Peter Handke, poeta del Yo


El austríaco Peter Handke es un autor polifacético: Novelista, dramaturgo, guionista, director de cine y también poeta. Desde la semana próxima, «Vivir sin poesía» pone al alcance de los lectores españoles toda su Obra Lírica


JAIME SILES
ABC




Como casi todos los poetas europeos de su generación, el austríaco Peter Handke, nacido en 1942, concibe la escritura como una continua y concéntrica reflexión sobre el yo y el lenguaje: «Con la palabra YO comienzan las dificultades», dice el undécimo poema de su primer libro, y la angustia de los límites del habla sirve tanto de autoironía como de estímulo a este inteligente, crítico y lúcido creador, más atento a las percepciones y perplejidades que la ficción del yo procura que a los juegos fónicos que la representación língüistica produce. Esto es lo que lo diferencia tanto del carácter metafísico que impregna la obra de Ingeborg Bachmann como del letrismo y la poesía visual y concreta de Ernst Jandl, a la que, por el uso de las mayúsculas y el ludismo de la tipografía, da la impresión de aproximarse a veces.

Su tradición, a la que no son ajenos los dos citados nombres, se acerca más al Schopenhauer que influirá en Nietzsche y en Mauthner y que será el punto de partida del mejor Wittgenstein. La crisis del sujeto, tan presente en la filosofía austríaca de finales del siglo XIX, y la del lenguaje, representada por la famosa carta de Hoffmannsthal, vuelven a darse cita en Handke, pero de otro modo, que es el que nos lo hace contemporáneo no en tal o cual parte de sus libros, sino en su totalidad.

Políticamente incorrecto

Vivir sin poesía reúne su obra poética publicada hasta la fecha: los treinta y ocho poemas de El mundo interior del mundo exterior del mundo interior, los diecinueve de El fin del deambular, el unitario Poema a la duración, que tradujo Eustaquio Barjau hace algún tiempo, y los tres movimientos de Leben ohne Poesie, con el que en 2007 ha querido titular la edición de su poesía completa.

No es casual que las citas que abren su escritura poética sean de un romántico como Jean Paul, ni que su primer libro se exprese en las más diversas formas, con entimemas y epiqueremas incrustados en el discurso lírico, poemas en prosa llenos de definiciones gramaticales aristotélicas, oraciones nominales puras, coordinaciones mecánicamente repetitivas, asíndeton acumulador, articulado laconismo, objetivaciones directas, tono discursivo, un irracionalismo controlado por la sintaxis propia de la lengua coloquial, parodia de distintos estilos formulares, utilización literaria de la enumeración propia de la esquela, los títulos de crédito de las películas y del hit-parade, narratividad y diálogos, todo ello con un sistema referencial que aúna la música y la filosofía con el cine y el fútbol, y que no tiene reparos en adoptar los modos de la confesión, incluso cuando ésta es «políticamente incorrecta», como en la biografía de la frase «No soy ni un nacionalista ni un igualitario / No soy un adorador de la dictadura ni el defensor de una mal entendida democracia», o en «Mentira histórica».

Visión del mundo

En el primer Handke hay un alto grado de provocación y una serie de temas tan obsesivos como recurrentes, que, si no son del todo los mismos, sí enlazan con los que su prosa paralela o coetánea ofrece: el lector reconoce cuanto de unitario y común hay en aquélla y en ésta, que es tanto su visión del mundo como su idea del lenguaje, o al revés, ya que en Handke mundo y lenguaje son lo mismo.

El segundo libro supone una experimentación de otro modo: en lo que él mismo llama «un segundo yo» y que obliga a disponer los poemas como si fueran dípticos de un «confuso balbucear». Lo que predomina ahora es el poema breve y, sobre todo, el fragmento, la estructura del haiku y la economía verbal al servicio del análisis del recuerdo y de la percepción.

En su tercera etapa se advierte el poema sentido como movimiento en espiral: Handke intenta intuir y fijar «el aliento de la duración», que no está en lo temporal sino en «lo maleable», que se convierte en «una calma», en una «espera» y en «una redención» y que hace al yo menos solipsista que solidario. El yo no se conforma con una «letanía de palabras aisladas», el poema largo sirve de cauce al monólogo interior, y la filosofía de Bergson desplaza ahora a la germánica. Y el cambio no es sólo de tema sino también de forma, porque todos los textos últimos, aunque próximos en su visión del lenguaje y del mundo, difieren entre sí.