Henry James. Genio y figura de la modernidad


Novelas que toman a Henry James como personaje y nuevas traducciones y reediciones del autor de Otra vuelta de tuerca actualizan su importancia en la historia de la novela moderna. Aquí, un recorrido por el fenómeno y el análisis del escritor Carlos Gamerro sobre su legado


VIRGINIA COSIN
Revista Ñ



A poco de comenzar ¡El autor, el autor!, novela del inglés David Lodge sobre la vida de Henry James, Henry personaje se lamenta, luego de que sus novelas El Americano y Daisy Miller fueran un éxito rotundo, del inevitable declive que sufre el interés suscitado por su obra. Retrato de una dama había sido considerablemente bien recibida, pero no lo suficiente y las sumas de dinero que su editor le ofrecía a modo de adelanto por las futuras ediciones no llegaban a rozar siquiera las grandes expectativas del escritor. Pero lo más lamentable era ver cómo su aspiración a dejar de ser "la mayor promesa de la novela en el mundo de habla inglesa" para convertirse en una verdad irrefutable, se hundía en la posibilidad del fracaso. La novela de Lodge, publicada en el 2004, gira alrededor de aquel lamentable episodio en el que el escritor es largamente abucheado luego de la representación de la pieza teatral Guy Domeville y se interna en las vicisitudes de un personaje tan talentoso y brillante como irremediablemente humano. La reciente andanada de libros que toman a James como figura central, así como de reediciones y traducciones de sus textos, películas sobre sus relatos y publicaciones inéditas, dan cuenta de que la fama póstuma es –Arendt dixit– la suerte de los inclasificables.

En nuestro país, a la sistemática tarea de Edgardo Russo, de El Cuenco de Plata, que desde el año 2004 viene editando gran parte de la obra de James –entre rarezas inéditas en nuestro idioma (La otra casa), hasta sus obras más famosas y encumbradas (Las alas de la paloma)– se suma la reciente aparición de El punto de vista, un librito pequeño y muy poco conocido que escribió en 1882 y que ahora la editorial La Compañía, dedicada a rescatar perlas olvidadas de grandes autores, tradujo por primera vez al castellano.

Para fin de este año El Cuenco de Plata tiene programada la edición de Lo que Maisie sabía y para el año próximo, la edición de La princesa Cassamasima, a la que seguirán Otra vuelta de tuerca en la traducción de José Bianco con extenso prólogo de Octave Mannoni, y otra antología de cuentos.

Entrados ya al siglo XXI, otra generación de lectores tiene la oportunidad de asomarse a una considerable cantidad de obras del prolífico escritor, con la ventaja de contar con nuevas y cuidadosas traducciones.

Los dos mundos

Henry James nació en Nueva York en 1843 y creció en el seno de una familia de buena posición económica y grandes aspiraciones intelectuales. Uno de sus hermanos, William, fue otra personalidad relevante en el mundo del pensamiento: autor del famoso volumen Principios de psicología, elaboró la doctrina del empirismo radical. Su padre, a sabiendas de que una buena educación no podía excluir estudios en Europa, envió a sus hijos a Francia primero y a Inglaterra después. James inició –tal vez sin sospecharlo– el giro hacia la novela moderna, abriendo camino a los nombres decisivos de la literatura del siglo XX como los de James Joyce, Marcel Proust y Virginia Woolf. Cultivó con celo su vida privada e hizo del secreto y la ambigüedad un estilo inconfundible. Vivió entre dos mundos: nació en Estados Unidos pero fue en Inglaterra donde afirmó su vocación indeclinable por las letras y donde se radicó adoptando, hacia el final de su vida, la nacionalidad inglesa. En la agitación de ese vaivén vislumbró el choque entre la tradición (Europa) y la novedad (Estados Unidos) y lo plasmó en la mayoría de sus obras. Indagó la doble naturaleza del fantasma y produjo uno de los relatos más inquietantes en la historia de la literatura. Otra vuelta de tuerca es un texto que diferentes generaciones intentaron desmenuzar con el objeto de hallar la verdad que se oculta en sus intersticios. ¿Son reales, entonces, los fantasmas que acosan a la institutriz? ¿O se trata, tal vez, de los desvaríos de una persona perturbada? "Nadie ha querido comprender –escribe Borges en su Introducción a la literatura inglesa– que James, al escribirlo, buscó esas distintas interpretaciones sin comprometerse con ninguna". Se apasionó por el teatro, pero el intento de triunfar como autor dramático fue infructuoso. Paradójicamente, el cine convertiría sus textos –tiempo después de su muerte– en guiones de películas cuyo vastísimo público rebasaría las salas y trocaría los abucheos por ovaciones y aplausos.

El novelista moderno

En una escena de la comedia romántica Notting Hill, estrenada en 1999, Hugh Grant –haciendo lo que mejor sabe: mostrarse irresistible como el tipo algo torpe y sensible que destila acidez británica– le recomienda a Julia Roberts, que interpreta a una famosísima actriz de Hollywood (es decir: a ella misma) que deje de hacer porquerías taquilleras y demuestre que es mucho más que una muñequita de la industria: "Deberías hacer una película de Henry James", le dice, como si se tratara de un género cinematográfico en sí mismo.

