NURIA AZANCOT
El Mundo
La amplitud, el atrevimiento y la enjundia poética de la obra de Hans Magnus Enzensberger le sitúan en lo más alto de la cultura alemana. Su calidad, para entendernos, está por encima de la de autores como Dahrendorf o Habermas. Haber nacido en Baviera y en 1929 le da una doble ventaja. Por un lado es un alemán del sur -menos rígido, más imaginativo- y, por otro, pasó de soslayo por la II Segunda Guerra Mundial. A Gönter Grass, nacido en Danzig -ahora Gdansk- dos años antes, en 1927, le arrolló la contienda por los pelos, pero todavía se rastrea remordimiento en sus textos.
En España se ha traducido mucho a Enzensberger. Gran parte de sus ensayos están en Anagrama, aunque ya en 1968 Seix Barral editó Política y delito. En octubre de 2002 recogió el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y en sus apariciones públicas cautivó a la gente con su lucidez, mesura, humildad y sabiduría.
El original de En el laberinto de la inteligencia apareció el 2007 en el excelente sello Suhrkamp Verlag, y esta cuidada edición, que como objeto en sí es un agasajo a la estética, llega a los escaparates españoles este mes de septiembre. Como ya sucedió en Alemania, la reacción del lector español va ser brusca, por decirlo de una manera suave. Enzensberger arremete contra el concepto de inteligencia, uno de los pilares que sustentan el enorme edificio de la psicología experimental.
Desde su formación, generacionalmente marxista, y su campamento base instalado en Múnich, Enzensberger ha sabido nadar en la Europa del desarrollo y del dinero y no perder, con su revista Kursbuch y la dirección de la colección de literatura alternativa Die andere Bibliothek, el contacto con cierta izquierda no dogmática e imaginativa. Con su gusto por la crítica y la escandalera ha llamado la atención en muchos momentos de su larga carrera intelectual. Recordemos cómo acusa a los medios de comunicación tradicionales de ser una “industria de la conciencia” destinada a la manipulación, o cómo acusó a los alemanes de ser vagos.
Apoyado en su derecho a rectificarse y presto a refugiarse en el burladero de su condición de poeta, Enzensberger ha dado forma En el laberinto de la inteligencia a una preocupación que ya se rastrea en sus textos sobre la Ilustración y que se refiere al papel de los intelectuales y a su capacidad -su inteligencia- para explicar el mundo al resto de la gente. Como obsesión o como parte de su temperamento, en la obra de Enzensberger se palpa un rechazo a la autoridad. Para ello lo mejor es repudiar el papel prescriptor y de guía del intelectual. Poner en cuestión la inteligencia y difuminar cualquier tipo de relación que ésta pudiera tener con la clase social o la raza.
La intención de Enzensberger en este volumen no es descifrar si los intelectuales son más o menos inteligentes que el resto de los mortales, en realidad es evidente que no. Su objetivo es desmontar por inútil el concepto de inteligencia con el que ha estado operando la psicología desde finales del siglo XIX. Para convencer al lector ha organizado un texto breve, apoyado en una bibliografía escasa, que comienza por señalar el cambio de “virtudes” que se ha operado en la sociedad desde la antigöedad y la Edad Media hasta la modernidad. Valores como la fidelidad, el coraje, la sabiduría, la humildad o la caballerosidad han cedido el paso a la flexibilidad, la capacidad de trabajo en equipo o de imponer la propia opinión. Pero sobre todo, como escribe Enzensberger, “todo aquel que quiera ser considerado moderno debe ser, necesariamente, inteligente”.
Tras enumerar los términos utilizados para calificar la inteligencia o la falta de ella, el lector es conducido al inicio de la psicología. En este escenario el protagonismo es para Alfred Binet (1857-1911) que, como es bien sabido, en sus esfuerzos por mejorar la docencia en las escuelas y liceos franceses ideó los primeros tests de inteligencia, conocidos desde entonces como escala Binet-Simon. En 1912 el psicólogo alemán William Stern acuñó el término “coeficiente de inteligencia” (CI) y extendió su utilización desde la escuela a todo el conjunto de la población. En la I Guerra Mundial el ejército norteamericano comenzó a utilizar este tipo de tests para enrolar a sus reclutas. En la Segunda afinó su utilización con éxito, pero en la guerra de Vietnam comenzó a percibir que estas pruebas tenían mas agujeros que un queso de gruyere pese al refinamiento metódico/técnico que habían logrado.
