ÁLVARO CORTINA
El Mundo
Existen tópicos en la ficción que después resultan insólitos en la realidad. El contacto con los extraterrestres, el apaciguamiento de los conflictos por medio del diálogo o el del hombre que deja un puesto importante por hacer lo que le gusta. 'Extremoduro' cantó recientemente en Madrid: "Prefiero ser un indio que un importante abogado" y millares de personas (muchas abogados) alzaban su voz enfervorecidos con esta épica engañosa de la libertad.
Javier Santillán prefirió ser un editor a un importante hombre de banca. Y lo curioso, doblemente insólito, es que ha conseguido en cinco años (recién cumplidos) levantar una firma muy prestigiosa: Gadir. Aunque él mismo desmiente esa épica antes mencionada, tan publicitada. "Todo es más relativo".
Explica el dueño de Gadir que su caso es más frecuente en países como EEUU. "Quería ser librero o editor, por ahí quería tirar". Santillán pidió una excedencia en el Banco de España, donde se labraba toda una carrera en la Economía, y creó Gadir con la ayuda de unos socios. El mismo hombre que cocinó el euro en sus tiempos con el Instituto Monetario Europeo, guisa ahora libros exquisitos con estilosa presentación.
Santillán insiste en la calidad como un valor en liza frente a lo cuantitativo. "Nuestro catálogo acoge todo tipo de grandes autores del siglo XX, aunque es cierto que hay una cierta inclinación mediterránea. Clásicos italianos, escritores que en España se conocen poco o nada", explica.
Gadir ha reivindicado a sus predilectos, como Italo Svevo o Dino Buzzati. Elsa Morante, Elio Vittorini o el futurista Aldo Palazzeschi han encontrado hueco en las imprentas reveladoras de esta editorial.
Italianos aparte, Santillán destaca al poeta norteamericano Kenneth Rexroth o al rumano Camil Petrescu, nombres desconocidos para el aficionado medio que ahora son vertidos al mercado español en cuidadas traducciones. "La traducción es una profesión siempre insuficientemente reconocida. Nosotros les damos muchísima importancia, y contamos con excelentes traductores como Carlos Manzano, Joaquín Garrigós, Elena Martínez o César Palma", aclara Santillán.
La cara B de la masificación de la cultura
Según Santillán la iniciativa empresarial en este sector se ha ido enrevesando desde que empezó. "Las competencia es mucha. Convive un cierto oligopolio con otro sector de negocios editoriales más pequeños, y la viabilidad no es sencilla", explica. "Aunque soy optimista".
Es cierto que se venden miles de ejemplares todos los años, pero no tanta literatura de calidad. "Es la cara B de la masificación de la cultura", resuelve. Además, el responsable máximo de Gadir ve en el enorme despliegue mediático una carencia de análisis y de profundidad. O sea, más cultura de espectáculo que cultura a secas, y más difusión banal que verdadera diversidad cultural.
Estos "mecanismos perversos", estas disfunciones del sistema se cifran también en el desorbitado número de escritores que nacen, año tras año. Gadir mira fundamentalmente a los clásicos recientes, pero también ha fertilizado las estanterías con la novedad de la creación reciente. Ahí están Gabriel Tortella, Antonio Ferres o Abel Hernández, apuestas de Gadir en activo, o con libérrimas ilustraciones de clásicos del género infantil en su colección El Bosque Viejo. "Con esta colección pretendemos que los niños puedan acercarse a grandes de la literatura como Tolstoi, Pessoa o Pirandello", comenta el dueño de Gadir.
"Hay cada vez más escritores y cada vez más lectores, pero que la calidad crezca en paralelo con eso no está tan claro. Se trata de presentar escritores geniales o de verdadero talento, y eso no es una consecuencia estadística de la cantidad", cuenta Santillán.
Así, Gadir, un negocio con vocación de verdadera calidad, un "delicatessen" de cinco años de felicidades para el bibliófilo y una alternativa para el lector curioso. Al final, algunas iniciativas culturales pueden existir por encima del tópico. Lo bueno también prospera a veces fuera de las ficciones.
Javier Santillán prefirió ser un editor a un importante hombre de banca. Y lo curioso, doblemente insólito, es que ha conseguido en cinco años (recién cumplidos) levantar una firma muy prestigiosa: Gadir. Aunque él mismo desmiente esa épica antes mencionada, tan publicitada. "Todo es más relativo".
Explica el dueño de Gadir que su caso es más frecuente en países como EEUU. "Quería ser librero o editor, por ahí quería tirar". Santillán pidió una excedencia en el Banco de España, donde se labraba toda una carrera en la Economía, y creó Gadir con la ayuda de unos socios. El mismo hombre que cocinó el euro en sus tiempos con el Instituto Monetario Europeo, guisa ahora libros exquisitos con estilosa presentación.
Santillán insiste en la calidad como un valor en liza frente a lo cuantitativo. "Nuestro catálogo acoge todo tipo de grandes autores del siglo XX, aunque es cierto que hay una cierta inclinación mediterránea. Clásicos italianos, escritores que en España se conocen poco o nada", explica.
Gadir ha reivindicado a sus predilectos, como Italo Svevo o Dino Buzzati. Elsa Morante, Elio Vittorini o el futurista Aldo Palazzeschi han encontrado hueco en las imprentas reveladoras de esta editorial.
Italianos aparte, Santillán destaca al poeta norteamericano Kenneth Rexroth o al rumano Camil Petrescu, nombres desconocidos para el aficionado medio que ahora son vertidos al mercado español en cuidadas traducciones. "La traducción es una profesión siempre insuficientemente reconocida. Nosotros les damos muchísima importancia, y contamos con excelentes traductores como Carlos Manzano, Joaquín Garrigós, Elena Martínez o César Palma", aclara Santillán.
La cara B de la masificación de la cultura
Según Santillán la iniciativa empresarial en este sector se ha ido enrevesando desde que empezó. "Las competencia es mucha. Convive un cierto oligopolio con otro sector de negocios editoriales más pequeños, y la viabilidad no es sencilla", explica. "Aunque soy optimista".
Es cierto que se venden miles de ejemplares todos los años, pero no tanta literatura de calidad. "Es la cara B de la masificación de la cultura", resuelve. Además, el responsable máximo de Gadir ve en el enorme despliegue mediático una carencia de análisis y de profundidad. O sea, más cultura de espectáculo que cultura a secas, y más difusión banal que verdadera diversidad cultural.
Estos "mecanismos perversos", estas disfunciones del sistema se cifran también en el desorbitado número de escritores que nacen, año tras año. Gadir mira fundamentalmente a los clásicos recientes, pero también ha fertilizado las estanterías con la novedad de la creación reciente. Ahí están Gabriel Tortella, Antonio Ferres o Abel Hernández, apuestas de Gadir en activo, o con libérrimas ilustraciones de clásicos del género infantil en su colección El Bosque Viejo. "Con esta colección pretendemos que los niños puedan acercarse a grandes de la literatura como Tolstoi, Pessoa o Pirandello", comenta el dueño de Gadir.
"Hay cada vez más escritores y cada vez más lectores, pero que la calidad crezca en paralelo con eso no está tan claro. Se trata de presentar escritores geniales o de verdadero talento, y eso no es una consecuencia estadística de la cantidad", cuenta Santillán.
Así, Gadir, un negocio con vocación de verdadera calidad, un "delicatessen" de cinco años de felicidades para el bibliófilo y una alternativa para el lector curioso. Al final, algunas iniciativas culturales pueden existir por encima del tópico. Lo bueno también prospera a veces fuera de las ficciones.