Es el director de Gigante, que se estrena en España este viernes. La película ganó tres premios en la Berlinale y uno en San Sebastián. Es una extraña comedia romántica rodada en Montevideo
RAFA VIDELLA
20 Minutos
Este joven argentino afincado en Montevideo no puede ocultar su felicidad. Encantado de hablar de cine, Adrián Biniez presentaba el pasado fin de semana en San Sebastián su primera película, Gigante.
Aunque pequeña, ha logrado un reconocimiento mayúsculo: ganó tres premios, entre ellos el del Jurado, en la pasada Berlinale, y ahora ha sido elegida Mejor Película en la sección Horizontes Latinos del certamen español. Este viernes se estrena en las salas comerciales.
¿Cómo surgió la película?
Tengo un documento de texto en la computadora donde anoto ideas. La mayoría son una mierda: fantaseo con hacer una película sobre un soldado de Vietnam que regresa a su país y quiere vengarse y... resulta que es Rambo. Pero un día me decidí a rodar algo, y la idea que más me gustaba era la del guarda de seguridad que se enamora de la chica de la limpieza de un supermercado. Además, se daba la circunstancia de que Leonor Svarcas, la protagonista de la película, era mi novia por aquel entonces, y al juntarla con un amigo mio que es parecido al protagonista de la película vi que la cosa podría funcionar. Me animé y terminé de escribir el guión.
¿Qué tal fue la escritura?
Me salió rápida, tenía el guión terminado en tres meses. Eso fue en 2004: tardé una eternidad en conseguir la financiación. Por momentos me aburría del proyecto, me alejaba de él, pero cuando logré tener una fecha de rodaje me senté a revisar el guión y lo cambié aún más, metiéndole cosas que me habían pasado en todo este tiempo. Sobre todo, cambió el tono de la película.
¿En qué consistía ese cambio?
Al principio era más oscura. Pero yo quería hacer una película ligera, luminosa. Lo quería y lo necesitaba.
Es extraño ver a un personaje, en este caso Jara, tan querido por el director.
Es que he intentado escribir policiales, ¡pero no puedo matar a nadie! Me gusta tratar bien a mis personajes, y con el de Gigante me pasó lo mismo: le di mucho de mi vida, los gustos musicales que tiene, las cosas que hace... Lo trato muy bien y creo que el final de la película tiene mucho que ver con eso. Me parecía muy de hijo de puta dejar un final abierto, o meter un desenlace sádico para intentar ir a Cannes. Lo odio, detesto los golpes de efecto. No eran naturales para la historia, y yo no quiero ir por ese lado.
¿Lo pasaron bien en el rodaje?
Sí, todos somos amigos. Era un rodaje pequeño, toda la película costó unos 600 mil dólares (algo más de 400 mil euros). Los productores se tiraron a la piscina: consiguieron 150 mil dólares para rodar y después movieron todo el material en bruto para conseguir más dinero. Es una táctica bastante kamikaze.
¿Sobró material rodado?
No, sólo una escena, un plano horrible que no funcionaba un carajo. No podíamos desperdiciar nada, funcionábamos con economía de guerra. Teníamos muy pensada la película ya en preproducción, a qué lugares ir, qué margen de improvisación teníamos, etc. En total, fueron 24 días de rodaje en los que había que ir teledirigido, porque no tenía plata para filmar boludeces.
¿Funciona bien en esas circunstancias?
La posibilidad de dudar, de correr riesgos pero tener que decidir, me encanta. Me gusta animar a hacer lo mismo: durante el rodaje aparecen cosas imprevistas en el momento que me gustan.
¿De dónde sacó al actor protagonista, Horacio Camandulle?
Horacio es increible. Escribí el guión pensando en un amigo real, que no es actor. Yo quería que protagonizara la película pero, tras un año de probar, nos dimos cuenta de que no sería capaz. Así que empecé el cásting, y el primero que apareció fue Horacio. Seguí viendo actores, pero en el acto supe que sería él. En los ensayos ya vi que era increíble, que no necesitaba darle mucha bola. Es actor de toda la vida pero, tal y como está el tema de la actuación en Uruguay, se gana la vida de maestro de escuela con niños de diez años. No ha podido venir a San Sebastián porque tenía que trabajar en Montevideo.