Ya en el corazón de En el laberinto de la inteligencia, Enzensberger centra su artillería en Eysenck (1916-1997), psicólogo de origen alemán afincado en Londres y célebre por su teoría factorial de la personalidad que asume tres dimensiones básicas: extraversión-introversión, neuroticismo y psicoticismo. Su versión del test de inteligencia se aplica en todo el mundo y su libro de carácter divulgativo Cómo conocer usted mismo su coeficiente de inteligencia ha sido todo un éxito de ventas.
La crítica de Enzensberger no entra tanto en los aspectos metodológicos del test Eysenck como en el hecho de que su utilización consagra una clasificación o, peor aún, una estratificación en función de un coeficiente de inteligencia que a su vez estaría determinado por factores culturales y de clase. Tras recoger con entusiasmo la crítica que el brillante biólogo de la Universidad de Harvard Stephen Jay Gould hace en su famoso libro La falsa medida del hombre de cómo se cosifica la inteligencia con las magnitudes abstractas del CI o el llamado “factor g” o “inteligencia general”, Enzensberger se detiene en los trabajos más recientes en torno a la medición de la inteligencia. Lo más llamativo es su referencia al trabajo de un psicólogo neozelandés, James R. Flynn, descubridor del llamado “efecto Flynn”, que en resumen viene a señalar que las medidas del CI tienden a elevarse en todo el mundo.
Estamos ante un libro cuyo tono recuerda mucho al de Pierre Bourdieu en Sobre la televisión (Anagrama, 1997). Textos escritos por pensadores en la cima de su gloria que abordan problemas enormes en los que otros investigadores no se atreven a entrar. El problema de estos textos escritos desde la cumbre es que carecen del suficiente aparato bibliográfico y crítico habitual en la vida académica.
Definir la inteligencia es complejo toda vez que en su posible definición es necesario considerar el nivel de la fisiología del cerebro, el de las diferencias individuales y el de las estructuras sociales y culturales. No obstante, emplear con sabiduría el CI puede tener utilidad individual y social. Todo ello requiere recordar que Sir Francis Galton, el inventor del concepto de eugenesia, utilizado posteriormente por los nazis, sentó una relación de flirteo, como en estas páginas señala Hans M. Enzensberger, con la psicometría.
En España se ha traducido mucho a Enzensberger. Gran parte de sus ensayos están en Anagrama, aunque ya en 1968 Seix Barral editó Política y delito. En octubre de 2002 recogió el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades y en sus apariciones públicas cautivó a la gente con su lucidez, mesura, humildad y sabiduría.
El original de En el laberinto de la inteligencia apareció el 2007 en el excelente sello Suhrkamp Verlag, y esta cuidada edición, que como objeto en sí es un agasajo a la estética, llega a los escaparates españoles este mes de septiembre. Como ya sucedió en Alemania, la reacción del lector español va ser brusca, por decirlo de una manera suave. Enzensberger arremete contra el concepto de inteligencia, uno de los pilares que sustentan el enorme edificio de la psicología experimental.
Desde su formación, generacionalmente marxista, y su campamento base instalado en Múnich, Enzensberger ha sabido nadar en la Europa del desarrollo y del dinero y no perder, con su revista Kursbuch y la dirección de la colección de literatura alternativa Die andere Bibliothek, el contacto con cierta izquierda no dogmática e imaginativa. Con su gusto por la crítica y la escandalera ha llamado la atención en muchos momentos de su larga carrera intelectual. Recordemos cómo acusa a los medios de comunicación tradicionales de ser una “industria de la conciencia” destinada a la manipulación, o cómo acusó a los alemanes de ser vagos.
Apoyado en su derecho a rectificarse y presto a refugiarse en el burladero de su condición de poeta, Enzensberger ha dado forma En el laberinto de la inteligencia a una preocupación que ya se rastrea en sus textos sobre la Ilustración y que se refiere al papel de los intelectuales y a su capacidad -su inteligencia- para explicar el mundo al resto de la gente. Como obsesión o como parte de su temperamento, en la obra de Enzensberger se palpa un rechazo a la autoridad. Para ello lo mejor es repudiar el papel prescriptor y de guía del intelectual. Poner en cuestión la inteligencia y difuminar cualquier tipo de relación que ésta pudiera tener con la clase social o la raza.
