La ola de suicidios en France Telecom ha levantado la preocupación de empresa y autoridades. Para los expertos no es un hecho ni aislado ni nuevo. Sólo la punta del iceberg
MIGUEL LÓPEZ
Diagonal
Y al final, el presidente de France Telecom, Didier Lombard, tomó medidas para frenar “la espiral terrible” de suicidios que sufre el gigante de las telecomunicaciones francés. Lo hizo después de 23 casos (el primero de ellos, ocurrido en febrero de 2008) y en una rueda de prensa multitudinaria, organizada tras la intervención del Gobierno galo en la crisis y unas cuantas portadas de periódicos. Europa ve los toros franceses desde la barrera, pero ¿es France Telecom un hecho aislado? Para el experto en acoso laboral Iñaki Piñuel, los suicidios por causas profesionales no son ninguna novedad. Más bien son un tabú que empresas y autoridades tratan de silenciar.
Según las estimaciones de Piñuel, profesor en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), entre 300 y 400 personas se suicidan al año a causa del trabajo sólo en el Estado español. “El problema es que, en muchas ocasiones, las verdaderas razones se esconden tras una depresión. Ni los mismos pacientes son conscientes de su problema”, apunta. El suicidio es la punta del iceberg de procesos, como el del acoso laboral o mobbing, que minan la salud del empleado mediante estrés y presión psicológica sin que, por lo general, nadie asista al afectado. En un clima de impunidad, el acoso campa a sus anchas. Hay cifras de su impacto: un 13% de los trabajadores en activo se sienten acosados, según el Informe Cisneros sobre mobbing.
Es un 50% más que hace tres años, la mayoría provocados por superiores. La crisis económica parece el caldo de cultivo perfecto: “Se impone la ley de tragar”, apunta Piñuel. Es, quizá, lo que ha ocurrido en Frace Telecom. La multinacional francesa, en tiempos de monopolio público, vive una reestructuración “rápida y desordenada”, según los sindicatos. Desde 2002, la empresa ha reducido su personal en 40.000 puestos, pasando a una estrategia de subcontratación y deslocalización de algunos servicios, que ahora se ofrecen desde países con inferiores salarios y legislación laboral más ligera. Desde el inicio del proceso, se han sucedido las movilizaciones del personal.
Por eso las organizaciones se revolvieron al escuchar a la ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, cuando afirmó que los suicidios eran en realidad “23 historias individuales”.
Medidas tardías
El presidente de la compañía, en la insólita rueda de prensa, anunció un refuerzo de médicos laborales, un teléfono verde para empleados con problemas y más personal para el departamento de Recursos Humanos. “Tenemos el deber, en este periodo en el que las personas frágiles pueden presentar riesgos, de detectarlas y contenerlas lo más rápido posible para que la situación emocional no les empuje a decisiones irreversibles”, afirmó.
Esta clase de medidas, según Piñuel, llegan cuando a los directivos tiene el incendio en su despacho. A su juicio, es preciso que las empresas implanten protocolos anti- mobbing que, incluso, amenacen con el despido a los acosadores. Rota la impunidad, el jefe tóxico se ve en el foco de atención y cesa su acoso. “Los casos caen a cero prácticamente”, señala el profesor. Además de estas iniciativas, Piñuel reclama el cumplimiento de la ley de riesgos laborales en su totalidad, esto es, incluyendo los riesgos psicosociales. Y es que no todo se puede prevenir con extintores, guantes y gafas protectoras. Cada profesión tiene sus propios focos de estrés. Pongamos el caso de los teleoperadores: estos trabajadores están sometidos a un elevado nivel de estrés, al tener que atender en directo las reclamaciones de clientes, en general poco contentos con el servicio prestado. A ello, se le suman prácticas como el control de movimientos (hay que pedir permiso para ir al baño) y, según Piñuel, el hecho de que un solo superior se responsabilice de hasta 80 trabajadores. “El número máximo de subordinados recomendable es 6 o 7”. En estas condiciones, la situación se resuelve con una ausencia de mando o un jefe que adopta un estilo autocrático para cumplir objetivos.
Sólo hace falta sentarse y esperar las bajas por depresión, los casos de mobbing, el estrés post-traumático y, eventualmente, el suicidio.
Según las estimaciones de Piñuel, profesor en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid), entre 300 y 400 personas se suicidan al año a causa del trabajo sólo en el Estado español. “El problema es que, en muchas ocasiones, las verdaderas razones se esconden tras una depresión. Ni los mismos pacientes son conscientes de su problema”, apunta. El suicidio es la punta del iceberg de procesos, como el del acoso laboral o mobbing, que minan la salud del empleado mediante estrés y presión psicológica sin que, por lo general, nadie asista al afectado. En un clima de impunidad, el acoso campa a sus anchas. Hay cifras de su impacto: un 13% de los trabajadores en activo se sienten acosados, según el Informe Cisneros sobre mobbing.
Es un 50% más que hace tres años, la mayoría provocados por superiores. La crisis económica parece el caldo de cultivo perfecto: “Se impone la ley de tragar”, apunta Piñuel. Es, quizá, lo que ha ocurrido en Frace Telecom. La multinacional francesa, en tiempos de monopolio público, vive una reestructuración “rápida y desordenada”, según los sindicatos. Desde 2002, la empresa ha reducido su personal en 40.000 puestos, pasando a una estrategia de subcontratación y deslocalización de algunos servicios, que ahora se ofrecen desde países con inferiores salarios y legislación laboral más ligera. Desde el inicio del proceso, se han sucedido las movilizaciones del personal.
Por eso las organizaciones se revolvieron al escuchar a la ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, cuando afirmó que los suicidios eran en realidad “23 historias individuales”.
Medidas tardías
El presidente de la compañía, en la insólita rueda de prensa, anunció un refuerzo de médicos laborales, un teléfono verde para empleados con problemas y más personal para el departamento de Recursos Humanos. “Tenemos el deber, en este periodo en el que las personas frágiles pueden presentar riesgos, de detectarlas y contenerlas lo más rápido posible para que la situación emocional no les empuje a decisiones irreversibles”, afirmó.
Esta clase de medidas, según Piñuel, llegan cuando a los directivos tiene el incendio en su despacho. A su juicio, es preciso que las empresas implanten protocolos anti- mobbing que, incluso, amenacen con el despido a los acosadores. Rota la impunidad, el jefe tóxico se ve en el foco de atención y cesa su acoso. “Los casos caen a cero prácticamente”, señala el profesor. Además de estas iniciativas, Piñuel reclama el cumplimiento de la ley de riesgos laborales en su totalidad, esto es, incluyendo los riesgos psicosociales. Y es que no todo se puede prevenir con extintores, guantes y gafas protectoras. Cada profesión tiene sus propios focos de estrés. Pongamos el caso de los teleoperadores: estos trabajadores están sometidos a un elevado nivel de estrés, al tener que atender en directo las reclamaciones de clientes, en general poco contentos con el servicio prestado. A ello, se le suman prácticas como el control de movimientos (hay que pedir permiso para ir al baño) y, según Piñuel, el hecho de que un solo superior se responsabilice de hasta 80 trabajadores. “El número máximo de subordinados recomendable es 6 o 7”. En estas condiciones, la situación se resuelve con una ausencia de mando o un jefe que adopta un estilo autocrático para cumplir objetivos.
Sólo hace falta sentarse y esperar las bajas por depresión, los casos de mobbing, el estrés post-traumático y, eventualmente, el suicidio.