Imre Kertész, ironía y búsqueda de sentido




DIEGO JIMÉNEZ
Revista de Letras



El 9 de noviembre de 1929 la ciudad de Budapest vio nacer a quien 74 años más tarde le daría a Hungría su primer y único Novel en literatura hasta el momento, Imre Kertész. De ascendencia judía, en 1944 fue deportado a Auschwitz y de allí a Buchenwald, donde fue liberado en 1945. A su regreso a Hungría trabajó para un periódico de Budapest, el Világosság. Después de dos años de servicio militar se consolidó como un escritor independiente y traductor de autores como Nietzsche, Hofmannsthal, Schnitzler, Freud, Roth, Wittgenstein, y Canetti, que han tenido una influencia significativa en su escritura.

Escrita en 1975 Sin destino narra la deportación de un niño de quince años de Pest a los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald. Narrada en primera persona la novela es aparentemente autobiográfica y es aparentemente una novela de formación en la que se nos presenta la vida de György Köves antes de ser deportado, durante la deportación y en los días posteriores a su liberación.

Desde la primeras páginas la novela de Kertész rompe con los moldes a los que estábamos habituados con la literatura del Holocausto ofreciéndonos una novela existencialista que, llevando al límite el lenguaje, es capaz de hacer literatura a martillazos. Estructurada en nueve capítulos la obra está narrada en primera persona, lo que lleva a pensar en el relato autobiográfico. Asimismo, que el protagonista sea un niño hace pensar en una novela de formación. Sin embargo, desde el principio el protagonista parece aceptar todo lo que les pasa con la más absoluta naturalidad, casi insensiblemente. Antes de ser deportado su padre es enviado a un campo de trabajo. La narración de la despedida del padre está completamente desprovista de emotividad. Se da un uso de los tiempos verbales que crean un sensación de atemporalidad que acompañan dicha falta de emotividad en la que el personaje parece encontrar una razón para todo. Por eso, no se extraña cuando es interceptado en el autobús que lo lleva al trabajo y es enviado junto con otros judíos a Auschwitz. Por eso tampoco escapa cuando podría haberlo hecho y, por el mismo motivo, encuentra razones lógicas para todo lo que allí vive.

Uno de los rasgos esenciales de la poética de Kertész es la ironía, si no se entiende la misma no se puede distinguir entre los tipos de texto: lo autobiográfico y la ficción. Por eso en la página 162 de la traducción de Acantildao nos dice de las formas de evadirse de un campo de concentración que “por último, hay una tercera manera de escapar: la literaria, la verdadera”. Su poética y su testimonio no está basado en la memoria sino en la literatura. Lo autobiográfico es la decisión por la literatura y servirse de ésta para alejarse del logos totalitario. De alguna manera más que una novela sobre el Holocausto asistimos a una novela sobre la falta de sentido o de destino como característica del sujeto contemporáneo dentro de una maquinaria cuya peor manifestación es un campo de exterminio. De tal manera, es como si la poética del escritor húngaro fuese atonal, característica que viene de la mano de la ironía que mantiene la distancia a pesar de la cercanía del protagonista al que la duda no abandona nunca.

