La penúltima polémica del Holocausto


Los desnudos de Kate Winslet en la película 'The reader', que aborda el genocidio nazi, provocan una fuerte reacción en Estados Unidos




JULIO VALDEÓN BLANCO
El Mundo



Dormía feliz Kate Winslet, arrullada por una hipotética candidatura al Oscar, la sexta en su deslumbrante carrera. The reader, donde interpreta a una ex vigilante de un campo de exterminio nazi, huele a gran cine. Dirigida por Stephen Daldry (Billy Elliot, Las horas), anuncia una trama terrible: droga dura, combinado de memoria y culpa. Todo iba bien, decían en el departamento de promoción, hasta que llegó el prestreno en Nueva York.

Entre los invitados, escritores y dramaturgos, figuraba Charlie Finch, crítico con lengua de sierra. Al terminar la proyección levantó un dedo. Los desnudos de Winslet (consume la primera media hora de metraje en la bañera), son, dijo, insultantes. «Holocausto chic», dijo, para criticar luego que Daldry «trivialice» el genocidio y la posguerra. Según su opinión, «estamos ante un producto típicamente fabricado en Hollywood, que escamotea al monstruo y regala nuestro colmillo con la carnalidad de una asesina en serie».

Esta historia, concluía, sólo iba a servir para eclipsar películas más honestas. Daldry, el director, lívido, lamentó el juicio: «Hay más de 225 películas sobre el Holcausto. Hay sitio para la mía». Aunque según los cronistas, la audiencia parecía del lado del director, el torpedo ya surcaba por internet. En pocas horas, los blogs hervían. Las panteras de la Red, que no han visto la película, pendiente aún de estreno comercial, criticaban sus fallas. Empleando fumigadores, todos mordían en la yugular de Daldry, y por la herida se perdían, a borbotones, las posibilidades de que Winslet opte al Oscar.

¿Y qué cuenta The reader? La historia de una cancerbera de los campos de exterminio, que en los años 50 se lía con un muchacho. Ocho años más tarde, el tipo asiste a un juicio contra antiguos criminales nazis y descubre a su antigua amante en el banquillo: acusada de gasear a 300 mujeres. Se da la circunstancia de que el personaje de Winslet es analfabeta. Como no podía leer o escribir, obligaba a las prisioneras a que lo hicieran por ella. Para que nadie supiera del vergonzante secreto, liquidaba con saña multiplicada.

Basada en la novela de Bernhard Schlink, que en 1995 arrasó las listas y figuró entre los libros recomendados por Oprah Winfrey, The reader quiere ser metáfora sobre la amnesia. Con los testimonios del crimen relegados a fuentes escritas y la mayoría de los testigos muertos, el conocimiento del horror, aquejado de fibroma maligno, agoniza. Las nuevas generaciones, reactivas a la lectura en opinión de Schlink, necesitan pictogramas, gratificación visual instantánea.

Curiosamente, el escritor descubriría que la reacción más positiva hacia su libro vino de los jóvenes, mientras, reconoció, «algunos viejos lo atacaban incómodos», tachándolo de ajuste de cuentas. Cuesta creer en la blandura del texto. Estamos ante alguien que ha acusado a las generaciones alemanas que convivieron con el nazismo, aunque sea por omisión, «por tolerar a los criminales».

La crítica, en general, fue positiva, con exaltadas reseñas en el New York Times e incienso descorchado por el santón Rainer, aunque también hubo detractores, como Jeremy Adler, que habló de «pornografía histórica».

Bombardeada, Winslet parpadea. Reconoce que «hay muchas escenas con desnudos al principio, pero están justificadas al 100% por la historia». Para colmo, el amante de Winslet en The reader resulta ser adolescente (el actor, David Kross, tuvo que esperar a cumplir los 18 para rodar las escenas amorosas).

A día de hoy sobresalen dos hechos: de un lado, la feroz repulsión que los puritanos estadounidenses sienten por el desnudo; del otro, la certidumbre de que Finch, el crítico cabreado, no pertenece a ninguna liga prohibicionista -escribe libros de tono underground, sus columnas sobre arte nuevo son respetadas por sus iguales y conoce bien el mundillo neoyorquino-. Más que el sexo, entonces, lo que repugnaría a Finch es el tratamiento del Holocausto desde la trinchera de los verdugos, a los que de alguna forma humaniza.

A favor The reader, también está el conocimiento del cine que ha demostrado tener Daldry. Por ejemplo, con el estupor que transmitía Meryl Streep cuando, quitándose un guante rosa tras fregar los platos, redondeaba en Las horas una secuencia memorable, creada por un director que ahora sabe del sabor del barro.