PEDRO CRENES CASTRO
Senderosretorcidos
Miguel Ángel Muñoz es uno de los grandes cuentistas de una generación que pide paso a fuerza de buen oficio y de una lectura certera del mundo que les rodea. Editor del ya mítico blog El síndrome Chéjov dedicado al cuento y a su entorno, nos responde a las preguntas que le proponemos a propósito de la publicación en Páginas de Espuma de su nuevo libro Quédate donde estás.
¿Cuándo nace Quédate donde estás como libro?
No estoy seguro de que un libro nazca en el momento en que comienza a escribirse o cuando deja de ser escrito y comienza el proceso de publicación. O, es más, si nace como libro en el momento en que es por fin publicado. En todo caso, comencé a escribirlo antes de que se publicara El síndrome Chéjov, y fui tranquilamente reuniendo los relatos que irían conformándolo. La guinda final fueron los microrelatos, los últimos en escribirse y en añadirse a la estructura del libro.
Aunque se afirma que el libro gira alrededor de la idea del equilibrio veo que existe una vertiente de desequilibrio en todos los cuentos, a saber, desequilibrio afectivo, emocional, profesional… ¿Será que el desequilibrio es el equilibrio de los personajes de tu libro?
Las historias e intenciones de los relatos del libro eran bien diversas y me parecía muy importante la disposición estructural de los mismos, su ordenación. Buscar que provocara los contrastes que yo deseaba para los relatos. La búsqueda del equilibrio es por tanto sobre todo formal. Respecto a ese desequilibrio que aprecias en las historias, creo que el origen de una tensión narrativa que resulte atrayente para el lector ha de nacer de la presencia de un conflicto, y cualquier conflicto bebe de una contradicción, una duda, una lucha contra algo.
En “Vitruvio” veo la figura del escritor como una especie de escarabajo, dotado de suficientes manos para hacer todo. Hay algo de escarabajo kafkiano en este cuento.
Es curioso, porque después de escribir ese relato, excéntrico y que escribí con mucha libertad, no he dejado de leer historias reales en prensa sobre trasplantes inverosímiles, de brazos o de cara, operaciones que hace unos años nos parecían de ciencia-ficción. Está claro que el cyborg está cada día más cerca y ese cuento puede llegar a ser literatura costumbrista de aquí a poco. Ya no nos sorprende nada.
Las vidas de los escritores son como las vidas de santos, muchos quieren imitarla y verse allí reflejados. ¿Le pasa algo parecido a Miguel Ángel Muñoz?
Creo que, al menos a mí, me parece que esas vidas tienen poco de ejemplares, y por eso las anécdotas que reflejo en mis relatos sobre algunos escritores -y que ocupan muy pocas páginas del total del libro aunque parezca lo contrario- muestran las miserias, humanas pero miserias, de escritores que viven en medio de una absoluta imperfección. Como todos, vamos.
Mi cuento favorito de este libro es “Los hijos hundidos”, me parece un cuento cuya atmósfera es técnicamente excelente, es decir, nos hace ver las fotos en la pared, nos oprime y desconcierta como si estuviéramos allí. ¿Cómo trabajas las atmósferas de sus cuentos?
El cuento vive de su atmósfera como el mago de los prolegómenos del truco. Lo importante no es la paloma, sino el que mientras el mago habla, esperamos la paloma. Me gusta intentar que el lector sienta lo que veo, y vea lo que pienso.
El más divertido para mí por lo cerca que me toca es “Profesor Amine”, microrrelato basado en hechos reales. Doy fe de los hechos. ¿Cuándo te encontraste con el “viejo profesor”?
Sorprende ver que ese texto, prácticamente real y que muchos lectores habrán leído en los papeles que se reparten por la calle, es un texto que se reproduce una y otra vez, por distintos autores, y que basa su efecto, como en la literatura, no tanto en el anuncio del falso vidente, que todos fácilmente detectamos como una engañifa, sino en la credulidad de aquellos que finalmente descuelguen el teléfono y lo llamen. De poco sirve todos los intentos que hagas por seducir a un lector con tus historias si el lector no quiere ser seducido. Ahí está la belleza caprichosa y respetable del gusto: lo que a unos les parece buena literatura a otros no les dice nada. Unos descuelgan el teléfono y la mayoría no.