El eje sobre el que gira la obra de Kertész está planteando al final de la obra cuando el protagonista se reencuentra con unos amigos de la familia y argumenta que parte de la autoría de lo ocurrido recae sobre sus hombros. La propuesta del escritor húngaro recoge fragmentos de filosofía existencialistas según las cuales la vida no tiene sentido, con lo que la responsabilidad de dotarla del mismo recae sobre el hombre. Por eso la falta de destino es el destino del protagonista, o parafraseando a Sartre, la falta de sentido es el sentido de su vida. Hecho añicos el paradigma antiguo basado en la mimesis, según el que la se daba una correspondencia entre el mundo y el sujeto que lo aprehende, no queda más que intentar construir el sentido y el destino que ya no vienen “dados”. Narrativamente también se da un Holocausto del sujeto que viene de la mano de la fragmentación que, sin embargo, es la única manera de acercarse a la verdad como construcción (por eso la elección por la literatura). Así, en este caso huye de toda narración clásica, ya que el protagonista no narra lo que sucedió sino que da cuenta de la inmanencia como presencia continua e intensa que toma su forma más cruda en los veinte minutos de espera que, paso a paso, separa la vida de la cámara de gas. Por eso, en la página 258 dice “Son los pasos. Todos habíamos estado dando pasos, mientras podíamos, yo también, y no sólo en la fila de Auschwitz sino antes, en casa. Yo había ido dando pasos con mi padre, con mi madre, con Anamaría, y también había dado pasos –quizá los más difíciles- con la hermana mayor. Ahora ya sabría explicarle lo que era ser <>: nada, no significaba absolutamente nada, por lo menos para mí, por lo menos originalmente, hasta que empezó lo de los pasos. Nada era verdad, no había otra sangre, no había otra cosa que…, y allí me paré, pero me acordé, de repente, de las palabras del periodista: sólo había situaciones dadas que contenían posibilidades. Yo había vivido un destino determinado; no era ése mi destino pero lo había vivido. No comprendía cómo no les entraba en la cabeza que ahora tendría que vivir con ese destino, tendría que relacionarlo con algo, conectarlo con algo, al fin y al cabo ya no podría bastar con decir que había sido un error, una equivocación, un caso fortuito que simplemente no había ocurrido”.

La preocupación ética que, en palabras de Borges, lleva a los norteamericanos, debido al protestantismo primigenio, a hacer prevalecer el bien sobre el mal dejan de tener sentido cuando la aplicamos a ciertos autores europeos como, por ejemplo, Kertész. Cuando en el discurso de aceptación del Nobel Kertész afirmó que “no ha sucedido nada desde Auschwitz que pueda invalidar o refutar Auschwitz” lo que constata es la vigencia del desmoronamiento de la cultura greco-cristiana del que la barbarie nazi fue consecuencia. Que aún siga vigente la pregunta que lanzó Adorno, a saber, si es posible la filosofía después de Auschwitz, no deja de ser significativo para el sentido de toda una época. Como intenta describir Sin destino el Holocausto en su condición de posibilidad es anterior al nazismo y en dichas condiciones es hoy vigente. Si comparamos Sin destino con otros intentos de aproximarse a la barbarie cabe tener en cuenta, por ejemplo la opinión que La Lista de Schindler le merecía a Kertész. Para éste Spielberg no captó la verdadera naturaleza del Holocausto y aún menos el desmoronamiento de la cultura occidental. Películas como las del director americano pretenden redimir a la humanidad contraponiendo buenos y malos en una representación donde el bien siempre triunfa sobre el mal. De esta manera el sentido queda acotado a esta interpretación superficial que se vale de técnicas narrativas clásicas para explicar una realidad compleja que no parece dejarse asir por éste tipo de representación. No pasa lo mismo con Sin destino, donde la aproximación a la verdad se busca a partir de la fragmentación y de alguna manera la pregunta siempre queda “abierta”, y en la medida que quede “abierta” la reflexión no desaparece o no se desvanece en un lenguaje obsoleto. En este sentido, caben reflexiones como las de Arendt que plantean la cuestión de la banalidad del mal, teorización mucho más inquietante que cualquier tipo de demonización del nazismo. La novela de Kertész es una obra incómoda, ¿qué afirma el protagonista cuando dice que todo había comenzado antes, en su casa, paso a paso? ¿qué nos dice la lectura de Sin destino de la realidad que hoy vivimos? ¿Damos pasos de la misma manera? y más inquietante aún ¿estamos repitiendo esos pasos? ¿qué quiere decir hacia el final afirmando que incluso allá, al lado de las chimeneas había habido, entre las torturas, en los intervalos de las torturas algo que se parecía a la felicidad?