Revista Pueblos
En el mundo globalizado de hoy; en el mundo de las nuevas tecnologías; en el mundo de la noticia instantánea, están teniendo lugar dos guerras: la guerra visible y la guerra invisible. La guerra visible es la que interesa a la economía de mercado, a los intereses de los estados del mundo global, a los señores de la guerra y del petróleo. En ésta nos rasgamos las vestiduras cuando vemos las atrocidades que se cometen, pero forma parte del juego de los Imperios, de las Naciones, y salta a los medios de comunicación y, por tanto, hablamos de una guerra estúpida y cruenta, como todas las guerras, pero, al fin y al cabo, visible, cuyos pueblos están ahí, se sabe de su existencia, se les ayuda tanto de forma directa o indirecta, con apoyo de otros gobiernos y de los medios. Estarán siendo injustamente tratados, pero existen y tienen posibilidad de solución.
Lo que no sabemos -y si así fuese, lo es tan solo de forma soslayada- es que también en ese mundo globalizado otra guerra afecta a más 300 millones de seres humanos, la “guerra invisible”, esa guerra que unos gobiernos libran, de forma casi anónima ante el resto del mundo, contra unos pueblos que han sabido conservar su cultura viviendo dignamente sin perjudicar a nadie, ni siquiera al medio ambiente y sin inmiscuirse en los asuntos del “otro”. Me refiero a los “pueblos indígenas”, esos a los que se ha ignorado durante siglos, que han sido los “grandes ausentes” en la construcción de las sociedades modernas y, lo más sangrante, han sido obviados, en la mayoría de los casos, en la Constitución de sus propios países.
Hoy, que tanto se debate sobre el cambio climático, se debería mirar hacia esos “pueblos excluidos” y aprender de su trato y respeto al entorno, a la tierra, que forma parte de su propia identidad, con la que están integrados de forma que es un solo elemento. Es su medio de vida, su hogar, su filosofía misma.
Pero los países a los que pertenecen las distintas etnias indígenas, hacen la vista ciega, ya no solo ante la madre naturaleza, a la que masacran de forma indiscriminada, sino a una ancestral cultura que, en muchos casos, ha sido el propio origen de esa Nación, aliándose con empresas multinacionales cuyo único objetivo es el de hacer negocio a costa de lo que sea: pisotear la Historia, la Cultura, el Medio Ambiente o a las personas que se pongan en su camino hacia su éxito económico, a costa de la debacle ecológica de unas tierras que son un pulmón insustituible, ya no solo del continente americano, sino del mundo en el que vivimos.
Estos países de la América Latina, que ya tienen una referencia histórica de lo que puede llegar a ser una cultura a la que se pisotea y se ignora, no se concibe que sus dirigentes y responsables políticos se dejen embaucar por personas corruptas, en muchos casos oriundos sin escrúpulos que, a la larga los van a llevar, junto con el país, a consecuencias incalculables, tanto de desastre económico, político (posiblemente también personal) y que, ecológica y antropológicamente hablando, conducen, al país entero, a la pérdida total de su identidad. ¿Qué les queda entonces? Posiblemente solo intentar salir de un “limbo” al que por la avaricia e ignorancia de unos pocos y la impotencia de los otros, han sido conducidos.
¿Qué se tiene que decir en esta orilla del Atlántico ante lo que está sucediendo en esos países que nos gusta llamar “hermanos”, que no queremos ver lo que les está sucediendo a esos ancestrales pueblos indígenas, cuya cultura desaparecerá, como ya les sucediera con nuestros conquistadores, cuyo único interés era el poder y el sometimiento a la religión? ¿Qué intereses priman hoy?
Claro que esta vergüenza no solo afecta al continente americano, incluidos los Estados Unidos, sino a Asia, Europa, África. En total son más de 300 millones de personas para las que, parece ser, que los Derechos Humanos son papel mojado, ya que con estos indígenas o etnias minoritarias, no se cumple un solo punto de dicha Declaración. Podríamos comenzar por el primer punto que dice “nosotros los pueblos” ¿qué pueblos? Si, por otro lado, estamos ante culturas ancestrales a las que habría que proteger aunque no existiese la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Como punto positivo, cabe destacar el caso de Bolivia, cuyo presidente, el indígena Evo Morales, ha devuelto la esperanza a los pueblos indígenas del país andino, estando presentes en el Congreso y amparados y reconocidos en la Nueva Constitución. Reconocimiento este que le ha llevado a granjearse enemistades y críticas de otros países, del Continente y fuera del mismo, por intereses económicos que se han visto perjudicados por ese derecho a las tierras de estos pueblos hasta ahora oprimidos. Sin duda, es el primer ejemplo de luz y esperanza que deberían seguir otros países.