La intención de Enzensberger en este volumen no es descifrar si los intelectuales son más o menos inteligentes que el resto de los mortales, en realidad es evidente que no. Su objetivo es desmontar por inútil el concepto de inteligencia con el que ha estado operando la psicología desde finales del siglo XIX. Para convencer al lector ha organizado un texto breve, apoyado en una bibliografía escasa, que comienza por señalar el cambio de “virtudes” que se ha operado en la sociedad desde la antigöedad y la Edad Media hasta la modernidad. Valores como la fidelidad, el coraje, la sabiduría, la humildad o la caballerosidad han cedido el paso a la flexibilidad, la capacidad de trabajo en equipo o de imponer la propia opinión. Pero sobre todo, como escribe Enzensberger, “todo aquel que quiera ser considerado moderno debe ser, necesariamente, inteligente”.
Tras enumerar los términos utilizados para calificar la inteligencia o la falta de ella, el lector es conducido al inicio de la psicología. En este escenario el protagonismo es para Alfred Binet (1857-1911) que, como es bien sabido, en sus esfuerzos por mejorar la docencia en las escuelas y liceos franceses ideó los primeros tests de inteligencia, conocidos desde entonces como escala Binet-Simon. En 1912 el psicólogo alemán William Stern acuñó el término “coeficiente de inteligencia” (CI) y extendió su utilización desde la escuela a todo el conjunto de la población. En la I Guerra Mundial el ejército norteamericano comenzó a utilizar este tipo de tests para enrolar a sus reclutas. En la Segunda afinó su utilización con éxito, pero en la guerra de Vietnam comenzó a percibir que estas pruebas tenían mas agujeros que un queso de gruyere pese al refinamiento metódico/técnico que habían logrado.
Ya en el corazón de En el laberinto de la inteligencia, Enzensberger centra su artillería en Eysenck (1916-1997), psicólogo de origen alemán afincado en Londres y célebre por su teoría factorial de la personalidad que asume tres dimensiones básicas: extraversión-introversión, neuroticismo y psicoticismo. Su versión del test de inteligencia se aplica en todo el mundo y su libro de carácter divulgativo Cómo conocer usted mismo su coeficiente de inteligencia ha sido todo un éxito de ventas.
La crítica de Enzensberger no entra tanto en los aspectos metodológicos del test Eysenck como en el hecho de que su utilización consagra una clasificación o, peor aún, una estratificación en función de un coeficiente de inteligencia que a su vez estaría determinado por factores culturales y de clase. Tras recoger con entusiasmo la crítica que el brillante biólogo de la Universidad de Harvard Stephen Jay Gould hace en su famoso libro La falsa medida del hombre de cómo se cosifica la inteligencia con las magnitudes abstractas del CI o el llamado “factor g” o “inteligencia general”, Enzensberger se detiene en los trabajos más recientes en torno a la medición de la inteligencia. Lo más llamativo es su referencia al trabajo de un psicólogo neozelandés, James R. Flynn, descubridor del llamado “efecto Flynn”, que en resumen viene a señalar que las medidas del CI tienden a elevarse en todo el mundo.
Estamos ante un libro cuyo tono recuerda mucho al de Pierre Bourdieu en Sobre la televisión (Anagrama, 1997). Textos escritos por pensadores en la cima de su gloria que abordan problemas enormes en los que otros investigadores no se atreven a entrar. El problema de estos textos escritos desde la cumbre es que carecen del suficiente aparato bibliográfico y crítico habitual en la vida académica.
Definir la inteligencia es complejo toda vez que en su posible definición es necesario considerar el nivel de la fisiología del cerebro, el de las diferencias individuales y el de las estructuras sociales y culturales. No obstante, emplear con sabiduría el CI puede tener utilidad individual y social. Todo ello requiere recordar que Sir Francis Galton, el inventor del concepto de eugenesia, utilizado posteriormente por los nazis, sentó una relación de flirteo, como en estas páginas señala Hans M. Enzensberger, con la psicometría.