"Truelove's gutter", Richard Hawley (2009)


KEPA ARBIZU
Lumpen



Pocos son los restos que hoy en día quedan del llamado Brit pop. No sólo ya en cuanto a artistas encuadrados en dicha categoría que actualmente sigan en activo, sino a la supuesta influencia e importancia que se esperaba, o se preconizaba, de dicho movimiento. Es un buen ejemplo, y mejor toque de atención, a la sobreexposición a la que se nos somete con diferentes tendencias supuestamente repletas de calidad y destinadas a conquistar el mundo.

Una de las pocas personas que vivió toda aquella época y que todavía sigue viva, creativamente hablando, es Richard Hawley. Componente en esos años de Longpips y sobre todo de los afamados Pulp, al margen de participar como músico de sesión con diferentes artistas. La mala noticia, para el britpop, es que su carrera en solitario se mueve por lugares totalmente ajenos a dicha corriente.

En sus grabaciones en solitario el músico inglés se desenvuelve con elegancia en un terreno donde mandan los precursores del rock and roll, Roy Orbison y Elvis Presley principalmente, pero también la elegancia de los crooners clásicos (desde Sinatra a Leonard Cohen) y el gusto por las orquestaciones. Estas características se expresan certeras y magistrales en sus dos discos “Cole’s corner” y “Lady’s bridge”. También ha convertido en marca de la casa su manera sobria de reflejar pequeñas historias locales (a menudo haciendo referencia a su lugar de residencia), no exentas de profundidad.

Para su nuevo trabajo, “Truelove’s gutter”, continúa con su emotiva forma de crear canciones pero ha hecho más hincapié en los aspectos pop y orquestales y ha disminuido las claras influencias del rock and roll clásico, pasándolas a un lugar más secundario. El propio músico ha reconocido que su intención era crear un disco alejado de las modas. En él expía todos sus demonios y observa los dramas propios y de los que le rodean. Se trata de detenerse y reflexionar. Nada más escuchar el disco toman forma sus deseos. Orquestada con todo tipo de instrumentos y sonidos, algunos más cercanos a la meditación y sonido ambiente que al pop/rock, consigue crear la atmósfera que pretende.

“As the dawn breaks” representa la dualidad que atraviesa todo el disco. Canciones repletas de miradas al lado oscuro pero adornadas por una instrumentación muchas veces bucólica y serena. Su voz suena clara, nítida, plena de profundidad, acompañada de lo que se asemeja más a una banda sonora que a un tema pop. “Open up your door” suena a una de esas melodías creadas por artistas como Burt Bacharach. En ella se desmenuza una dura historia de amor.

“Ashes on the fire” y “Remorse code” siguen nadando en historias truculentas. La primera con cierta sonoridad country, continúa en la senda de los traumas que crea el amor y en la segunda, un tema largo, casi diez minutos, la importancia la cobra la guitarra eléctrica, tocada con dulzura, para musicar la deriva que vive un hombre en su vida. Se trata de los únicos dos temas que siguen una estructura y forma de rock.

“Don’t get hung up in your soul” nos devuelve al Hawley más sobrio y meditabundo para contar la historia de un personaje que pasa su vida en un manicomio. La guitarra acústica, acompañada de un sonido que imita un silbido, recrea una sensación de extraña placidez. “Soldier on” comienza de la misma manera, pero a mitad del tema, sufre una revolución por medio de la guitarra eléctrica que aumenta la épica de la canción llevándola a niveles máximos. Llega el momento de la bellísima “For your lover give some time”. Perfectamente aderezada con violines sirve de relato costumbrista sobre las relaciones de un matrimonio (en este caso el de Hawley). “Don’t you cry” cierra el disco. Es un tema extremadamente largo que se vale de todo tipo de instrumentación y que deja en nuestra memoria las composiciones de Scott Walker, muy presente a lo largo de todo el disco.

Ya avisaba el propio autor que no era para nada fácil hacerse a este disco. En eso hay que darle la razón, es necesario un esfuerzo para escucharlo, reescucharlo, saber digerir sus melodías y asumirlas. Una vez hecho, nadie se podrá arrepentir de haberse acerado a él.