorme. Entre el XIX y el XX ya se ha contado, pero entre el XIX y el XXI no. Tenemos distancia suficiente para poder hablar de nuestros abuelos, de nuestros padres todavía no. Aparece una cuarta generación que me preocupa, ¿tendrá alguna vinculación con la generación del XIX?
Escribe sobre fuertes contrastes generacionales.
La manera de entender la familia de manera tradicional se rompe conmigo y lo cuento al retratar la relación con mi hijo Unai. Me gusta ese cambio en la estructura familiar. La novela nació como un gesto de nostalgia, para recoger aquello que se pierde, pero el tono final no es melancólico. No quería un tono otoñal. Es un tono luminoso, porque el mundo ha cambiado, nuestros modos están cambiando, se pierden unas cosas y se ganan otras.
La tradición oral hace vibrar el libro.
He bebido de la tradición oral desde pequeñito. Almodóvar dice que él escuchaba de pequeño las historias de mujeres. A mí me pasa lo mismo, yo he vivido entre mujeres, porque mi padre y mi abuelo siempre estaban en la mar. Quería trasladar esa tradición oral a la novela, pero con ironía, para restar valor a esos relatos que se nos hacen ver propios de una tierra y son universales. Amo la tradición, pero en esa medida, sin hacer leyenda ni épica.