Anagrama publicará los textos restaurados de Raymond Carver sin los cortes de Gordon Lish

El editor de Carver creó el minimalismo, desoyendo las súplicas del autor. Los textos originales contienen estilos y finales distintos de los que fueron publicados.

JOSEP MASSOT
La Vanguardia y Clarín



¿Qué sucedería si en un olvidado desván napolitano se descubrieran las copias originales de las obras maestras de un pintor, por ejemplo Caravaggio, y se desvelara una pintura original luminosa y clara? ¿Que su famoso claroscuro, la técnica por la que es reconocido, se debiera a la mano de un desconocido tratante de cuadros, que retocó, corrigió, añadió y manipuló a su antojo la obra? Algo similar ha ocurrido con los primeros relatos de Raymond Carver, inventor de una nueva manera de narrar, breve, fría, abrupta, cruel, a veces brutal, sin una sola palabra de más y con tantas palabras de menos que sus frases tienen el impacto de un puñetazo emocional en la conciencia de sus lectores. Sólo que no fue él, sino Gordon Lish, conocido como Captain Fiction,un veterano conocedor de todos los trucos del mundo editorial, quien inventó el estilo que hizo furor en los años ochenta y cambió la manera de escribir de una generación.

Se sabía que el minimalismo se conseguía gracias a la receta de "cortar, cortar y cortar aún más", según contaba Fernanda Pivano en sus crónicas americanas para Il Corriere della Sera. En los medios literarios neoyorquinos circulaba como un secreto a voces la severa edición a la que habían sido sometidos los primeros textos de Carver, pero hasta que los publicó el The New Yorker no se ha visto su verdadero alcance. Ahora acaban de salir en Einaudi y Jorge Herralde anuncia su publicación para el año 2010, con traducción de Jesús Zulaika.

A finales de los años setenta, Carver acababa de separarse de Maryann Burk y estaba superando su alcoholismo. Gordon Lish, el editor de Knopf, recibió una colección de 17 relatos de Carver, titulados The beginners (Los principiantes).Los leyó con el mismo entusiasmo con el que en seguida se entregó a una poda drástica y contundente. No sólo suprimió entre 4.000 y 5.000 palabras y en según qué cuentos, prescindió de una tercera parte del texto, sino que también cambió nombres, atajó caminos narrativos y añadió, de su puño y letra, frases enteras. El libro pasó a llamarse De qué hablamos cuando hablamos del amor y Carver fue entronizado como un maestro de la narrativa norteamericana, con su descripción glacial del mal y sus personajes comunes, amenazados siempre por un peligro que irrumpe de forma inesperada.

Los editores anglosajones tienen como hábito asumido la edición de los textos de sus autores. Pero a diferencia de la apasionada, bellísima, defensa con la que Malcom Lowry logró que su editor respetara la integridad de su texto de Bajo el volcán,la correspondencia entre Raymond Carver y Gordon Lish - conservada en la Universidad de Indiana, como todos los manuscritos corregidos-es angustiosa. Carver no se atreve a contradecir a Lish, le halaga, le jura agradecimiento eterno, pero también le suplica, invoca graves peligros para su salud, incluso le advierte que puede volver al alcohol... Todo para conseguir que Lish respete sus relatos y detenga el libro. No lo hace, y el éxito es fulminante.

Años más tarde, cuando Carver entregó los relatos de Catedral, ya se sentía más fuerte y se vio capaz de imponer su voluntad a Lish. Acabaron rompiendo.

El escritor, que se había definido como "un cuerpo pegado a un cigarrillo", murió de cáncer de pulmón en 1998. Aquel año preparaba una nueva colección de relatos. Era su obra póstuma y quiso recuperar tres de los relatos originales íntegros. En cambio, incluyó también cuatro historias según la versión corregida por Lish. De hecho, tras la aparición de De qué hablamos cuando hablamos del amor,Carver se hizo más prolijo, algo que no pasó inadvertido a la crítica, aunque también adoptó algunas de las enseñanzas de Gordon Lish,

Tras la muerte de Carver, su viuda, Tess Gallagher, quiso recuperar los textos originales. Knopf se negó: los relatos tenían que ser publicados sólo en el formato en que aparecieron. Tess Gallagher contrató al agente Andrew Wylie y este negoció un acuerdo con Library of America, una editorial sin afán de lucro. The New Yorker publicó toda la historia y distintas editoriales europeas se prestaron a publicar The beginners tal como los escribió Carver.

La noticia del caso ha generado un amplio debate en Norteamérica y Europa sobre si la invención del minimalismo fue o no una fabricación de laboratorio editorial. Hay quien prefiere la edición de Lish. Uno de los ejemplos más llamativos es Dile a las mujeres que nos vamos,uno de los cuentos que Robert Altman adaptó para su filme Shortcuts. Una reunión familiar, de amigos normales, un domingo cualquiera, en torno a un típico almuerzo de domingo. Después de comer, los dos amigos de infancia, Bill y Jerry, dejan sus familias y dan una vuelta en coche. Ven a dos chicas que van en bicicleta y tontean con ellas. Las siguen. Bill se detiene para fumar un cigarrillo.

Y acaba el cuento. Apenas unas cuatro líneas: "No entendió nunca lo que quería Jerry. Pero todo empezó y terminó con una piedra. Jerry usó la misma piedra con las dos muchachas, primero sobre la que se llamaba Sharon y luego sobre la que debería ser de Bill". Laconismo letal, mortífero, glacial, técnicamente perfecto. ¿Cómo era la versión original? Ni más ni menos que seis folios más. Carver daba a Jerry un pasado violento y en la escena final detallaba cómo se acercaba a las chicas, las perseguía, violaba a una de ellas, se iba, regresaba por la otra y describía cómo la asesinaba cruelmente. La mayoría de lectores prefiere la versión lacónica, pero también hay defensores -Baricco- del Carver compasivo con el dolor, sentimental, que sabe ver el revés del mal y pone humanidad a seres que viven en la devastación moral.