"Havilah", The Drones (2008)

A lo lejos, la banda del fin del mundo

EMILIO R. CASCAJOSA
Ruta 66



Puedes pretender jugar a perseguir el hype, revolotear por el receloso underground en busca de El Dorado o hasta travestir el dulce pájaro de juventud con la acartonada mortaja de la renuncia. Pero mientras unos negamos cualquier dogma y otros se aferran a la inmediata actualidad sin mirar atrás, el rock continúa moviéndose con cierta autosuficiencia, al margen de la crítica y por encima de la industria. Hoy la avalancha de discos se hace inabarcable, tanto que a veces resulta imposible actuar con discreción al filtrar la pepita del tango. Por mi parte siempre he confiado en una suerte de karma que te acaba empujando hasta lo que realmente necesitas. Siguiendo ese principio, y recomendado por esta misma revista hace ya unos años, me agencié el insalubre Here come the lies (Spooky, 2002), debut de The Drones.

Acabé descubriendo una rica yeta sonora de tradición njidista, quizás demasiado sumergida en el pantano australiano como para llegar a intuir entonces lo que habria de legar con discos como Wait Long by the River and fhe bodies of your Enemies Will Floot By (ATP, 2005) o Gala Mill, (ATP, 2006), notoria transición hacia lo que hoy se nos destapa con el quinto álbum dolos de Melbourne: Havilah, título con el que la banda señala a esa suerte de Shangri-La biblico que es la ciudad del mismo nombre citada en los evangelios. También es el nombre de un valle cercano al monte Buffalo, en Victoria, donde Gareth Liddiard compuso el álbum con ayuda de su compañera Fiona Kitchin, “Un sitio perfecto para trabajar. Un pequeño mundo dentro de otro’ Sin electricidad, con apenas un par de generadores diesel. “Este debe ser el único disco grabado con un presupuesto diesel”.

Aún sin romper los fundamentos del proyecto original, Havilah ensancha toda expectativa. Sus letras siguen devolviendo una imagen inquietante, aunque la técnica usada ahora por Liddiard, inspirada en el “cut-up” de Burroughs, es el reflejo distorsionado de un poso cultural donde cabe mitología clásica, internet o la literatura marina de Melville. Durante diez cortes descubrimos una revisión de la condición humana tan hermosa como desesperada. “Si el dinero es la raíz del mal / el temor a la muerte es peor / Porque la mitad del mundo que se muere de hambre / sabrá que la mitad de la que forma parte no merece comer”, canta a garganta partida en la épica «Oh My”. “Digo el sonido de las pezuñas de los caballos que vienen en medio de la noche ¡ Y, oh, Dios / es el momento de sacarme la licencia de armas”.

Basta una escucha para descubrir una reinvención del sonido hacia una suerte de rock clásico que escapa del academicismo con puñetazos como «The Minotaur», single de adelanto, donde las guitarras aúllan comocochinos en el matadero. “Ella no puede hacer nada! Él no habla, no se mueve! Pasa el día viendo pomo o jugando al puto Halo 2’. La figura clásica del hombre toro como reflejo del brutal espectáculo de la incomunicación; y ese final violentamente abrupto, replicando la mala leche de Birthday Party. Partiendo de un cambio sustancial motivado por la salida de Rui Pereira y la entrada del guitarra Dan Luscombe, The Drones han sorteado el lastre que les arrimaba irremediablemente a la saga Scientists. Y lo han logrado con un disco tan “uncool” como cualquiera de los anteriores aunque, esta vez si, tan abierto a nuevos horizontes que si se tratara de una formación norteamericana ya estaríamos hablando de uno de los discos del año. Triste consuelo para alguien a quien me atrevería a definir como la turbia versión australiana de Jeff Tweedy.

El disco comienza perezoso con «Nail It Down», una composición imprevisible y repleta de recovecos. Luego va creciendo. Música tocada de muerte por la inquietud del blues y que alcanza su plenitud con ese homenaje a la figura de John Frum titulado 'I am The Supercargo', guiño a Television donde se revisa el culto al cargo con febriles instantáneas contaminadas por la disentería. “Soy una ruina nacida en el mar’ anuncia Liddiard.

Producido con aspereza por Burke Reid (Gerling), Hovioh es sin duda la bisagra que ayudará a The Drenes a sortear su hermetismo. Ya sea con los tant asmas de Dylan, la Velvet o Neil Young, acariciando cortes como «Luck in Odd Numbers» o «The Drifting Housewife”. f sea gracias a los remaches psicodélicos que perfilan algunas canciones; o al amarre agriamente pop de cortes como «You’reActing Likethe End of the World». Aunque son las ráfagas de drama existencial las que provocan que este trabajo marque realmente la diferencia. Las imágenes violentas que generan sus guitarras, la garganta desquiciada de Liddiard, sus agrias estrofas. “La gente es un derroche de comida! Sólo están contentos cuando entierran a sus amigos! Y cogen, cogen, cogen! Pero nunca cogen la indirecta’.

Un disco capaz de drenar lo peor y lo mejor de ti mismo. Una somanta de palos.