En una entrevista que nos concedió hace unas semanas Ignacio Martínez de Pisón le preguntábamos lo siguiente: “Cuando dices que frente a Poe has acabado prefiriendo a Chéjov, ¿podríamos decir que Poe representa mejor la juventud (dices “trazo vistoso y enérgico”) y Chéjov la madurez (“dices pincelada sutil”)?”nos contestó que “desde luego lo representa para mí. Pero no creo que eso tenga un valor universal. Cortázar siguió escribiendo toda su vida magníficos relatos en la tradición de Poe”. ¿Qué te parece la apreciación habida cuenta de tu relación con Chéjov?
Estoy muy de acuerdo con lo que comenta Martínez de Pisón. Chéjov es un autor que puede no gustarte cuando adoras a Poe -a mí me ocurrió- y que sin embargo, cuando lo lees atentamente más tarde, no entiendes cómo en aquel momento no llegaste a entenderlo. Con Poe la pasión puede languidecer cuando los años pasan. A Chéjov nos lo llevaríamos incluso a la residencia de ancianos, para que nos ayudara a morirnos mejor.
“Ácaros” me recuerda a un texto que leí de Monterroso sobre “Cómo me deshice de 500 libros”. ¿Podríamos usar este cuento como una suerte de orden para deshacernos de libros y sus innatas alergias o con que quitemos el polvo nos vale? ¿Hay libros que contaminan más o todos son sospechosos?
¿Qué haríamos si nos obligaran a desprendernos, por el motivo que fuera, de nuestros libros? ¿Cuáles escogeríamos? ¿Cuáles serían los imprescindibles? La solución del relato es irónica, porque al final, el proceso es una cadena de proporciones enormes, que no tiene fin. La literatura que me interesa es una cadena sin fin, y un libro lleva a otro. Lo que menos me gusta del mundo del cuento es cierta endogamia y falta de curiosidad en sus lectores más entregados. Leer sólo cuento es algo parecido a probar un sólo alimento. Por mucho que nos guste, no es sano. Lo peor es cuando se entiende que el cuento, encima, ha de cocinarse de una determinada manera, y a un punto de sal que parece estar escrito en unas Tablas de la Ley de las que el autor no se debe alejar, cuando la belleza del relato como género es su versatilidad, y su libertad. Todos los libros, del género que sean, están relacionados.
Recomiéndanos dos libros de cuentos que debamos leer.
Uno que aún no se ha publicado en España, y que espero que lo sea tras el revival Richard Yates: Once tipos de soledad. El segundo aparecerá en lo que queda de año, y es otra maravilla de Ángel Olgoso: La máquina de languidecer.
Miguel Ángel Muñoz ¿se queda donde está o sigue escribiendo? ¿En que andas metido literariamente en estos días?
Corrigiendo, corrigiendo, corrigiendo.
¿Cuándo nace Quédate donde estás como libro?
No estoy seguro de que un libro nazca en el momento en que comienza a escribirse o cuando deja de ser escrito y comienza el proceso de publicación. O, es más, si nace como libro en el momento en que es por fin publicado. En todo caso, comencé a escribirlo antes de que se publicara El síndrome Chéjov, y fui tranquilamente reuniendo los relatos que irían conformándolo. La guinda final fueron los microrelatos, los últimos en escribirse y en añadirse a la estructura del libro.
Aunque se afirma que el libro gira alrededor de la idea del equilibrio veo que existe una vertiente de desequilibrio en todos los cuentos, a saber, desequilibrio afectivo, emocional, profesional… ¿Será que el desequilibrio es el equilibrio de los personajes de tu libro?
Las historias e intenciones de los relatos del libro eran bien diversas y me parecía muy importante la disposición estructural de los mismos, su ordenación. Buscar que provocara los contrastes que yo deseaba para los relatos. La búsqueda del equilibrio es por tanto sobre todo formal. Respecto a ese desequilibrio que aprecias en las historias, creo que el origen de una tensión narrativa que resulte atrayente para el lector ha de nacer de la presencia de un conflicto, y cualquier conflicto bebe de una contradicción, una duda, una lucha contra algo.
En “Vitruvio” veo la figura del escritor como una especie de escarabajo, dotado de suficientes manos para hacer todo. Hay algo de escarabajo kafkiano en este cuento.
Es curioso, porque después de escribir ese relato, excéntrico y que escribí con mucha libertad, no he dejado de leer historias reales en prensa sobre trasplantes inverosímiles, de brazos o de cara, operaciones que hace unos años nos parecían de ciencia-ficción. Está claro que el cyborg está cada día más cerca y ese cuento puede llegar a ser literatura costumbrista de aquí a poco. Ya no nos sorprende nada.
Las vidas de los escritores son como las vidas de santos, muchos quieren imitarla y verse allí reflejados. ¿Le pasa algo parecido a Miguel Ángel Muñoz?
