El talento desbocado por un ego autodestructor


JOSÉ MANUEL CUÉLLAR
ABC



Marlon Brando, el mito, la leyenda, el tótem de los actores y la vaca sagrada, nunca mejor dicho. De Brando se han dicho muchas cosas, sobre todo que era el actor representativo del Actors Studio, pero en realidad era lo que menos se parecía a esos productos sacados de la escuela fundada por Kazan y lanzada al estrellato por Strasberg. Actores imbuidos por el método, capaces de meterse a policías para hacer un papel de uniforme azul y luego no quitárselo para dormir.

A Brando le importaba bien poco todo eso. Tenía tal talento que le daba igual el método o el desmétodo. Los veteranos lo ganaron todo de él y los jóvenes se lo perdieron casi todo porque Brando, como le ha pasado a casi todos los grandes (Pacino, De Niro...), perdió el interés por el cine muy pronto, incluso antes que los que le precedieron.

Es sabido que a Coppola le creó innumerables problemas en la película, pero también le dio mucho. Llegó con un sobrepeso exagerado y además se había rasurado el pelo. Para colmo, ni se sabía las frases del guión y ni siquiera había leído «El corazón de las tinieblas», novela en la que está basada la película de forma parcial.

Entre tinieblas y oscuridad

Lo curioso del caso es que ambos tuvieron suerte. Para disimular la gordura del actor hubo que rodar entre tinieblas y oscuridad (dicen unos que por imposición del actor y otros que por iniciativa de Coppola), pero todos coinciden en que no fue una estrategia artística, sino para ocultar el lamentable estado de Brando, que, por cierto, no aguantaba a Dennis Hopper. Ese efecto tenebroso fue vital en el éxito de la película.

Con todo, el monólogo de Brando en esa escena, y la totalidad de su actuación, es un prodigio de grandeza inexplorada. En cada mirada turbia, en cada frase y en cada gesto destila toda clase de sensaciones: mezcolanza de miedo y ternura, de hartazgo, de infinita soledad y, sobre todo, de descorazonamiento ante el horror y la barbarie vivida.

Volviendo al rodaje, lo que resulta más sorprendente es que Coppola se quedase boquiabierto al ver el estado del actor cuando en realidad ya las había hecho de todos los colores. Es famosa la anécdota de «El rostro impenetrable», película que el mismo dirigió. Tuvo parado al equipo horas y horas a la espera de que las olas estuviesen totalmente calmadas. Aquello se volvía eterno hasta que el ayudante de dirección le tuvo que decir que estaba mirando por el visor equivocado. a lo que Marlon respondió: «Maldita sea, no me extraña que lleve una semana de retraso en el rodaje».

Sexualidad animal

Pero no fue la única. En otra película tenía que interpretar a un quemado. Brando había leído que los quemados se sienten como si estuviesen helados. Así que se puso a dormir en una cama de hielo. El problema es que no sólo se le había olvidado su parte del guión, sino que además cayó enfermo y el rodaje tuvo que retrasarse una semana. Lo cierto es que en su época de decadencia fue un desastre. En «La isla del doctor Moreau», se le volvieron a olvidar las frases del guión hasta tal punto que John Frankenheimer le colocó un transmisor y le iba dictando lo que tenía que decir. Tuvieron mala suerte porque en la frecuencia se les coló una emisora de la policía y Brando estuvo medio rodaje hablando de robos y persecuciones.

De cualquier forma, y a pesar de sus problemas de dicción, tenía un talento desmesurado y una confianza en sí mismo quizás excesiva. En su época dorada, y aisladamente después, logró actuaciones soberbias. Poseía una sexualidad animal y un carácter salvaje que aún le hacían más atractivo. Ganador de dos Oscar («La ley del silencio» y «El padrino»), acabó perdido en su ego, que era aún mayor que su talento, lo que le llevó a cometer toda clase de caprichos, indisciplinas y rebeldías absurdas, la mayoría sin causa. Dicen de él que no le caía bien a nadie, el clásico egomaniaco que cuando la película triunfaba era gracias a él y cuando fracasaba era culpa del guión, director, producción, historia....