El policiaco que surgió del frío

FERNANDO MARTÍNEZ LAÍNEZ
ABC



Parece lógico suponer que en las gélidas y solitarias tardes del largo invierno sueco, la lectura de novelas policiacas resulte una actividad ensimismada y emocionante. Se trata de una sociedad, como dice Henning Mankell, «de personas calladas, inclinadas sobre diarios y tazas de café, cada uno con sus pensamientos y sus destinos». Una sociedad reflexiva que vive de puertas adentro y dedica muchas horas al ejercicio de leer; y eso, quizá, explique el inagotable caudal de páginas que alcanzan sus historias de crímenes.

Una escuela propia. De lo que existen pocas dudas es del auge actual de la novela criminal sueca, en sus dos variantes: negra y policiaca. Sin alharacas, con paciencia, humildad y la imitación selectiva de los clásicos del género, los suecos han conseguido crear una escuela propia de novela negra, algunos de cuyos principales rasgos serían el gusto por los pormenores; un manejo eficaz del lenguaje; la preferencia por el procedimiento policial; el escaso relieve del detective privado; y la frecuente crítica política, en sintonía con la visión socialdemócrata y el descontento de una opinión pública cada vez más perpleja ante la lenta erosión del Estado del Bienestar.

Aunque hay precedentes interesantes, la moderna novela negra sueca surge en los años 60 y alcanza una alta cota con la pareja Maj Sjöwall y Per Wahlöö, iniciadores de una serie de procedimiento policial que radiografía con rigor y amenidad la socialdemocracia nórdica en su momento de mayor lustre, cuando Suecia estaba considerada «el mejor país del mundo para la gente corriente».

Altas esferas. Las novelas de Sjöwall y Wahlöö (que publica en España RBA) han influido en toda la literatura policiaca sueca posterior. Son historias bien fundamentadas que giran alrededor del inspector Martin Beck y contienen un mensaje claro: el delito no puede desligarse de la realidad social. Una sociedad, en definitiva, queda retratada también por sus crímenes.

Consecuencia de esta «edad dorada» que está experimentando la novela negra escandinava es el reciente desembarco de títulos y autores en España. Una lista en la que destacan tres nombres: Leif GW Persson, Henning Mankell y Stieg Larsson.

Persson (1945) es profesor en la Dirección de la Policía Nacional y criminólogo reputado. Además de conocer al dedillo los entresijos del trabajo policial, ha sido asesor del ministro de Justicia, y eso se nota en el conocimiento que demuestra del manejo político en las altas esferas del Gobierno. Su reciente trilogía El declive del Estado del Bienestar (Paidós) se configura como una crónica sociológica y política de Suecia, y está estructurada en tres títulos de aliento poético: Entre la promesa del verano y el frío del invierno; Otro tiempo, otra vida y En caída libre, como en un sueño.

El asesinato de Olof Palme. La primera de ellas (Entre la promesa?) es una auténtica novela negra política y de espionaje que culmina con uno de los magnicidios más importantes del siglo XX: el asesinato del primer ministro sueco Olof Palme el 28 de febrero de 1986, cuando paseaba con su mujer por la calle sin escolta. Fue un atentado cometido en pleno centro de Estocolmo, nunca resuelto, que dejó en evidencia las contradicciones y taras criminales encubiertas tras la fachada de una sociedad falsamente idílica. La segunda novela de la trilogía, Otro tiempo, otra vida, arranca de la ocupación en 1975 de la Embajada de Alemania Occidental en Estocolmo por un grupo vinculado a la banda Baader-Meinhof. Como en la anterior, el factor político es determinante en el desarrollo y comprensión de la trama. Con auténtica maestría, Persson nos muestra la ineficacia y descoordinación policiales que envolvieron el asalto a la sede diplomática, y hace intervenir a sus personajes preferidos, el comisario Lars Johansson y el inspector Bo Jarnebring. Ambos se consideran a sí mismos «policías de verdad» y emergen como personas normales, con sus neuras, insatisfacciones, fijaciones sexuales y problemas personales que, naturalmente, influyen en su trabajo diario. Se sienten a gusto con «las tías normales», disfrutan con el aguardiente y la comida casera, y cumplen con su deber en un ambiente de incompetencia, mentiras y pasados inconfesables. Johansson, un hombre a la vez meticuloso e intuitivo, capaz de «ver lo que hay detrás de la esquina antes de doblarla», es consecuente con su propio código: bueno con los buenos, duro con los duros y malo con los malos.

