"Los límites del control"


RUTH ARIAS
Cinematical




Un hombre sin nombre se sienta en la terraza de una cafetería y pide dos cafés en tazas distintas. Una bandada de pájaros levanta el vuelo. Un helicóptero sobre vuela la escena. El hombre le da sorbos a su café. Silencio. Calma.

Un hombre sin nombre se sienta en la terraza de una cafetería y pide dos cafés en tazas distintas. Una bandada de pájaros levanta el vuelo. Un helicóptero sobre vuela la escena. El hombre le da sorbos a su café. Silencio. Calma. Una persona se le acerca y se sienta. Le pregunta si habla español. Dice algo más, en algún idioma. El hombre saca unas cerillas del bolsillo. La otra persona pone sobre la mesa una caja de cerillas con el mismo diseño, pero de diferente color. Se intercambian las cerillas. La otra persona dice algo más y se va. El hombre abre la caja de cerillas y saca de ella un pequeño trozo de papel, lo desdobla y lee un mensaje codificado, escrito a mano, se mete el papel en la boca y se lo traga, ayudándose de otro sorbo de cafe...

Un hombre sin nombre se sienta en la terraza de una cafetería...

Y así va pasando Los límites del control, la última de Jim Jarmush, una película perfecta para la gente que prefiere los museos a los parques en vacaciones. La película se guarda un montón de enigmas en la manga, es oscura, misteriosa... pero, al mismo tiempo, refrescante. Isaac De Bankolé interpreta a este hombre sin nombre (que aparece en los créditos como "hombre solitario"), un apodo que recuerda a los Spaguetti Western de Clint Eastwood y Sergio Leone, aunque los cafés de este hombre, sus cajas de cerillas y su castidad lo colocan en el reino de la masculinidad posmoderna.

El hombre solitario tiene una misión, aunque no es algo que se nos explique de inmediato. Llega a Barcelona, y comienza a intercambiar cajas de cerillas. Viaja a Sevilla y sigue intercambiando cajas de cerillas. Se va a una ciudad de provincias... Cada noche se acuesta completamente vestido. Va a un museo y contempla cuadros diferentes: un desnudo, una guitarra. ¿Qué ve? ¿Qué está pensado? ¿Qué hace en España?

Una noche, cuando vuelve a su habitación, encuentra allí a una mujer desnuda (Paz de la Huerta), tendida en su cama con una pistola en la mano derecha. "¿Te gusta mi culo?", le pregunta. ¿Es un producto de su imaginación? ¿Soñó con ella por haber visto el desnudo en el museo? Ella le tienta, pero el se mantiene casto. "No mientras estoy de servicio", dice, mientras ella duerme toda la noche desnuda y apretada contra él. ¿Es un test de autocontrol? ¿Alguien la ha enviado para distraerle?

La gente que se encuentra, los objetos que ve, y las cosas que se dicen aparecen una y otra vez: una mujer con una peluca rubia (Tilda Swinton), las guitarras, "el hombre que piensa que es tan grande que debería ir a un cementerio para darse cuenta de cual es su verdader tamaño". Y mientras este hombre sin nombre prosigue su camino de intercambios de cerillas, se encuentra a John Hurt en una cafetería, a Youki Kudoh (que ya apareció en otra película de Jarmush, Mistery Train) en un tren, a Gael Garcia Bernal en un pueblo, a Bill Murray en una habitación... "¿Cómo llegastae aquí?", le pregunta. Y el hombre sin nombre responde: "Usé mi imaginación".

Sergio Leone rodó sus western en España, lo mismo que Los límites del control, pero más allá de ahí, hay coincidencias. Los dos directores nos presentan a hombres que no son fieles más que a sí mismos, cuya única meta es hacer dinero. El hombre solitario de Jarmush, de hecho, ni siquiera tiene esa motivación. Se puede suponer que tiene la misión de recuperar algo, o de vengarse, pero... ¿es la integridad lo que le mueve o es la avaricia?.

De Bakkolé está perfecto en su papel de hombre solitario, pero no es un personaje pasivo. Cuando un camarero se confunde y le lleva un expreso doble en lugar de dos expresos en tazas diferentes, insiste en que le lleve lo que él ha pedido, a pesar de sus limitaciones lingüísticas. Cuando la mujer desnuda le tienta, él resiste -lo que es seguramente un signo de entereza, porque está realmente buena. Incluso le quita la pistola en un abrir y cerrar de ojos, como debe hacer un profesional, dando a entender también que ella es una amateur. Cuando aparecen los problemas, él los esquiva, haciendo un ejercicio de autocontrol.

Visualmente, la película es deslumbrante. Christopher Doyle ha hecho un trabajo impresionante como director de fotografía. La iluminación es genial.

Y Jim Jarmush ha estado trabajando en un estrecho filón dentro del territorio narrativo que ha explorado a lo largo de toda su carrera. Aunque no es que sea un director muy prolijo -treinta años para sólo diez películas. Mucha gente piensa que debería avanzar hacia otros asuntos y estilos, una queja repetida una y otra vez. Pero no parece que esta vena se le haya agotado y no parece que tenga ganas de hacer algo diferente cuando puede seguir haciendo variaciones sobre el mismo tema.

Jim Jarmush es lo que es, y Los límites del control podría describirse como más de lo mismo: composiciones formalmente exquisitas, diálogos declamados inespresivamente, un recreo en los espacios entre las palabras y la acción y un argumento que es un acertijo, envuelto en misterio, dentro de un enigma, parafraseando a Winston Churchill. Y con todos esos elementos, Jarmush suma otro precioso estribillo, cautivador e hipnótico, a su canción.