La diversidad de la poesía penúltima

Las evocaciones íntimas y existenciales y la celebración de lo cotidiano y de la memoria en seis autores son exponentes de la convivencia de múltiples enfoques estéticos

MANUEL RICO
El País



La diversidad de enfoques estéticos y la convivencia de corrientes parece haberse asentado en el panorama poético de nuestro país en esta primera década del siglo. Muestra de ello es la cosecha de libros de calidad publicados recientemente por poetas que comienzan a asentar una solvente trayectoria años después de sus primeras entregas. De entre ellos, cabe destacar siete títulos de seis autores (tres hombres y tres mujeres) que son exponentes de esa diversidad. Vayamos a los libros.

En una vertiente de indagación reflexiva en la intimidad estaría el nuevo libro de Lorenzo Plana (Lleida, 1965), Desorden del amanecer, un texto en el que metafísica, experiencia y memoria se interrelacionan dando lugar a una poesía que medita sobre el paso del tiempo, sobre el acceso a la madurez, sobre la pérdida de la inocencia -"Ser los ingenuos / algún peso específico albergaba"-, sobre los límites de la vida, sobre la muerte y sus consecuencias. En Plana se advierte un equilibrio entre lo órfico y lo realista que revela el alejamiento de cierta poética figurativa surgida en los ochenta del pasado siglo y una voluntad indagatoria en lo vivido que busca el misterio y, en lo existencial, bordea el escepticismo: "Viajo mucho a mí mismo, / pero tampoco allí me esperan los abrazos".

A distancia de esa opción se encuentra Irene Sánchez Carrón (Navaconcejo, Cáceres, 1967), que ha obtenido, con su cuarto libro, Ningún mensaje nuevo, el Premio Antonio Machado en Baeza. Se trata de un poemario de celebración de lo cotidiano, también un canto de amor, en el que prevalece una poesía directa, conversacional, con giros irónicos que incorporan al texto una dimensión que lo aleja del realismo más plano. La metapoesía y la memoria infantil -"Nunca se sabe por qué se vuelve siempre"- completan este libro fresco, algo naíf quizá, apegado a la mítica de lo cotidiano: "Pronto se quedará desierta nuestra calle / y tendremos que hablar de cualquier cosa, / de poesía quizá, / de cualquier cosa". No es en ese registro en el que cabe inscribir Zapatos de cristal, de Ana Isabel Conejo (Tarrasa, 1970). Si bien comparte con el de Irene Sánchez la apertura de ventanas a la infancia -sobre todo, en La bella durmiente del bosque-, en lo demás difiere de manera nítida. Hay en el libro una gravedad existencial que habla de madurez. Y aunque hay amor, destellos de lo cotidiano y evocaciones íntimas, no es desdeñable la mirada que la poeta proyecta sobre dramas todavía vivos en la conciencia colectiva. Entre ellos, Irak, el 11-S, Palestina o el recuerdo del Prestige y de la marea negra ("Los faros / de la Costa da Morte / barren de agua lunar y luminosa / las rocas esmaltadas de negrura"). Sin embargo, no es una poesía directa. Sin excesos, apuesta por la imaginación y bordea el surrealismo: "El miedo huele a cañizal corrompido, a seta blanca, / a lluvia y a las manchas oscuras de la lluvia".

De Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) cabe destacar su poemario Mística abajo, libro en el que la reflexión intimista desciende, como desde el mismo título se sugiere, a "la tierra". La mística no descansa en la apelación a un ser superior, a un Dios inalcanzable, sino a las verdades de lo cotidiano, de lo visible y vivible, para trascenderlas en poema y meditación. Realidades contemporáneas tan omnipresentes como la televisión, la ciencia, la energía, conviven con otras tan de la tradición poética como la nevada, la soledad de los faros, la lluvia, el amor. Descender la mística a ras de suelo y elevar el suelo a ras de mística, he ahí el objetivo. Este libro forma parte de Década, volumen en el que se recoge su obra poética escrita entre 1997 y 2007 y del que, aparte de la poesía, aconsejo leer, por su lucidez, la reflexión prologal del propio Neuman acerca de la corrección del poema años después de publicado.

De otro lado, Década pone de relieve la tendencia de poetas relativamente jóvenes o muy jóvenes a recopilar, casi en un afán de canonización, la poesía completa cuando la obra está todavía afianzando su espacio en el panorama literario. En ese afán cabe encuadrar la Poesía completa de Pelayo Fueyo (Gijón, 1967), un volumen en el que, junto a las cuatro entregas publicadas entre 1990 y 2003 e iniciadas con su libro Memoria de un espejo, recoge el inédito La danza del ocioso. Pelayo Fueyo ha logrado un alto grado de eficacia en el intento de fusionar, en el poema, memoria, cotidianidad y emoción. Su texto inédito se mueve en esa triple polaridad. El espejo como recipiente del tiempo, la infancia como lugar de la felicidad, la melancolía como barniz de la experiencia. Tres factores que están presentes, en un equilibrio difícil y logrado, desde los versos iniciales de su primer libro hasta los últimos que cierran esta Poesía completa. Hasta tal punto es así que el lector tiene la impresión de estar más que ante una suma de cinco libros, ante un solo y extenso poemario, ante una obra unitaria y concéntrica.

Quizá sea el libro de Esther Ramón (Madrid, 1970) el más alejado de la poesía de lo cotidiano que domina en los libros hasta aquí valorados. Reses es un poemario con un sustrato épico, construido con la alternancia de poemas breves y cantos razonablemente extensos, escritos en verso largo, próximo al versículo. Los primeros actúan a modo de nexos que enlazan los segundos estructurando, así, una larga marcha de ganado como metáfora de los azares que gravitan sobre la Humanidad. Es una poesía telúrica, existencial, que reflexiona sobre la condición gregaria del hombre, sobre sus contradicciones, sobre la dialéctica construcción-destrucción que recorre la Historia desde sus orígenes, sobre la naturaleza y el poder devastador (o creador) de los seres humanos. También de su capacidad de recuperar lo ancestral y mágico, de soñar lo imposible y lo futuro, representado en Reses por animales que son símbolo de la belleza extrema: "No sabemos de dónde salen. Aparecen de pronto, / desbocados. Caballos blancos". -