¿Qué aportó Camandulle al personaje?
Muchas cosas, porque es buenísimo. Tenía el personaje muy interiorizado, yo sólo tenía que darle pautas básicas para que saliera en el plano. Venía con muchas ideas, y hasta me obligó a cambiar cosas del personaje. Yo quería hacerlo más rápido, más dinámico, ¡pero es que Horacio anda así y no lo podía cambiar! Así que el personaje, Jara, es como él: parsimonioso, tranquilo. Se le caen las bolas.
¿Cómo trabajó con los actores?
No me gusta ser muy estructurado, sino que me limito a sugerir y manejar una especie de límites difusos en los que permito que pasen un montón de cosas por el medio. Quiero que los demás aporten cosas y surjan cosas inesperadas.
Y después de estrenarse en Uruguay, Gigante va a Berlín y gana tres premios.
Aluciné. Sinceramente, cuando terminé de montarla, en noviembre, ya estaba más que feliz. Siempre quise hacer una película, poder vivir del cine, y me sentí muy orgulloso. Fui a comer un asado yo solo para celebrarlo. Lo de después fue muy bienvenido, aunque también acepto las críticas negativas: está bien que te digan lo que no está bueno, para ver qué es y por qué pasan las cosas.
¿Cambiaría ahora cosas de Gigante?
A ciertas escenas las daría un tono diferente, pero es mi primera película y no quiero ser muy policía conmigo mismo. Quizá dentro de quince años, si sigo haciendo películas, alguna me guste por completo... Pero ésta me gusta, le tengo mucho cariño, me parece que está buena.
¿Qué cine le ha influído más?
Soy muy cinéfilo y veo de todo, desde cosas muy raras a cine de género. Cuando empecé a hacer Gigante, pensé en que quería darle un tono extraño: mezclar el cine de Jean Renoir con el de Judd Apatow. Sé que no tiene nada que ver con Gigante, pero me gusta de Apatow cómo muestra las relaciones entre hombres, ese rollo de bobo, de cosas de hombres. Lo suyo es más cómico, pero creo que Gigante tiene algo de eso. Algo de su universo me toca mucho. Y luego te hablaría de influencias que seguro que no se ven, pero que de alguna forma deben estar. Soy fanático de Godard, y aunque no creo que aparezca nada suyo en Gigante quizá, inconscientemente, haya alguna relación.
Aunque pequeña, ha logrado un reconocimiento mayúsculo: ganó tres premios, entre ellos el del Jurado, en la pasada Berlinale, y ahora ha sido elegida Mejor Película en la sección Horizontes Latinos del certamen español. Este viernes se estrena en las salas comerciales.
¿Cómo surgió la película?
Tengo un documento de texto en la computadora donde anoto ideas. La mayoría son una mierda: fantaseo con hacer una película sobre un soldado de Vietnam que regresa a su país y quiere vengarse y... resulta que es Rambo. Pero un día me decidí a rodar algo, y la idea que más me gustaba era la del guarda de seguridad que se enamora de la chica de la limpieza de un supermercado. Además, se daba la circunstancia de que Leonor Svarcas, la protagonista de la película, era mi novia por aquel entonces, y al juntarla con un amigo mio que es parecido al protagonista de la película vi que la cosa podría funcionar. Me animé y terminé de escribir el guión.
¿Qué tal fue la escritura?
Me salió rápida, tenía el guión terminado en tres meses. Eso fue en 2004: tardé una eternidad en conseguir la financiación. Por momentos me aburría del proyecto, me alejaba de él, pero cuando logré tener una fecha de rodaje me senté a revisar el guión y lo cambié aún más, metiéndole cosas que me habían pasado en todo este tiempo. Sobre todo, cambió el tono de la película.
¿En qué consistía ese cambio?
Al principio era más oscura. Pero yo quería hacer una película ligera, luminosa. Lo quería y lo necesitaba.
Es extraño ver a un personaje, en este caso Jara, tan querido por el director.
Es que he intentado escribir policiales, ¡pero no puedo matar a nadie! Me gusta tratar bien a mis personajes, y con el de Gigante me pasó lo mismo: le di mucho de mi vida, los gustos musicales que tiene, las cosas que hace... Lo trato muy bien y creo que el final de la película tiene mucho que ver con eso. Me parecía muy de hijo de puta dejar un final abierto, o meter un desenlace sádico para intentar ir a Cannes. Lo odio, detesto los golpes de efecto. No eran naturales para la historia, y yo no quiero ir por ese lado.
