ADRIÁN MASSANET
Blogdecine
Desde mediados de los sesenta, que fueron los años en los que el llamado “Cine Clásico” tocaba a su fin, la representación de la violencia se fue haciendo cada vez más gráfica en el cine norteamericano. En el pasado, autores como John Ford o Sam Fuller, habían sido sólo dos de los muchos directores de renombre que, incluyendo gran violencia psicológica en sus películas, nunca o casi nunca habían procedido a mostrarla de una manera gráfica y descarnada. De hecho, durante los años treinta, cuarenta y cincuenta, se había llegado a considerar como un ejemplo de maestría narrativa insinuar aspectos crudos de la realidad como la violencia y el sexo, en lugar de hacerlos explícitos.
Esto, este lugar común que algunos críticos epidérmicos consideran un marchamo de calidad, me parece una idiotez, falsa en sus fundamentos. Muchos directores de aquellos años hubieran optado por una violencia gráfica, y un sexo más explícito, si la censura se lo hubiera permitido. Por otra parte, me parece fundamental, si vamos a acercarnos a una de las muchas cloacas humanas de este mundo miserable, mostrar los efectos que la violencia y la crueldad del hombre pueden infligir en personales, animales y plantas. Ahora bien, que el cineasta sea capaz de observar esa violencia sin el gusto por el morbo fácil, y haciendo uso, pese a todo, de elegancia y contención…esa creo yo que es una virtud excepcional. ‘La jauría humana’ es una de las películas más perturbadoras del cine americano de los sesenta, y su director, Arthur Penn, es uno de esos realizadores que con una mirada limpia observan hechos repugnantes.
Esta película, a pesar de contar ya con treinta y cuatro años de existencia, de ser una película con abundantes diálogos, de contar entre sus intérpretes con profesionales curtidos en el teatro y en el Actor’s Studio, no me parece que haya envejecido prácticamente nada. Viéndola hoy, sus imágenes resultan igual de perturbadoras, de mareantes, de insoportables. En su momento, fue un sonoro fracaso y un escándalo. La América del buen rollismo de los sesenta no podía tragar este puñetazo en el estómago, que indagaba con ferocidad en la oscura América Profunda de mitad de siglo. Y su impactante violencia, que ahora no sorprende tanto, dejó a los críticos estupefactos y provocó que escribieran auténticas barbaridades sobre ella.
El director, Penn, había empezado de manera ejemplar, ganándose un merecido prestigio, con la formidable ‘El milagro de Anna Sullivan’. Ya llevaba un tiempo labrándose una gran reputación de dirección de actores y de cineasta sobresaliente en sus trabajos televisivos, y ahora se veía confirmado por su debut. Pero muchos le acusaron de plegarse a los caprichos del poderoso Sam Spiegel, y puede que tuvieran parte de razón, aunque Penn resultó ser un buen cineasta débil de carácter, y finalmente renegó de esta película de forma cobarde, aunque sólo un año después filmó la quizá más brutal aún ‘Bonnie & Clyde’. Pero claro, no es lo mismo contar las andanzas de dos encantadores sociópatas, que destaparles las vergüenzas a los ultraconservadores.
Un reparto perfecto, un relato devastador
Con la fenomenal música de John Barry, comienzan unos estupendos créditos que ya dan una idea de la desesperanza y la brutalidad que van a presidir, casi sin respiro, todo el relato. Y, a continuación, un brutal asesinato que va a condicionar, de manera total, los futuros acontecimientos. El guión es una joya, obra de Lillian Hellman, que adapta de manera brillante, conservando lo mejor de ella y ampliando de manera natural sus márgenes (y lo sé, porque la he leído), la obra teatral de Horton Foote. La guionista apresa con gran talento el complejo entramado de mezquinos caracteres que pueblan ese pueblo infecto, en el que la envidia, el racismo, el deseo no culminado, la ambición, la incomunicación, son moneda de cambio habitual y aceptada socialmente.
