PEDRO RODRÍGUEZ
ABC
Donde quiera que la gente esté perdiendo sus trabajos, sus casas, sus esperanzas y resulte muy difícil identificar exactamente quién tiene la culpa, «Las uvas de la ira» se convierte en una lectura obligada. Este mes de abril se cumplen setenta años del lanzamiento de la icónica novela de John Steinbeck. Pero la actualidad de ese libro disparada en Estados Unidos no tiene tanto que ver con cuestiones de aniversarios sino más bien con la inspiración y sintonía producidas por los malos tiempos económicos que corren.
Aunque realmente nunca ha pasado de moda la historia de la empobrecida familia Joad y su épico vía crucis desde Oklahoma hasta California, la vigencia de la novela de Steinbeck se ha multiplicado de un tiempo a esta parte. A la par que la recesión que oficialmente sufre la mayor economía del mundo desde diciembre del 2007. Por ejemplo, las peticiones de subvenciones al gobierno federal para organizar lecturas vecinales de «Las uvas de la ira» se han duplicado en tan solo cuestión de un año.
Tampoco faltan maestros que aprovechan la coyuntura para exigir a sus alumnos la lectura del famoso libro inspirado en una serie de reportajes que Steinbeck escribió para el «San Francisco News» sobre la suerte de los temporeros en las fértiles explotaciones agrícolas de California. Como proclamaba hace poco una profesora de bachillerato en Michigan a través de las páginas del «Washington Post»: «Tener un libro tan relevante en la actual crisis económica es el equivalente a un regalo divino».
Propaganda filo-comunista
Steinbeck publicó «Las uvas de las ira» a los 37 años de edad. Con un éxito instantáneo y su inevitable dosis de polémica. Ya que el mismo libro fue descrito como «pura genialidad para contar una historia» pero también condenado como desestabilizadora propaganda filo-comunista. Con todo, la novela logró vender medio millón de copias en 1939 y hacerse acreedora del premio Pulitzer. Además de inspirar en 1940 la inolvidable película dirigida por John Ford y protagonizada por Henry Fonda en el papel de hijo pródigo.
El resurgimiento editorial de «Las uvas de la ira» -no sólo versionada por Hollywood sino también en teatro y ópera- salpica incluso a todo lo relacionado con las duras tribulaciones financieras sufridas por Estados Unidos en la década de los años treinta. Cuando la economía llegó a contraerse un tercio con una tasa de paro del 25 por ciento en 1933. En las más recientes listas de best-sellers se puede observar el interés por la Gran Depresión y el revisionismo de las políticas de estímulo económico («New Deal») auspiciadas por el presidente Franklin Delano Roosevelt.
Algunos economistas intentan incluso extrapolar conclusiones actuales directamente de la novela escrita por el que se convertiría en premio Nobel de Literatura en 1962. Hasta el punto de argumentarse que la tradicional respuesta de movilidad exhibida por la familia Joab en busca de una mejor vida ahora sería mucho más improbable. Ya que la depreciación de las viviendas y las dificultades con los seguros médicos tienden a inmovilizar contra su voluntad a los afectados por la crisis.
Dentro de todo este revival de palabras y números sentidos se pueden encontrar incluso reportajes sobre la localidad de Sallisaw, al suroeste de Oklahoma, que sirve como cuna novelesca de la familia Joad. Cerca de la frontera con Arkansas, Sallisaw además de un estereotipo literario es un pueblo de 8.000 habitantes con un pequeño campus universitario, una moderna industria avícola y un casino regentado por los indios Cherokee.
El pueblo no ha logrado esquivar el frenazo económico experimentado por el resto de Estados Unidos. Pero todavía nada en comparación con el masivo fiasco agrícola de los años treinta, que terminó por forzar la salida de casi medio millón de personas hacia el Oeste, sobre todo California. Con todo, algunos ancianos de la localidad dicen acordarse todavía de cuando John Ford y su equipo vinieron a rodar las secuencias iniciales de «Las uvas de la ira».
Aunque realmente nunca ha pasado de moda la historia de la empobrecida familia Joad y su épico vía crucis desde Oklahoma hasta California, la vigencia de la novela de Steinbeck se ha multiplicado de un tiempo a esta parte. A la par que la recesión que oficialmente sufre la mayor economía del mundo desde diciembre del 2007. Por ejemplo, las peticiones de subvenciones al gobierno federal para organizar lecturas vecinales de «Las uvas de la ira» se han duplicado en tan solo cuestión de un año.
Tampoco faltan maestros que aprovechan la coyuntura para exigir a sus alumnos la lectura del famoso libro inspirado en una serie de reportajes que Steinbeck escribió para el «San Francisco News» sobre la suerte de los temporeros en las fértiles explotaciones agrícolas de California. Como proclamaba hace poco una profesora de bachillerato en Michigan a través de las páginas del «Washington Post»: «Tener un libro tan relevante en la actual crisis económica es el equivalente a un regalo divino».
Propaganda filo-comunista
Steinbeck publicó «Las uvas de las ira» a los 37 años de edad. Con un éxito instantáneo y su inevitable dosis de polémica. Ya que el mismo libro fue descrito como «pura genialidad para contar una historia» pero también condenado como desestabilizadora propaganda filo-comunista. Con todo, la novela logró vender medio millón de copias en 1939 y hacerse acreedora del premio Pulitzer. Además de inspirar en 1940 la inolvidable película dirigida por John Ford y protagonizada por Henry Fonda en el papel de hijo pródigo.
El resurgimiento editorial de «Las uvas de la ira» -no sólo versionada por Hollywood sino también en teatro y ópera- salpica incluso a todo lo relacionado con las duras tribulaciones financieras sufridas por Estados Unidos en la década de los años treinta. Cuando la economía llegó a contraerse un tercio con una tasa de paro del 25 por ciento en 1933. En las más recientes listas de best-sellers se puede observar el interés por la Gran Depresión y el revisionismo de las políticas de estímulo económico («New Deal») auspiciadas por el presidente Franklin Delano Roosevelt.
Algunos economistas intentan incluso extrapolar conclusiones actuales directamente de la novela escrita por el que se convertiría en premio Nobel de Literatura en 1962. Hasta el punto de argumentarse que la tradicional respuesta de movilidad exhibida por la familia Joab en busca de una mejor vida ahora sería mucho más improbable. Ya que la depreciación de las viviendas y las dificultades con los seguros médicos tienden a inmovilizar contra su voluntad a los afectados por la crisis.
Dentro de todo este revival de palabras y números sentidos se pueden encontrar incluso reportajes sobre la localidad de Sallisaw, al suroeste de Oklahoma, que sirve como cuna novelesca de la familia Joad. Cerca de la frontera con Arkansas, Sallisaw además de un estereotipo literario es un pueblo de 8.000 habitantes con un pequeño campus universitario, una moderna industria avícola y un casino regentado por los indios Cherokee.
El pueblo no ha logrado esquivar el frenazo económico experimentado por el resto de Estados Unidos. Pero todavía nada en comparación con el masivo fiasco agrícola de los años treinta, que terminó por forzar la salida de casi medio millón de personas hacia el Oeste, sobre todo California. Con todo, algunos ancianos de la localidad dicen acordarse todavía de cuando John Ford y su equipo vinieron a rodar las secuencias iniciales de «Las uvas de la ira».