¿Lo pasaron bien en el rodaje?
Sí, todos somos amigos. Era un rodaje pequeño, toda la película costó unos 600 mil dólares (algo más de 400 mil euros). Los productores se tiraron a la piscina: consiguieron 150 mil dólares para rodar y después movieron todo el material en bruto para conseguir más dinero. Es una táctica bastante kamikaze.
¿Sobró material rodado?
No, sólo una escena, un plano horrible que no funcionaba un carajo. No podíamos desperdiciar nada, funcionábamos con economía de guerra. Teníamos muy pensada la película ya en preproducción, a qué lugares ir, qué margen de improvisación teníamos, etc. En total, fueron 24 días de rodaje en los que había que ir teledirigido, porque no tenía plata para filmar boludeces.
¿Funciona bien en esas circunstancias?
La posibilidad de dudar, de correr riesgos pero tener que decidir, me encanta. Me gusta animar a hacer lo mismo: durante el rodaje aparecen cosas imprevistas en el momento que me gustan.
¿De dónde sacó al actor protagonista, Horacio Camandulle?
Horacio es increible. Escribí el guión pensando en un amigo real, que no es actor. Yo quería que protagonizara la película pero, tras un año de probar, nos dimos cuenta de que no sería capaz. Así que empecé el cásting, y el primero que apareció fue Horacio. Seguí viendo actores, pero en el acto supe que sería él. En los ensayos ya vi que era increíble, que no necesitaba darle mucha bola. Es actor de toda la vida pero, tal y como está el tema de la actuación en Uruguay, se gana la vida de maestro de escuela con niños de diez años. No ha podido venir a San Sebastián porque tenía que trabajar en Montevideo.
¿Qué aportó Camandulle al personaje?
Muchas cosas, porque es buenísimo. Tenía el personaje muy interiorizado, yo sólo tenía que darle pautas básicas para que saliera en el plano. Venía con muchas ideas, y hasta me obligó a cambiar cosas del personaje. Yo quería hacerlo más rápido, más dinámico, ¡pero es que Horacio anda así y no lo podía cambiar! Así que el personaje, Jara, es como él: parsimonioso, tranquilo. Se le caen las bolas.
¿Cómo trabajó con los actores?
No me gusta ser muy estructurado, sino que me limito a sugerir y manejar una especie de límites difusos en los que permito que pasen un montón de cosas por el medio. Quiero que los demás aporten cosas y surjan cosas inesperadas.
Y después de estrenarse en Uruguay, Gigante va a Berlín y gana tres premios.
Aluciné. Sinceramente, cuando terminé de montarla, en noviembre, ya estaba más que feliz. Siempre quise hacer una película, poder vivir del cine, y me sentí muy orgulloso. Fui a comer un asado yo solo para celebrarlo. Lo de después fue muy bienvenido, aunque también acepto las críticas negativas: está bien que te digan lo que no está bueno, para ver qué es y por qué pasan las cosas.
¿Cambiaría ahora cosas de Gigante?
A ciertas escenas las daría un tono diferente, pero es mi primera película y no quiero ser muy policía conmigo mismo. Quizá dentro de quince años, si sigo haciendo películas, alguna me guste por completo... Pero ésta me gusta, le tengo mucho cariño, me parece que está buena.
¿Qué cine le ha influído más?
Soy muy cinéfilo y veo de todo, desde cosas muy raras a cine de género. Cuando empecé a hacer Gigante, pensé en que quería darle un tono extraño: mezclar el cine de Jean Renoir con el de Judd Apatow. Sé que no tiene nada que ver con Gigante, pero me gusta de Apatow cómo muestra las relaciones entre hombres, ese rollo de bobo, de cosas de hombres. Lo suyo es más cómico, pero creo que Gigante tiene algo de eso. Algo de su universo me toca mucho. Y luego te hablaría de influencias que seguro que no se ven, pero que de alguna forma deben estar. Soy fanático de Godard, y aunque no creo que aparezca nada suyo en Gigante quizá, inconscientemente, haya alguna relación.