Bubber (en el doblaje español, por motivos que se me escapan, cambian el nombre a Bobby… alteración perpetrada, probablemente, por un director de doblaje sin el menor oído…), un pringado, un perdedor, un tipo de grandes dotes para la autrodestrucción, escapa de la cárcel por mera supervivencia. Lo que nunca podría imaginar es que su decisión, íntima, personal, e incontestablemente nacida en la libertad de su interior animico, iba a provocar tamañas consecuencias en su antigua comunidad. Interpretado, a mi parecer, con gran talento por un incipiente Robert Redford (que saltaría a la fama con este papel, pese a que fue masacrado por la crítica…) tenemos aquí la trágica imagen de un rebelde.
Pero si hay algo que destaque en esta aventura, es un reparto admirablemente cohesionado, formado por más de dos docenas de intérpretes, todos ellos poseedores de voz y rostros propios, definidores, que forman un todo indivisble, pues la menor caída de ritmo o presencia en cualquiera de ellos habría desequilibrado un filme tan de actores. Y el prodigio está ahí: todos ellos son un ejempo de perfección en su oficio. Son todos, por tanto, co-autores junto con Penn (porque él lo ha querido así) de esta tragedia.
El infierno de la sociedad
Un sólo hombre honesto (el sheriff Calder, interpretado con majestuosa prestancia por el inigualable Marlon Brando) tendrá que interponerse entre la fiera correosa que es la muchedumbre y el mártir solitario que es Bubber. Sólo dos personajes, la mujer de Bubber (nunca ví a Jane Fonda tan guapa y tan trágica…), y su amante Jake Rogers (un jovencísmio James Fox) obtienen una cierta redención. El resto son como hienas enloquecidas, de modo que la traducción del original ‘La caza’ a esa jauría a la que hace mención nuestro título, se antoja una de las pocas veces que un distribuidor ha dado en el clavo.
Penn irá trenzando los hilos de la tragedia con paciencia de entomólogo, observando con una mirada ligeramente irónica a estas criaturas a menudo patéticas, a veces brutales. Pareciera que sus personajes le importan, pero que no tiene intención de darles excesivas oportunidades. La violencia se va desplegando progresivamente, de manera gradual, sin prisas, con estallidos ocasionales que anuncian la tormenta del conmocionador clímax, en el que no hay la mínima concesión a la esperanza para el espectador. Todos sufren, todos pierden algo (seguramente, su imperfecta humanidad). Un infierno que ellos mismos se han construido a golpe de cincel, sobre las ruinas de su propia existencia.
Más que una buena o mala película, un relato inolvidable.
Esto, este lugar común que algunos críticos epidérmicos consideran un marchamo de calidad, me parece una idiotez, falsa en sus fundamentos. Muchos directores de aquellos años hubieran optado por una violencia gráfica, y un sexo más explícito, si la censura se lo hubiera permitido. Por otra parte, me parece fundamental, si vamos a acercarnos a una de las muchas cloacas humanas de este mundo miserable, mostrar los efectos que la violencia y la crueldad del hombre pueden infligir en personales, animales y plantas. Ahora bien, que el cineasta sea capaz de observar esa violencia sin el gusto por el morbo fácil, y haciendo uso, pese a todo, de elegancia y contención…esa creo yo que es una virtud excepcional. ‘La jauría humana’ es una de las películas más perturbadoras del cine americano de los sesenta, y su director, Arthur Penn, es uno de esos realizadores que con una mirada limpia observan hechos repugnantes.
Esta película, a pesar de contar ya con treinta y cuatro años de existencia, de ser una película con abundantes diálogos, de contar entre sus intérpretes con profesionales curtidos en el teatro y en el Actor’s Studio, no me parece que haya envejecido prácticamente nada. Viéndola hoy, sus imágenes resultan igual de perturbadoras, de mareantes, de insoportables. En su momento, fue un sonoro fracaso y un escándalo. La América del buen rollismo de los sesenta no podía tragar este puñetazo en el estómago, que indagaba con ferocidad en la oscura América Profunda de mitad de siglo. Y su impactante violencia, que ahora no sorprende tanto, dejó a los críticos estupefactos y provocó que escribieran auténticas barbaridades sobre ella.
