"My blueberry nights", Won Kar-Wai sigue rompiendo corazones

JULIO RODRÍGUEZ CHICO
La Butaca



El director de “In the mood for love (Deseando amar)” y “2046″ sigue en sus trece y no para de romper y recomponer corazones tanto en la escena como en el patio de butacas. Ahora con “My blueberry nights” cierra su trilogía, y lo hace en inglés y rodeado de estrellas de Hollywood. En nada afectan esas nuevas circunstancias porque Wong Kar-wai sigue inmerso en un microcosmos emocional en el que intenta recuperar el pasado de unos personajes heridos de amor. Por muchas idas y venidas que obligue a dar a sus protagonistas —y al espectador con ellos—, el laberinto sentimental es un juego en que el tiempo parece congelarse y dejar de existir porque el amor/desamor lo invade todo: cada uno debe recorrer su particular viaje interior a la búsqueda del amor, y en terreno tan movedizo, el naufragio está a la vuelta de la esquina. Así pues, la misma temática e idéntica estética visual de films anteriores para una nueva aproximación a un universo de desencantos y desencuentros afectivos, de distancias físicas y también interiores.

En “My blueberry nights”, Kar-wai teje cuatro historias de corazones rotos, de relojes estropeados y de puertas que deben cerrarse para poder abrir otras. Como siempre, la música y la fotografía son espléndidas y eficaces en ese intento por generar sensaciones, y la cuidada planificación hace el resto a la hora de congelar emociones… eternas y placenteras. En el cine de Wong Kar-wai todo adquiere un tono nostálgico porque supone una mirada a un pasado que se hace presente, porque brota de recuerdos que han dejado una huella imborrable y a veces una herida sangrante. Su estética posmoderna parte de lo sensible, de la sensación, para intentar adentrarse en los más profundos anhelos de sus personajes y mostrar el vacío y la soledad. Su escenografía de interiores urbanos con atmósferas de neón, sus luces saturadas y filtradas o sus fundidos en negro, sus juegos tenebristas y el recurso a espejos, cristales y puertas que se interponen entre los personajes, los tempos ralentizados o la inclusión de fechas y relojes que atrapen el tiempo que pasa… todo responde a un aparato visual y estético manierista que obedece a esa misma búsqueda de algo que llene el corazón hambriento.

En realidad, al final, lo que hace Kar-wai es retratar atmósferas interiores, estados de ánimo de unos personajes que viven un tiempo subjetivo y que se han escapado de las coordenadas geográfico-temporales, ya sea porque viven inmersos en su desencanto, porque se regodean en aquellos maravillosos años o porque permanecen en un viaje emocional sin retorno. Historias y ambientación claustrofóbica para reflejar esas almas heridas que se buscan a sí mismas en el recuerdo. Es lo que sucede a la protagonista, Elizabeth, y al propio director de Hong Kong, que vuelve una vez más sobre su torbellino afectivo… aunque aquí acabe dándole una salida complaciente y reconfortante (en eso sí se nota que estamos en América), sin la ambigüedad y apertura de sus anteriores trabajos. Con todo, a estas alturas el mundo recogido en “My blueberry nights” suena a déjà vu, a más de lo mismo, para gusto de sus fans y disgusto de quien espera renovación.

La película que ahora se estrena estuvo en las ediciones del 2007 de Cannes y en la Seminci, y cuesta entender las razones de su tardía llegada a nuestra cartelera. Es cierto que no se trata de un cine excesivamente comercial o popular —populachero habría que decir—, porque estamos ante un cine de autor con estética refinada y cosmovisión propia… y eso siempre da a la cinta un cariz minoritario. Pero, sin duda, es un director de referencia que encuentra formas visuales y artísticas idóneas para transmitir realidades emocionales complejas, y al que siempre compensa ver y seguir.