Creo que, al menos a mí, me parece que esas vidas tienen poco de ejemplares, y por eso las anécdotas que reflejo en mis relatos sobre algunos escritores -y que ocupan muy pocas páginas del total del libro aunque parezca lo contrario- muestran las miserias, humanas pero miserias, de escritores que viven en medio de una absoluta imperfección. Como todos, vamos.
Mi cuento favorito de este libro es “Los hijos hundidos”, me parece un cuento cuya atmósfera es técnicamente excelente, es decir, nos hace ver las fotos en la pared, nos oprime y desconcierta como si estuviéramos allí. ¿Cómo trabajas las atmósferas de sus cuentos?
El cuento vive de su atmósfera como el mago de los prolegómenos del truco. Lo importante no es la paloma, sino el que mientras el mago habla, esperamos la paloma. Me gusta intentar que el lector sienta lo que veo, y vea lo que pienso.
El más divertido para mí por lo cerca que me toca es “Profesor Amine”, microrrelato basado en hechos reales. Doy fe de los hechos. ¿Cuándo te encontraste con el “viejo profesor”?
Sorprende ver que ese texto, prácticamente real y que muchos lectores habrán leído en los papeles que se reparten por la calle, es un texto que se reproduce una y otra vez, por distintos autores, y que basa su efecto, como en la literatura, no tanto en el anuncio del falso vidente, que todos fácilmente detectamos como una engañifa, sino en la credulidad de aquellos que finalmente descuelguen el teléfono y lo llamen. De poco sirve todos los intentos que hagas por seducir a un lector con tus historias si el lector no quiere ser seducido. Ahí está la belleza caprichosa y respetable del gusto: lo que a unos les parece buena literatura a otros no les dice nada. Unos descuelgan el teléfono y la mayoría no.
En una entrevista que nos concedió hace unas semanas Ignacio Martínez de Pisón le preguntábamos lo siguiente: “Cuando dices que frente a Poe has acabado prefiriendo a Chéjov, ¿podríamos decir que Poe representa mejor la juventud (dices “trazo vistoso y enérgico”) y Chéjov la madurez (“dices pincelada sutil”)?”nos contestó que “desde luego lo representa para mí. Pero no creo que eso tenga un valor universal. Cortázar siguió escribiendo toda su vida magníficos relatos en la tradición de Poe”. ¿Qué te parece la apreciación habida cuenta de tu relación con Chéjov?
Estoy muy de acuerdo con lo que comenta Martínez de Pisón. Chéjov es un autor que puede no gustarte cuando adoras a Poe -a mí me ocurrió- y que sin embargo, cuando lo lees atentamente más tarde, no entiendes cómo en aquel momento no llegaste a entenderlo. Con Poe la pasión puede languidecer cuando los años pasan. A Chéjov nos lo llevaríamos incluso a la residencia de ancianos, para que nos ayudara a morirnos mejor.
“Ácaros” me recuerda a un texto que leí de Monterroso sobre “Cómo me deshice de 500 libros”. ¿Podríamos usar este cuento como una suerte de orden para deshacernos de libros y sus innatas alergias o con que quitemos el polvo nos vale? ¿Hay libros que contaminan más o todos son sospechosos?
¿Qué haríamos si nos obligaran a desprendernos, por el motivo que fuera, de nuestros libros? ¿Cuáles escogeríamos? ¿Cuáles serían los imprescindibles? La solución del relato es irónica, porque al final, el proceso es una cadena de proporciones enormes, que no tiene fin. La literatura que me interesa es una cadena sin fin, y un libro lleva a otro. Lo que menos me gusta del mundo del cuento es cierta endogamia y falta de curiosidad en sus lectores más entregados. Leer sólo cuento es algo parecido a probar un sólo alimento. Por mucho que nos guste, no es sano. Lo peor es cuando se entiende que el cuento, encima, ha de cocinarse de una determinada manera, y a un punto de sal que parece estar escrito en unas Tablas de la Ley de las que el autor no se debe alejar, cuando la belleza del relato como género es su versatilidad, y su libertad. Todos los libros, del género que sean, están relacionados.
Recomiéndanos dos libros de cuentos que debamos leer.
Uno que aún no se ha publicado en España, y que espero que lo sea tras el revival Richard Yates: Once tipos de soledad. El segundo aparecerá en lo que queda de año, y es otra maravilla de Ángel Olgoso: La máquina de languidecer.
Miguel Ángel Muñoz ¿se queda donde está o sigue escribiendo? ¿En que andas metido literariamente en estos días?
Corrigiendo, corrigiendo, corrigiendo.