La frontera calcinada de Cormac McCarthy

Contemporánea de DeBolsillo reedita 'Meridiano de sangre'

La ya clásica novela del oeste llega con un nuevo formato


ÁLVARO CORTINA
El Mundo



Owen Wister y Zane Grey, ayudados por los hallazgos de escritores anteriores (Fenimore Cooper y después Bret Hart), apuntalaron la base y el cuento moral del género 'western'. El duelo, los indios, el 'saloon' y las diligencias que poblaron también el cine clásico. John Wayne y sus colonos de Marlboro en la frontera estandarizaron una de los más insuperables mitos de la ficción reciente, en los fuertes de Monument Valley.

Poco después, en los 50, de la mano de Robert Aldrich y Delmer Daves, se empezaron a reivindicar a los salvajes. Burt Lancaster llegó a pintarse la cara y a protagonizar 'Apache', con sus ojos claros y su sonrisa de anuncio de dentífricos.

Después llegó el oeste llamado "crepuscular" de Peckinpah y Penn. La pradera ya decadente, como mundo exterminado, como escarnio de la ley, como camposanto para cuervos. Este cine no era tan social como agresivo, negro, nihilista. La elegía descomunal de Cormac McCarthy, escritor cavernario de la roñosa frontera americana, viene a chapotear también sobre esa charca de sangres. Una de sus obras, muy pertinente en este asunto, 'Meridiano de sangre' (1985), se reedita en DeBolsillo en la nueva colección Contemporánea.

No es extraño que McCarthy haya terminado escribiendo una novela post-apocalíptica ('En la carretera'), al fin y al cabo ya abundaba su obra en debacle cósmica, en alarido unánime, en mortaja y tañido mortuorio. Texas y México son en 'Meridiano de sangre' paisajes devastados, "regiones calcinadas adonde acuden a esconderse de Dios", se lee.

Sus desiertos de cal dejan a los vaqueros "casi fosforescentes en el crepúsculo", las aves carroñeras violentan el silencio de los masacrados poblachos de adobe. Los bebés asesinados son colgados de los árboles como frutas alienígenas. Los indios de Mac Carthy son seres grotescos que provienen de las entrañas azufrosas de la tierra. Los tamtanes aquí pueden llegar a inquietar mucho.

McCarthy es un autor solemne, de frases largas, muy distante, florido y despojado absolutamente de humorismo. Uno puede leerle como se leen los salmos. Sus personajes deambulan en las fronteras de la humanidad, precipitados a un descontrol y a una tara que les es connatural.

Calamitosas situaciones

Las muchas aventuras de "el chico"(anónimo), que protagoniza 'Meridiano...'(y que recuerda, lacónico y noble, al protagonista de 'Todos los hermosos caballos'), le enfrentan a todo tipo de calamitosas situaciones en su trajín de jinete entre los chaparrales y las sierras desdentadas, y los candentes pedernales del territorio indígena. Incluso la calidad de la luz, en sus relatos, parece deprimida.

Entre las fiestas de hemoglobina, como echada por aspersores, y atroces acciones criminales, al calor de las fogatas o en encuentros fugaces, en trochas o garitos infectos, el joven escudriña a muchísimos tipejos que pasan a su lado. Y entre los buhoneros, militares, indígenas, cazadores, buscadores de oro hambrientos, salteadores y demás calaña, sus observaciones indagan sobre la figura del juez Holden.

Albino, y elocuente, alegre y terrible es seguramente Holden la personalidad dominante de esta novela de formación (en una variante peculiar de lo que fueron los relatos de Dickens o Sthendal). El sulfúrico y alucinógeno McCarthy cierra toda la larga historia de los indios y vaqueros, con esta sucesión de violencias y cabelleras, trenzadas (con gran expresividad y detalle) de acuerdo a su rigor de apocalipsis. Diálogos lacónicos, largas alocuciones del juez Holden, dientes podridos y hombres tuertos de una condición humana desviada, fruto de algún pecado muy primitivo. Western apocalíptico, poético y nocturno.

Las Biblias arden en el salvaje oeste de McCarthy, y después del atracón, las alimañas salen de las casas con la boca manchada de sangre. Los raídos chamizos fronterizos son túmulos comunales. Por allá pasan los apaches paganos o los centauros cazadores de aborígenes, o el polvo, rodando. Y el sol lame los cantos rodados del torturado paisaje, hábitat del Monstruo de Gila y del crótalo. Quizá lo que más se aproxime a este universo, en cine, sea 'Dead man', de Jim Jarmush. Pero en las antípodas de McCarthy o John Wayne.