Por vías secretas. En la tercera novela de la trilogía, En caída libre, como en un sueño, Johansson, ascendido a director general de la Policía Nacional, «resuelve» de modo un tanto forzado el caso Palme, con un asesino que recibe su castigo por vías secretas. El afán casi exhaustivo de la investigación hace que la acción se torne algo premiosa y reiterativa, pero como en las novelas anteriores, Persson consigue crear un mundo propio y exclusivo, con personajes de calado, como la inspectora jefe Anna Holt o la inspectora Lisa Mattei. Son la parte positiva de un elenco en el que no escasean los policías lastrados por la desidia, los errores de bulto o el desvarío mental.

La última obra de Mankell (1948), El chino (Tusquets), supone un giro novedoso en la trayectoria de un autor reconocido, que ha dejado fuera de juego a su principal personaje, el inspector Wallander. Es una novela que trata, sobre todo, de la nostalgia por el radicalismo juvenil de izquierdas perdido y muy influido por la Revolución Cultural maoísta, cuando «éramos como niños muy serios» y la vida no consistía sólo en entender las cosas, sino también en cambiarlas. Mankell parece rememorar sus propios fantasmas al plantear reiteradamente a lo largo de la novela cómo se perdieron esas ideas y por qué esa visión atrevida y generosa del mundo cambió drásticamente sin que sus devotos apenas se dieran cuenta, hasta quedar reducidos a piezas obedientes y ejecutantes del mismo engranaje que pretendían destruir. Desde la óptica literaria, sin embargo, El chino es una novela irregular y descompensada, con un excelente arranque que se prolonga en las páginas dedicadas a la siniestra esclavitud de los chinos llevados a Estados Unidos o en la propia China de los emperadores. Pero tras el brillante comienzo, la acción se estanca, la investigación queda demasiado sometida al azar, hasta rozar el thriller fantástico («peligro amarillo» incluido) y acabar en una visión apocalíptica de lo que sería la colonización de las fértiles tierras de África por millones de campesinos chinos pobres. Mankell salpica la narración de observaciones sobre el gran experimento que se está llevando a cabo en China: un régimen de partido único compatible con el desarrollo económico capitalista. Una situación de que la parece recelar, aunque sea una repetida cita de Mao, en alusión a la revolución permanente, la que termine aportando significado político a la novela: siempre existirá un gran desasosiego bajo el cielo, engendrado bajo distintas condiciones.

Muerte temprana. En la terna de autores suecos que comentamos, la palma en cuestión de ventas le corresponde a Stieg Larsson (1954-2004), con su trilogía Millennium, de la que se han publicado hasta ahora en España los dos primeros títulos: Los hombres que no amaban a las mujeres y La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino). La temprana muerte de Larsson, fallecido a los 50 años de un infarto cardiaco antes de ver publicadas sus novelas, y su militancia contra el racismo y los grupos de extrema derecha, han convertido su vida en una leyenda que se proyecta sobre sus obras. En este caso, la peripecia vital contribuye a crear el «fenómeno Larsson», que tiene connotaciones extraliterarias y ha transfigurado al autor en icono destinado a crear secuela, como ocurrió con El Código Da Vinci, de Dan Brown.

La novela de Larsson no es una obra maestra ni un «milagro» literario. En rigor, tampoco es una novela negra, sino un thriller de tono desenfadado y juvenil, más cerca de Harry Potter que de Mystic River o La dalia negra, pero en eso quizá estribe el secreto de su éxito fulminante. Es una novela que combina hábilmente todos los recursos del triunfo editorial y contiene elementos valiosos y muy entretenidos para el gran público lector. Escrita con osadía y soltura, posee esa indefinible cualidad de ser «leída de un tirón», con personajes fantásticos, muy alejados de la realidad, como el reportero de la revista Millennium Mikael Blomqvist, dedicado a sacar a la luz trapos sucios políticos y financieros, una especie de 007 del periodismo sin licencia para matar; o la maga de la informática Lisbeth Salander, una superwoman bisexual capaz de enterarse de todo, entrar en todas partes, hacerse multimillonaria de refilón y tomar ejemplar venganza de los malos que se cruzan en su camino. A esta superinteligencia activa se une la cualidad de ser «sociópata con rasgos psicopáticos», como la definió su creador, lo que añade un punto original más a su currículo.

Larsson intenta salirse de los arquetipos policiales al uso, y en buena parte lo consigue. Del investigador profesional hemos pasado al periodista-hacker-detective privado para todo de la era de la comunicación global y la tecnología de Internet. Un recurso coherente con los nuevos tiempos, que tarde o temprano tenía que llegar.