Lo cierto es que las más de cien realizaciones –entre telefilmes, series para televisión y películas– que sus relatos inspiraron en todas las épocas y a tan diversos creadores, dan cuenta de que su iluminadora obra debía aguardar, aún, la llegada de un arte nuevo: el de la imagen en movimiento. La apuesta que tan rotundamente había perdido con el teatro se transformó en el gran triunfo que le deparó la posteridad. Un paso en falso que, lejos de hundirlo, lo proyectó hacia delante, convirtiéndolo en nuestro contemporáneo. La clave está en la mirada y en el manejo del tiempo. Su técnica narrativa, que más se afiló cuanto más se obcecaba por escribir piezas dramáticas, fue ciñéndose alrededor de las descripciones minuciosas y "en tiempo real" de los escenarios por los cuales desfilaban sus personajes. Personajes que, a su vez, no pueden mirarse a sí mismos nunca, sino que sólo pueden ser narrados a partir de la mirada de los otros. En este punto, La protesta, una de sus últimas obras, escrita después de la saga de Las alas de la paloma, Los embajadores y La copa dorada, es determinante. Allí, como señala Silvio Mattoni en el prólogo de la edición de El Cuenco de Plata, la descripción física del millonario norteamericano, que está dispuesto a comprar un valioso retrato (sí: un retrato del cual, por otro lado, no se hace ninguna descripción), es un verdadero "catálogo de ausencias". Como esas figuras de madera apostadas en ciertos lugares turísticos, que reproducen una silueta, y en cuyo rostro se abre un agujero para que los viajeros lo rellenen con el suyo propio para ser fotografiados. Somos nosotros, los lectores, esos viajeros que prestamos nuestros rostros. Y es la cámara de cine, que tiene que ubicarse siempre en un punto para tomar una imagen, y que en virtud del montaje unirá los diversos puntos para construir un relato, el dispositivo que se apropió de aquella profética forma de narrar.

Si hubiera que mencionar un director de cine que se hizo cargo del espíritu anglófilo del escritor americano y cumplió con rigor el mandato de poner en escena sus mundos imaginarios, ese sería James Ivory que, junto con el productor Ismail Merchant y la guionista Ruth Prawer Jhabvala, llevó tres de sus novelas a la pantalla grande. Por otro lado, más de diez versiones –para cine y televisión– se filmaron sobre Una vuelta de tuerca, acaso el más famoso de todos los relatos de James. Y directores de la talla de William Wyler, F. Truffaut, Peter Bogdanovich y Agnieszka Holland, filmaron sus propias versiones de obras como Washington Square, El altar de los muertos y Daisy Miller.

No resulta extraño que la posibilidad de ubicar la mirada detrás de la lente para retratar a las mujeres de James, resulte atractivo para las directoras de cine. Una de las últimas adaptaciones más resonantes de los últimos años fue la de Retrato de una dama, la película de Jane Campion, que aborda el libro con una mirada completamente contemporánea y, a la vez, fiel a la del autor. La historia de Isabel Archer, encarnada aquí por la bella Nicole Kidman es, para Campion, la historia de la aparición del lado oscuro de una mujer; un viaje iniciático. El vínculo que la obra de James entabla, para la directora, entre el tiempo victoriano y la actualidad, es representado por las voces del comienzo del filme; mujeres que hablan en tiempo presente sobre una serie de inquietudes comunes; la búsqueda de una identidad, las renuncias, los deseos, las elecciones, los miedos.

La gran bestia pop

Pero el "boom James" rebasó el espacio de las salas de cine cuando, en 1996, año en que se estrenó la película de Campion, Nicole Kidman posó para la portada de la revista Vogue americana caracterizada como el personaje que la elevó al podio de "actriz seria". Ahora, el legado de Henry James constituía mucho más que un estilo narrativo inimitable. Era, también, el creador de una tendencia fashion.

Parte de la responsabilidad de que todas las miradas se dirigieran al mundo jamesiano a partir de la mitad del siglo XX fue del crítico estadounidense León Edel que en el año 1953 publicó el primer tomo de una obra monumental: la biografía de Henry James. Los cinco extensos volúmenes que la conformaron fueron fruto de una exhaustiva investigación para la cual entrevistó a personas cercanas al escritor, como su mayordomo Burgess Noakes, y de un rastrillaje meticuloso de los documentos del archivo James guardados en la Universidad de Harvard, al que tuvo acceso con el aval de la familia. El último tomo fue publicado en 1972. Vida de Henry James constituyó la fuente principal de dos novelas que aparecieron simultáneamente en Inglaterra –la ya mencionada ¡El autor, el autor! y The Master. Retrato del novelista adulto, de Colm Toibim– en el año 2004. La vida del escritor –que él mismo había menospreciado en virtud de una entrega completa al arte– como esas embarcaciones pesadas que durante decenios guardan un tesoro, emergió por fin a la superficie.

Pero lo cierto es que, como afirma el periodista de La muerte del león, uno de los relatos que conforman La lección del maestro y otros relatos (El Cuenco de Plata): "La vida del artista es su obra, y su obra, es el mejor lugar para observarlo".

Graham Greene dijo que James era, en la historia de la novela, como Shakespeare en la historia de la poesía. En ambos casos la condición de clásico es otorgada por la capacidad –que sólo el genio posee– de producir una obra que admita una cantidad inagotable de lecturas.

Sería posible imaginarnos a nosotros, lectores contemporáneos, como aquellos fantasmas que se inmiscuyen en sus relatos y sobre los cuales no terminamos de conocer su verdadera naturaleza; apariciones que lo visitan desde un futuro remoto y se apoderan de su obra.

O quedan, al leerla, atrapados en ella.