Soñando América

Russel Banks reflexiona sobre las características fundacionales de los Estados Unidos


JUAN BOLEA
El periódico de Aragón




Al calor de las elecciones presidenciales norteamericanas se ha vuelto a debatir el modelo de país, si es o no el del famoso sueño, el del éxito individual, basado en la meritocracia; y, en otro orden de cosas, si debe seguir siendo o no la primera potencia armada, el policía del mundo.

Russell Banks, uno de los intelectuales norteamericanos más respetados de las últimas décadas, medita en esos y otros muchos aspectos en uno de sus más recientes ensayos, Soñando América (Editorial Bruguera), cuya lectura, al margen de los destinos que aguarden a los candidatos en liza, McCain y Obama, resulta altamente recomendable.

Lo es, fundamentalmente, por una razón, la de que su autor, en lugar de enredarse en la hojarasca de ese país continental de usar y tirar a que hoy han devenido los USA, se ha remontado al origen fundacional de la que sería, en los albores del siglo XIX, la primera y revolucionaria patria de la democracia moderna.

Banks, en efecto, extiende sus filosóficas redes hasta los primeros pobladores, hasta el alma de los colonos ingleses llegados a Nueva Inglaterra en busca de libertad religiosa, espiritualmente amparados por una visión protestante de corte claramente fundamentalista. En cambio, los holandeses, por ejemplo, se instalarían en Nueva York, en Manhattan y en el valle de Hudson por razones puramente mercantiles, para pescar y comerciar con las maderas y las pieles de castor, en absoluto atraídos por elementos o promesas que tuvieran que ver con la religión, el ansia de libertad o la política.

Antes que ellos, por supuesto, los españoles habían navegado hacia el Caribe, Florida, México, en busca de oro. Como resultado de todas esas experiencias de conquista y ocupación, ¿en qué iba a convertirse América? se pregunta, o nos pregunta, Banks. ¿En un lugar milagroso, en una ciudad protestante sobre un monte, como una especie de nueva Jerusalén? ¿O se trataba, más bien, de un vasto continente listo para ser saqueado a placer, y en su propio beneficio, por las potencias occidentales, España, Holanda, Inglaterra y Francia?

¿Existió --se pregunta, en otro capítulo, el autor-- una forma primigenia de sueño americano? "No una, sino varias", sospechará Banks. Estaba El Dorado, la ciudad de oro que Cortés y Pizarro soñaron con encontrar, y estaba también la Fuente de la Eterna Juventud, ambicionada por Ponce de León. Y estaba el sueño puritano de Nueva Inglaterra. Tres sueños, apunta Banks, quizá entrelazados y que se alimentaban mutuamente: América como el lugar donde el pecador se torna virtuoso; como el lugar donde el pobre puede enriquecerse; como el lugar donde se puede renacer espiritualmente.

Al fondo, siempre, la vieja Europa, pues los padres fundadores --Thomas Paine, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, James Madison-- tomaron las principales ideas, el núcleo de su pensamiento de la Ilustración europea. "Por primera vez se estaba aplicando el concepto más radical de democracia como gobierno representativo que no contemplaba ninguna forma de monarquía o nobleza". A partir de allí, los norteamericanos pudieron soñar con los ojos abiertos, aunque a veces tengan pesadillas.