Lo que no sabemos -y si así fuese, lo es tan solo de forma soslayada- es que también en ese mundo globalizado otra guerra afecta a más 300 millones de seres humanos, la “guerra invisible”, esa guerra que unos gobiernos libran, de forma casi anónima ante el resto del mundo, contra unos pueblos que han sabido conservar su cultura viviendo dignamente sin perjudicar a nadie, ni siquiera al medio ambiente y sin inmiscuirse en los asuntos del “otro”. Me refiero a los “pueblos indígenas”, esos a los que se ha ignorado durante siglos, que han sido los “grandes ausentes” en la construcción de las sociedades modernas y, lo más sangrante, han sido obviados, en la mayoría de los casos, en la Constitución de sus propios países.
Hoy, que tanto se debate sobre el cambio climático, se debería mirar hacia esos “pueblos excluidos” y aprender de su trato y respeto al entorno, a la tierra, que forma parte de su propia identidad, con la que están integrados de forma que es un solo elemento. Es su medio de vida, su hogar, su filosofía misma.
Pero los países a los que pertenecen las distintas etnias indígenas, hacen la vista ciega, ya no solo ante la madre naturaleza, a la que masacran de forma indiscriminada, sino a una ancestral cultura que, en muchos casos, ha sido el propio origen de esa Nación, aliándose con empresas multinacionales cuyo único objetivo es el de hacer negocio a costa de lo que sea: pisotear la Historia, la Cultura, el Medio Ambiente o a las personas que se pongan en su camino hacia su éxito económico, a costa de la debacle ecológica de unas tierras que son un pulmón insustituible, ya no solo del continente americano, sino del mundo en el que vivimos.
Estos países de la América Latina, que ya tienen una referencia histórica de lo que puede llegar a ser una cultura a la que se pisotea y se ignora, no se concibe que sus dirigentes y responsables políticos se dejen embaucar por personas corruptas, en muchos casos oriundos sin escrúpulos que, a la larga los van a llevar, junto con el país, a consecuencias incalculables, tanto de desastre económico, político (posiblemente también personal) y que, ecológica y antropológicamente hablando, conducen, al país entero, a la pérdida total de su identidad. ¿Qué les queda entonces? Posiblemente solo intentar salir de un “limbo” al que por la avaricia e ignorancia de unos pocos y la impotencia de los otros, han sido conducidos.
¿Qué se tiene que decir en esta orilla del Atlántico ante lo que está sucediendo en esos países que nos gusta llamar “hermanos”, que no queremos ver lo que les está sucediendo a esos ancestrales pueblos indígenas, cuya cultura desaparecerá, como ya les sucediera con nuestros conquistadores, cuyo único interés era el poder y el sometimiento a la religión? ¿Qué intereses priman hoy?
Claro que esta vergüenza no solo afecta al continente americano, incluidos los Estados Unidos, sino a Asia, Europa, África. En total son más de 300 millones de personas para las que, parece ser, que los Derechos Humanos son papel mojado, ya que con estos indígenas o etnias minoritarias, no se cumple un solo punto de dicha Declaración. Podríamos comenzar por el primer punto que dice “nosotros los pueblos” ¿qué pueblos? Si, por otro lado, estamos ante culturas ancestrales a las que habría que proteger aunque no existiese la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Como punto positivo, cabe destacar el caso de Bolivia, cuyo presidente, el indígena Evo Morales, ha devuelto la esperanza a los pueblos indígenas del país andino, estando presentes en el Congreso y amparados y reconocidos en la Nueva Constitución. Reconocimiento este que le ha llevado a granjearse enemistades y críticas de otros países, del Continente y fuera del mismo, por intereses económicos que se han visto perjudicados por ese derecho a las tierras de estos pueblos hasta ahora oprimidos. Sin duda, es el primer ejemplo de luz y esperanza que deberían seguir otros países.