KEPA ARBIZU
Lumpen
Los tiempos han cambiado. Los jóvenes de generaciones pasadas adornaban sus carpetas con pegatinas de Nirvana y Eddie Vedder entre otros. No soy tan ingenuo como para creer que eso era consecuencia de una mayor cultura musical que la actual. El grunge por aquella época era un negocio, cosa que no impide reconocer que detrás de todo aquello había unos discos, unas canciones y una música de nivel que sirvió en cierto modo para revitalizar el rock.
De todos los grupos pertenecientes a esa generación que conoció la popularidad en la década de los noventa, a excepción de los imprescindibles Mudhoney, sólo Pearl Jam ha construido una carrera de largo recorrido. Al margen de las manías o fobias que suelen levantar aquellos que alcanzan la fama y el respeto mayoritario, hay que admitir que cuentan con, por lo menos, tres discos que cualquier amante del rock debería escuchar, “Ten”, “Vs” y “Vitalogy”. Los dos primeros recrean un ambiente dramático repleto de guitarras y el otro contiene un rock de márgenes más amplios y gran pegada.
Precisamente para su último trabajo, “Backspacer”, han contado de nuevo con el productor de alguno de sus primeros discos, Brendan O’Brian. El motivo, recuperar la fuerza pasada. Y creo que esta es la palabra clave, fuerza. Eso es exactamente lo que se echa de menos en sus nuevas composiciones. Cuando me refiero a este término no lo utilizo como sinónimo de aceleración o ruido sino como medio para transmitir intensidad, elemento clave y esencial en ellos. Es una lástima pero “Backspacer” no eleva el listón de los prescindibles últimos trabajos, si exceptuamos la apreciable banda sonora que Eddie Vedder realizó para la película “Into the wild”.
Complicado saber cuáles son los motivos por los que Pearl Jam se ha instalado en esa especie de monotonía que, sin ser una pérdida total de capacidades, sí supone una decepción para los que escuchamos sus temas con esperanza. No sería descabellado barajar el reciente cambio político en EEUU, uno de los caballos de batalla del grupo, y su condición de responsables padres de familia, como motivos de su falta de chispa. Aunque también son muchos los ejemplos prácticos que harían tambalearse esta teoría.
Y hay que reconocer que el primer tema con el que nos encontramos era un buen primer paso y que podía sugerir algo interesante. “Gonna see my friend” es un pildorazo rockandrollero lleno de cadencia. Progresivamente se va a ir deshaciendo esa esperanza, “Got some” o “The fixer” sin ser fallidos no desprenden ninguna sensación habitual de los grandes temas de Pearl Jam. Ambos se acercan peligrosamente a esos ritmos emocore, pretendidamente llenos de sentimiento pero sin lograr transmitir grandes sensaciones. “Johnny Guitar” con las mismas características resulta algo más entretenida al igual que la adrenalítica “Supersonic”.
Respecto a las composiciones más lentas creo que es donde Eddie Vedder, de un tiempo a esta parte, se encuentra más cómodo. Mientras que los ritmos acelerados llegan a sonar monótonos y sin grandes novedades, la ecológica y suave “Just breathe” o la emocionante “The end” sí elevan el nivel del disco. Algo parecido sucede con los medios tiempos, guitarreros eso sí, de “Force of Nature” o “Amongst the waves”, que recuperan el dramatismo habitual de la formación consiguiendo un buen resultado.
Lejos queda el grunge y el torbellino que dejó a su paso. Pearl Jam fue una de las caras visibles de dicho movimiento pero en ningún momento cayó en el camino autodestructivo de otros grupos. Ellos continuaron con su tarea, la de hacer rock sin limitaciones. No parece “Blackspacer” un disco que marque una época, ni siquiera que atraiga a muchos oyentes nuevos, pero eso no anula lo que fueron, y son, estos chicos de Seattle.