El director, Penn, había empezado de manera ejemplar, ganándose un merecido prestigio, con la formidable ‘El milagro de Anna Sullivan’. Ya llevaba un tiempo labrándose una gran reputación de dirección de actores y de cineasta sobresaliente en sus trabajos televisivos, y ahora se veía confirmado por su debut. Pero muchos le acusaron de plegarse a los caprichos del poderoso Sam Spiegel, y puede que tuvieran parte de razón, aunque Penn resultó ser un buen cineasta débil de carácter, y finalmente renegó de esta película de forma cobarde, aunque sólo un año después filmó la quizá más brutal aún ‘Bonnie & Clyde’. Pero claro, no es lo mismo contar las andanzas de dos encantadores sociópatas, que destaparles las vergüenzas a los ultraconservadores.
Un reparto perfecto, un relato devastador
Con la fenomenal música de John Barry, comienzan unos estupendos créditos que ya dan una idea de la desesperanza y la brutalidad que van a presidir, casi sin respiro, todo el relato. Y, a continuación, un brutal asesinato que va a condicionar, de manera total, los futuros acontecimientos. El guión es una joya, obra de Lillian Hellman, que adapta de manera brillante, conservando lo mejor de ella y ampliando de manera natural sus márgenes (y lo sé, porque la he leído), la obra teatral de Horton Foote. La guionista apresa con gran talento el complejo entramado de mezquinos caracteres que pueblan ese pueblo infecto, en el que la envidia, el racismo, el deseo no culminado, la ambición, la incomunicación, son moneda de cambio habitual y aceptada socialmente.
Bubber (en el doblaje español, por motivos que se me escapan, cambian el nombre a Bobby… alteración perpetrada, probablemente, por un director de doblaje sin el menor oído…), un pringado, un perdedor, un tipo de grandes dotes para la autrodestrucción, escapa de la cárcel por mera supervivencia. Lo que nunca podría imaginar es que su decisión, íntima, personal, e incontestablemente nacida en la libertad de su interior animico, iba a provocar tamañas consecuencias en su antigua comunidad. Interpretado, a mi parecer, con gran talento por un incipiente Robert Redford (que saltaría a la fama con este papel, pese a que fue masacrado por la crítica…) tenemos aquí la trágica imagen de un rebelde.
Pero si hay algo que destaque en esta aventura, es un reparto admirablemente cohesionado, formado por más de dos docenas de intérpretes, todos ellos poseedores de voz y rostros propios, definidores, que forman un todo indivisble, pues la menor caída de ritmo o presencia en cualquiera de ellos habría desequilibrado un filme tan de actores. Y el prodigio está ahí: todos ellos son un ejempo de perfección en su oficio. Son todos, por tanto, co-autores junto con Penn (porque él lo ha querido así) de esta tragedia.
El infierno de la sociedad
Un sólo hombre honesto (el sheriff Calder, interpretado con majestuosa prestancia por el inigualable Marlon Brando) tendrá que interponerse entre la fiera correosa que es la muchedumbre y el mártir solitario que es Bubber. Sólo dos personajes, la mujer de Bubber (nunca ví a Jane Fonda tan guapa y tan trágica…), y su amante Jake Rogers (un jovencísmio James Fox) obtienen una cierta redención. El resto son como hienas enloquecidas, de modo que la traducción del original ‘La caza’ a esa jauría a la que hace mención nuestro título, se antoja una de las pocas veces que un distribuidor ha dado en el clavo.
Penn irá trenzando los hilos de la tragedia con paciencia de entomólogo, observando con una mirada ligeramente irónica a estas criaturas a menudo patéticas, a veces brutales. Pareciera que sus personajes le importan, pero que no tiene intención de darles excesivas oportunidades. La violencia se va desplegando progresivamente, de manera gradual, sin prisas, con estallidos ocasionales que anuncian la tormenta del conmocionador clímax, en el que no hay la mínima concesión a la esperanza para el espectador. Todos sufren, todos pierden algo (seguramente, su imperfecta humanidad). Un infierno que ellos mismos se han construido a golpe de cincel, sobre las ruinas de su propia existencia.
Más que una buena o mala película, un relato inolvidable.